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Alberto Morate

14/06/2024@11:11:00

Un musical para niños, interpretado por niños, por muchos niños, y totalmente profesional.

Estación límite. Abismo de las discapacidades, y sinuosos caminos del desconcierto, de las trabas y las dificultades donde se hacen esfuerzos por salir de los rincones de la lástima, para reivindicar que, aunque se brinden pocas oportunidades, se puede tener autonomía, ansias de regir tu propia libertad, no quedarse quieto a verlas venir y que sean los demás los que solucionen todo.

¿Quién le pone el anillo en un dedo a la dama que acaba de perder a su marido y a su suegro? Solo puede hacerlo un rey. Ese rey rastrero, vil, que es capaz de ofrecer su reino por un caballo cuando ya está casi derrotado.

La historia de una tragedia. Dicen que padres e hijos nunca podrán separarse, aunque estén distanciados. Aunque haya miradas mudas y palabras altisonantes, fuera de tono, de las que luego hay arrepentimiento.

Un enfrentamiento dialéctico del más alto nivel, un choque de gigantes que pelean por un trono, un aguacero de tormentas desatadas, falsedad y buenas maneras, pero besos ensangrentados de odio y fuego.

Parásitos, caricatos, peleles, que intentan sobrevivir en un mundo de oscuridad y que cercena el pensamiento. Y no digamos, la creatividad, el arte, todo aquello que, a ojos de otros, no sea productivo, no genere beneficios tangibles, contantes y sonantes.

Fue una guerra abierta de egos y maldiciones, de envidias y zancadillas, fue un error por parte de ambas actrices, fue una sofocante atmósfera, fue una lucha sin tregua, fueron dos trasatlánticos a la deriva, fue una historia más del cine americano de Los Ángeles, cuando los ángeles se convirtieron en demonias de sí mismas.

Como una alegoría de la sociedad, la enseñanza es un compendio de frustraciones, de muchachos que se están abriendo a la vida, pero también de profesores que se acomodan al sistema o, por el contrario, que buscan nuevos métodos y alicientes para hacerle frente a la realidad, o quizás a los sueños, siempre a los corazones.

Lo que te depare la vida es solo cuestión de desearlo, pero también de ponerse a ello, aunque después no haya tal triunfo, se trastoquen los planes, si es que los hubiere, o no sea el final esperado, si es que esperábamos uno concreto.

Cuando una guerra comienza, sea cual sea la causa, (y lo peor es que no haya causas), se producen cambios, metamorfosis, se trastoca la forma de vida. Indefectiblemente desaparecen personas, surge el miedo, la precariedad de la subsistencia, el horror, el caos, la muerte.

Vienes a este museo a transgredir, a cuestionar unas obras de arte que para ti no son del todo de tu agrado, y pretendes hacer brotar un manantial de opiniones en Una cuestión de formas desangelándolas de su esencia.

De forma cotidiana Ana Mayo nos cuenta la historia de su abuela, que no se llama Carmen, pero eso no importa.

La belleza es un don. Y Narciso la tiene. Pero no disfruta de ella. Porque está enamorado de sí mismo y no puede complacerse.

Un pueblo como otro cualquiera. Donde todo es igual pero, después, todo es diferente. Donde los personajes, encarnados en un solo intérprete, abrirán corazones y rejas, misterios, secretos, envidias, odios, rencillas,…

"Esto no es Troya, pero podría serlo". Por las guerras que siguen asolando las ciudades y las tierras de cultivo, las montañas y los mares, los territorios que pretenden invadir, la desolación de los desvalidos.