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artículo literario

Los ojos son unos ilusionados embusteros (R. Del Valle-Inclán)

01/04/2020@19:01:15
Mi amigo Máximo Estrella es un “enfermo de literatura” y un obseso de Valle-Inclán. También es un andaluz hiperbólico, y como tal, asegura que llegará el día no lejano en que leerá un único libro durante el resto de su vida, y que será Luces de Bohemia, drama escrito por Ramón del Valle Inclán en honor de Alejandro Sawa, un poeta de odas y madrigales que murió en la miseria.

María Lejárraga nació en San Millán de la Cogolla (La Rioja, España) en 1874 y murió en el exilio, Buenos Aires, en 1974. Escritora, firmando como María Martínez Sierra el apellido de su marido Gregorio y diputada por partido socialista en Granada en 1933.

Me acaba de llamar Galo preguntándome si estoy bien. Hoy hace 9 días que empezó nuestro confinamiento por coronavirus. En España. Él está en Portugal. Están igual, encerrados. No nos vemos desde hace 5 años. Me manda muitos beijinhos. Yo también. El no habla español. Yo no hablo portugués, entiendo un poco. Yo le envío muitos beijinhos otra vez. Y le digo que se cuide, en español. Creo que me entiende. Y hemos colgado.

Hace treinta y pico de años, cuando nos expusieron en la facultad a Kuhn, con su teoría de los paradigmas científicos, Paco García Donet levantó la vista del periódico —que más que leer, se estudiaba hasta averiguar incluso la fluctuación de los anuncios por palabras— y, preso de una repentina iluminación, dijo: “si el Medievo estuvo regido por el paradigma teológico; la Edad Moderna, por el mecanicismo, y el presente, por el economicismo; el futuro lo estará por el paradigma biologista…” y, mientras volvía sus ojos sobre las páginas del diario, sentenció: “De eso, estoy convencido”.

Siempre me han fascinado las paradojas del tiempo. Coincidencias de fechas como la que unió la muerte de Julio Verne con el nacimiento de la Teoría de la Relatividad. El creador de personajes tan extraordinarios como Phileas Fogg o el capitán Nemo, abandonó este planeta el mismo día en que un genio confinado en una oficina de patentes suiza estableció, en sus ratos libres, primero nada menos que los fundamentos de la física contemporánea y, sobre ella, toda una revolución científica que cambiaría aquella lectura del universo que permanecía inmutable desde Copérnico, Galileo y Newton.

«Alá vio triste la situación de los hombres como trataban la tierra, decidió entonces enviarles al Arcángel Gabriel. En realidad pensó, el Corán es demasiado difícil y demasiado largo; Gabriel se lo volverá a explicar de manera muy sencilla. Esto evitará la catástrofe ecológica y hará a los creyentes más sencillos, su fe más eficaz y el fundamentalismo innecesario. Entonces Gabriel se fue con un simple mensaje. Viajó por todas partes, utilizó todas las huestes celestiales. Finalmente volvió al cielo. Sus alas estaban completamente sucias y estaba exhausto. Alá le preguntó como le había ido; si había trasmitido el mensaje. Si, naturalmente -respondió- ¡pero los hombres no tienen tiempo de escuchar!»

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra

El benemérito historiador Carlos Belloso Martín, de la Universidad Europea Miguel de Cervantes, en su excelente artículo «Miguel de Cervantes, soldado en el Mediterráneo. Nuevos datos para su biografía (1571-1575)». Cervantes, soldado de la Infantería Española, Revista de Historia Militar (2016, 77-105), pone en letras de molde el nuevo documento, dejado en el tintero por los eruditos, sobre el acuartelamiento de los hermanos, Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) y Rodrigo de Cervantes (1550-1601), de la compañía del capitán Manuel Ponce de León (1539-1549), del «Tercio de la Sacra Liga» del Maestre de campo, Lope de Figueroa y Barradas (1541/42-1585), en la base naval de Villafranca Sícula, situada en la colina de San Calogero, de la provincia de Agrigento de Sicilia en el invierno de 1572.

