Normalizar el horror
Hay muchas cosas que se escapan a la historia, a lo que sucedió en su día, a lo que los protagonistas de ciertos acontecimientos terribles callan.
Imprescindible personaje
Hablar de la palabra con la propia palabra. Obrar con la voz para convertir los sueños en algo que puede expresarse. Contemplar su significación y su semántica, dormirte con ellas y espabilar a través de ellas, hablar con la escritura, decir siendo precisos, reflejo de uno mismo, de cada uno de nosotros, oír, leer, escuchar, narrar, dialogar, recitar… la palabra como imprescindible personaje, como palpitación necesaria, que las palabras no sean un discurso vacío de contenido.
La necesidad unos de otros
El refugio
Atardece, o quizás, amanece, da igual. Dos personajes desconocidos coinciden en la parada del autobús, o en cualquier parte, son Personas que se encuentran en lugares. En diversos lugares, personas dispares, personas intercomunicadas, que se necesitan, aunque no lo sepan, que se complementan, aunque lo nieguen, que forjarán recuerdos después de esos encuentros.
Un personaje peculiar
Todo acaba en la muerte. Pero, parece ser que, Orlando es imperecedero, y cuando tenga que desaparecer, dejará un vástago que, quizás, viva otros trescientos años, como él.
Pasión por el teatro
Yo era un joven apasionado del teatro, cuando empecé a escuchar, desde bien jovencito, cuando entré en la Escuela de Arte Dramático y Danza, en la Plaza de Isabel II, en la 4ª planta, sobre José Luis Alonso Mañes. Sus montajes como director de escena causaban sensación, y pude comprobar por mí mismo que todos los elogios que se le dirigían, eran bien merecidos.
Que tengo miedo…
“Oh sí, la conozco. Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren, en un tren muy largo; ha viajado durante muchos días y durante muchas noches”
Dámaso Alonso – Mujer con alcuza
Nuestras historias
Hay un lugar en el recuerdo que se queda grabado para siempre. Hay una situación personal que se queda en la memoria cuando se evoca a la nada. Hay un sueño que parece convertirse en realidad y muchas realidades que se asemejan a los sueños.
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Algo da vueltas en nuestra cabeza. Primero es una música martilleante que nos pone sobre aviso. Emergencias sin luces de auxilio, pero que sí nos hablan de una catástrofe: el fin del mundo. Como un Sísifo que empuja su piedra una y otra vez, un hombre se debate contra un paracaídas como si en ello le fuera la vida. Esa es la primera metáfora que nos propone Simulacro: la del Hombre frente a la adversidad de un mundo enloquecido. Mundo-burbuja que, a modo de rotonda, no nos ofrece la posibilidad de avanzar, sino la de darnos constantemente frente a una barrera invisible que no nos permite salir de los fragmentos que representan nuestras vidas. Vidas encerradas en círculos.
El proceso identitario no sólo se refleja en el cuerpo, también es una manera de estar en el mundo geográficamente. Ahora que está tan de moda romper con todo lo anterior, y las tradiciones de la clase que sean huelen a rancio, todavía existe esa necesidad de pertenencia a un lugar sin el cual no seríamos las mismas personas. Por mucho que nos cueste reconocerlo somos de donde hemos nacido por muchos kilómetros que nos alejemos de ese punto inicial que nos perseguirá el resto de nuestros días.
Ibsen planteó su obra dramática de una forma contestataria frente a la sociedad victoriana que le tocó vivir. Y, uno de los conflictos que planteó en ella, fue el de dar a la mujer la posibilidad de ser ella misma a la hora de decidir acerca de su vida y de caminar por una senda de libertad impensable en el siglo XIX.
Blanco sobre blanco, verde sobre verde, incluso negro sobre negro. Todo se expande sobre un imaginario tablero de ajedrez que se retroalimenta de sabias palabras sobre la juventud, el deseo o el amor. En ese suelo sin fondo es donde la libertad es expresada bajo la fervorosa manifestación de la belleza. Una belleza única; una belleza que se apropia de nuestros sentidos como el mejor de los láudanos. Luces. Colores. Sonidos. Danzas. Todos juntos crean nuevos espacios donde caemos rendidos sin más.
Poniéndonos en antecedentes, es 1943, en plena II Guerra Mundial y durante la ocupación nazi en Francia.
¿Qué mejor forma de celebrar tu trigésimo séptimo cumpleaños que conociendo a tu madre? Esa fantástica idea fue la que se le ocurrió a Abel Azcona el pasado 1 de abril en una sala de columnas del Círculo de Bellas Artes repleta de amigos y desconocidos ávidos de nuevas experiencias como esas. Una forma de celebrar, en principio, privada, que invade el espacio público. Espacio público, eso sí, como sinónimo de político y militante. Político por el resplandor woke que inundó de buenismo el espacio para tal representación. Y militante, por la exposición del dolor, el abuso físico, el acoso y sus múltiples perfomances que nos acercaron hasta la figura del superviviente que nos exhibió un Azcona, primero sentado mientras nos introdujo en su perfomance, y luego de pie antes de dar entrada a su madre.
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