La presente biografía es un estupendo análisis sobre el conquistador del Imperio de los incas. Se trata de una obra escrita por un auténtico especialista sobre la época de la conquista, colonización y virreinato de Las Indias. Las familias de Pizarro y de Cortés estaban emparentadas, ya que compartían tatarabuelos, lo que parece obvio es que no coincidieron personalmente. Francisco Pizarro, como la casi totalidad de los Conquistadores, siempre ha tenido muchos detractores, y no se utilizan nunca argumentos coherentes para analizar personas y hechos. No obstante, y aunque parezca paradójico, los primeros críticos serían los historiadores seguidores del hombre de Medellín, es decir de Hernán Cortés. Existen varias concausas, pero no es menor la habilidad diplomática del marqués de Oaxaca, o de los seguidores de Diego de Almagro/Diego de Montenegro Gutiérrez, quien participó en la conquista de los incas, tras la captura de Atahualpa. “Empezando por los primeros hay que decir que Hernán Cortés y los suyos ganaron la batalla de la propaganda, logrando ampliamente sus objetivos. Y ello por dos motivos: uno, por la habilidad diplomática de Cortés, muy superior a la de Pizarro, y otro, por el simple hecho de que tanto el metellinense como sus principales hagiógrafos sobrevivieran al trujillano, por lo que tuvieron tiempo suficiente para manipular la historia a su antojo. El de Medellín se encargó personalmente de crear toda una literatura en torno a su persona, utilizando su oratoria, sus dotes de escritor y rodeándose de biógrafos oficiales de la talla de Francisco López de Gómara o de Francisco Cervantes de Salazar. Forjó su propia leyenda y, como buen político, tuvo una capacidad excepcional para tergiversar los hechos, para presentar como éxitos sus propios fracasos, y para culpar a otros de sus males. En cambio, el trujillano jamás se preocupó en exceso por la posteridad. Contó con algunos cronistas, como Francisco de Jerez o Sancho de la Hoz, que hicieron las veces de pajes o secretarios y que fueron algunos de los encargados de redactar los sucesos que él protagonizó. Pero las dotes literarias de estos no eran comparables con las del sabio y erudito Francisco López de Gómara o con la pluma directa y siempre aguda del propio metellinense. El resultado ha sido la perpetuación hasta fechas muy recientes de dos leyendas infundadas: la del porquero bastardo, analfabeto y cruel, despreciado por todos, y la del vulgar imitador de las estrategias cortesanas”. Será López de Gómara quien enaltezca a Hernán Cortés, y no va a permitir ningún ataque al de Medellín. Para incrementar, más si cabe, lo denigrante y la ignominia, se indica que Pizarro se pasó su primera infancia y su juventud cuidando cerdos, pero el desideratum sería escribir que hasta fue amamantado por una cerda. Esta leyenda, sensu stricto, falsa por antonomasia, se perpetuaría hasta el actual siglo XXI. Francisco de Pizarro tuvo muchos enemigos en su devenir vivencial, desde los seguidores de Cortés hasta los de Almagro; lo que antecede tira por tierra la versión globalista de la Leyenda Negra, ya que demuestra que los españoles se enfrentaban entre ellos y no existió nunca el más mínimo contubernio. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo atacó con saña a los hermanos Pizarro, ya que se conoce, fehacientemente, que estaba próximo a Diego de Almagro. Desde el mismo siglo XVI ya se indica que Pizarro era un émulo y admirador tanto de Hernán Cortés como de Gonzalo Fernández de Córdoba “el Gran Capitán”. Ambos a dos, los celosos extremeños, utilizarán la táctica psicológica de impresionar o aterrorizar a los indios con comportamientos de una enorme crueldad, verbigracia, se utilizaba el hecho de capturar al cacique indígena, y así se sometía al resto de la población. “Estas estrategias se usaron ya en 1493 con el cacique Caonabo, que fue apresado, torturado y ejecutado para someter a todo su cacicazgo. Esta misma táctica fue usada por los españoles de forma reiterada hasta el final de la conquista”. Y, aunque sorprenda, a lo mejor este comportamiento siempre ha formado parte de la idiosincrasia de todos los imperios. Lo realizaría Asiria, de forma reiterada, con las ciudades que se levantaban contra su dominio; idem, eadem, idem para los persas, los babilonios, los hititas, los egipcios cuando invadían el territorio de la tierra de Canaán, y por supuesto los ingleses o franceses en las Américas, sin olvidar lo que realizaba el emirato o el califato omeya de Córdoba con los mozárabes que se rebelaban. En el siglo XX y XXI ha sido paradigmático, verbigracia nacionalsocialistas o soviéticos y japoneses en la Segunda Guerra Mundial. El terror forma parte indiscutible del sometimiento de los que tratan de recobrar su libertad perdida. «Esteban Mira Caballos, un historiador con una larga experiencia en la investigación de la conquista de América, nos ofrece en este libro una vida de Francisco Pizarro, basada en el empleo exhaustivo de las fuentes, y una nueva visión de la conquista del Perú: un drama en que los indígenas fueron diezmados por la combinación de la guerra, las enfermedades y el hambre, pero en el que también los conquistadores sufrieron las consecuencias de una serie de enfrentamientos internos, venganzas y traiciones, que condujeron a crímenes como aquel en que sucumbió el propio Francisco Pizarro. Lo más importante del libro es, sin duda, que nos invita a ver esta historia de manera objetiva, enfrentándonos a la realidad de acuerdo con la mentalidad de nuestro tiempo, y superando una vieja tradición de mitos y recelos». Es muy interesante como contestó a sus soldados cuando, en la segunda expedición, le indicaron lo infranqueable de la cordillera de los Andes, pero su amor propio y valentía se muestra en su aserto: “¿No atravesó Aníbal primero los Pirineos, y después los Alpes?... ¿Es que acaso vamos a ser nosotros menos que aquel pagano?” Francisco Pizarro, como la mayoría de los extremeños que atravesaron el Atlántico hacia Las Indias, tenía un gran amor a su tierra, extensa y extrema, pero muy rica en valores culturales y de identidad. Aunque al ser hijo ilegítimo debió hacer frente a este estigma que le marcaría siempre, nunca se olvidó de Trujillo, ni de su propia familia. Nunca fue rencoroso con su familia paterna, la cual nunca le dio la educación que debería haber recibido por su condición de hidalgo y de cristiano viejo. ‘Cuando el 24 de mayo de 1503 su padre, Gonzalo Pizarro, se desposó con Isabel de Vargas, el futuro conquistador del incario había salido ya de Trujillo’. Todos sus hermanos tuvieron una vida desdichada, acabando muertos o encarcelados, mientras que el ilegítimo se iba a encargar de acabar con la mayor estructura política de la América prehispánica, como era el Imperio Inca, y sería ennoblecido, con honra y fortuna para él y para sus familiares. ¡Libro sobresaliente! «Primum non nocere, secundum cavere, tertium sanare». Puedes comprar el libro en:
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