De pronto he descubierto que escribir sobre un amigo se me antoja tan embarazoso como hacerlo sobre mí. Y más, tratándose de un tipo tan generoso como Alfons Cervera. Por supuesto, me queda el infalible recurso de emboscarme tras el engaño y, además, intuyo que si lo hiciera —que si me meciese sobre el sinuoso vaivén del embuste—, hasta puede que resultase más ameno cuánto quiero contarles. Suele suceder; y tanto que quizá por eso me dediqué a escribir novelas: para olvidarme de mí y revivir lo que me rodea engastando cuidadosamente trocitos de otras vidas que me surgen de nunca sabré dónde.

Hernando Colón podía haber pasado a la historia por ser el hijo del descubridor de América, pero decidió intentar emular los logros de su padre con la creación de una biblioteca infinita. Con la intención de reunir en ella todos los libros que se imprimieran en el mundo, llegó a tener unos 20.000 ejemplares. Esta biblioteca es la Colombina, está situada en Sevilla y es uno de los principales escenarios de mi novela “El mercader de Libros” (Ediciones B). Cuya trama principal es la revolución que provocó la difusión de los libros impresos.

«Del no-ser llévame al ser. De la oscuridad condúceme a la luz. De la muerte llévame a la inmortalidad» (Brihadaranyaka Upanishad, 1-3.28)

Hablar de la India es hacerlo de sus gentes y de sus muchas ceremonias. Entrar por Nueva Delhi y salir por Chennai, antigua Madrás es hacerlo y ver como nuestros sentidos cambian por completo. Ir en sus autobuses o en sus trenes, subir y bajar es encontrase en cada esquina con un mundo totalmente diferente al nuestro. Una India, la de hoy que se encuentra por encima de muchos de los países avanzados en donde la tradición y la modernidad parecen ir de la mano.

Si cerramos los ojos e imaginamos la Roma antigua, ante nosotros se materializa una ciudad de mármol blanco, columnas estriadas, templos coronados por frontones triangulares, carreteras empedradas y acueductos que alimentaban los cientos de fuentes de la Urbe. Una ciudad habitada por hombres aseados, vestidos con togas blancas. Filósofos, oradores, generales, poetas, abogados y dramaturgos. La Roma de Cicerón, de Horacio, de Séneca, de Plinio y Virgilio.

Una breve mirada sobre un grupo de escritores ingleses nacidos a principios del siglo XX, para ser leídos un siglo después

Puesto que en español el marbete ‹‹la otra generación del veintisiete›› se utiliza para agrupar a esos genios que, como López Rubio, Mihura, Jardel, Tono, Neville et al. Coinciden cronológicamente pero no estética (ni políticamente en muchos casos) con los del 27, usamos el barbarismo tuentiseven para referirnos a un conjunto de escritores ingleses nacidos a principios del siglo XX, y que en algún caso mantuvo estrecha relación personal. Me gustaría indicar, incidentalmente, que nunca he sabido porqué los García, Alberti, Cernuda… eran los unos y aquellos citados los otros, como no sea por el unamuniano ‹‹hunos y hotros››.

No deja de resultarme chocante la fervorosa reivindicación feminista que nos envuelve durante estos días cuando somos el país que alumbró al mundo la figura del Burlador; más aun ahora, cuando hemos despejado la entredicha paternidad de Tirso de Molina y podemos afirmar con una cierta solvencia que su autor fue el murciano Andrés de Claramonte.

Acercarse a la obra del profesor Alberto Maestre Fuentes es llegar a realizar un viaje en el tiempo a través de la Historia. En cada página pone los distintos datos que ha recogido gracias a una intensa investigación que en ocasiones no ha sido fácil como él mismo ha podido señalar. Fechas de cuando se iniciaron los principales partidos nacionalistas saharauis así como el papel que en su momento desempeñó el Monarca Hassan II de Marruecos o el fallecimiento del Almirante Carrero Blanco.

No era de noche. Apenas las ocho de la tarde. Pero ya se perfilaban las primeras sombras de la penumbra que anunciarían su muerte. Sombras aletargadas en la brisa del cercano Tévere y pérdidas entre las siluetas de las escasas personas que a esas horas todavía cruzaban la ciudad de Roma a través de la Piazza di Spagna. Había silencio y oscuridad en el entorno.