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Los imprescindibles

26/05/2022@21:00:00
Si hay algo evidente en la gestión de la información acerca de la guerra de Ucrania, remite a su fractura en dos escalas. De una parte, la que emiten las cadenas televisivas públicas y privadas: un cruce de amnesia histórica e indigencia geopolítica sublimado con shocks emocionales. Por la otra, la que se plasma en buena parte de la prensa escrita, sumada a la que circula por las redes sociales abiertas a la complejidad.

Cuántas páginas suma el periódico que acabas de leer, o cualquiera de los libros que ilustran esta web? No las cuentes, ojalá sean más las de tu vida. Unas y otras, todas van llenas de información pormenorizada. Sin embargo, en la vida siempre hay algo más, algo que no se ve, ni se escribe, ni se imprime.

Aunque esté al alcance de cualquiera, al pie de Ulía, pido disculpas por vivir en el paraíso. Tiene la forma de un jardín frente a mi ventana. Durante todo el año, el verde perenne de un macizo de bambúes, un magnolio y dos familias de palmeras. Desde hace tres semanas, la gran explosión silenciosa y secuencial. Primero el majestuoso tilo y los abedules de hojas como pequeños corazones. Luego los castaños, levantando sus cálices blancos y rosados. También el pruno solitario, una llamarada violeta en la fronda. Después los arces y el liquidámbar, que irán variando su tonalidad del turquesa al carmesí. El último, ese ginko que asoma ya sus brotes. Son como viejos amigos que vuelven. Como ver a la joven diosa que regresa tras una larga estación en el invierno.

En la primera vuelta se elige, en la segunda se elimina. Así decía el viejo adagio acerca de las presidenciales francesas. Desde hace cinco años sucede a la inversa. Debacle tras debacle, la derecha gaullista y la izquierda miterrandiana han vuelto a resultar laminadas en esa primera vuelta. ¿Por quién? Por la revolución conservadora que no deja de expandirse ante la ceguera de las élites.

Desde su entrada en París un 18 de Brumario hasta su muerte en Santa Helena, la figura de Napoleón ha provocado un verdadero frenesí exegético. A tanto ha llegado la hagiografía del Gran Corso, que incluso ciertos esotéricos han llegado a postular que nunca existió, que más que un hombre fue un mito solar, un deslumbramiento.

El psicoanálisis tiene un punto detectivesco. ¿Tanto como los detectives algo de psicoanalistas? Las coincidencias en el método no parecen casuales. Sucede algo semejante con dos de sus iconos: Sigmund Freud y Arthur Conan Doyle. El primero bien pudiera haber sido un personaje del segundo, pues las similitudes entre el más notorio de los suyos –Sherlock Holmes-, y el célebre psicoanalista austriaco revelan un inquietante parentesco que trasciende lo literario.

Cuando Unamuno partió hacia su exilio en Fuerteventura solo metió tres libros en la maleta. Uno de ellos era los "Cantos" de Leopardi. Pienso a menudo en esa imagen por una razón: En estos tiempos de coronavirus, la única manera de leer a los clásicos pasa por el exilio interior.

2020 / CENTENARIO ISAAC ASIMOV

Nació en una aldea rusa cerca de Smolensk, en 1920, pero a los tres años ya vivía en Brooklyn. Debemos a su prodigiosa mecánica ficcional quinientos títulos que desafían la Teoría del Todo. Más allá de sus tres series canónicas –Robots, Fundación e Imperio-, su cerebro se expandió desde la divulgación científica a la histórica, y desde Shakespeare a la Biblia. Cien años después, por obra y gracia de Isaac Asimov, la metafísica escolástica ha mutado en un paradigma cuántico.

He sobrevolado los Andes a bordo de una avioneta destartalada, pero sintiéndome tan cerca del cielo que hubiera podido tocar la Cruz del Sur con mi mano. He navegado el viejo mar de Ulises tendido en la cubierta de un pesquero, sin saciarme contemplar el fulgor de Orión. He cruzado el Sahara de punta a punta y cada noche, en mi cuna de dunas, veía sobre mí ese firmamento oceánico. Millones y millones de estrellas, tantas que te vencía el vértigo de caer hacia lo alto.

Allá en Shangai, con un 90% de su población vacunada, un rebrote primaveral de la variante Ómicron vuelve a activar los más drásticos confinamientos. Ningún problema en Occidente. Como si a la pandemia se la venciera por decreto, celebramos la llegada de la bella estación declinando el uso de mascarillas. ¿Realmente estamos en el umbral del ‘Gran Reseteo’?

¿Harían una pareja feliz Cleopatra y Casanova? ¿Cómo se las ingeniaría Valmont ante Salomé? ¿Y si Tristán cayera en las redes de Lana Turner, en vez de en las de Isolda? ¿Qué hubiera sido de George Clooney en Quemar después de leer, si esa carta la hubiese rubricado la Carmen de Merimée? En este arte de los preliminares, los atributos sucumben a la estrategia. Por eso, y por más que la literatura rebose de burladores legendarios, la seducción -antítesis de la violación- es femenina. Las delicias del “coitus reservatus” feminizan a cualquier candidato a Don Juan. Incluso en los infiernos.

El dandi sanguinario que encarnaba Jack Nicholson. El agente del caos con sus ojos hervidos en cráteres de khol al que dio vida Heath Ledger. O, finalmente, el Joker de piel cadavérica y sonrisa acuchillada que ha llevado a Joaquin Phoenix al Olimpo del séptimo arte. ¿Hijos del siglo? Sí, pero del XIX. Todos ellos emergen de dos tinteros magistrales. Víctor Hugo y Alejandro Dumas fueron sus padres putativos. Hasta que Francis Bacon, ya en el XX, lo incorporó a su galería de los horrores contemporáneos.

En estos días de confinamiento, celebramos el Día del Libro tal vez sin reparar en que quienes lo justifican, fueron dos ilustres confinados como Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Sus obras derriban muros, abren espacios donde los confinados desafían todos los confines. Es así como el libro, cualquier buen libro, se nos presenta simultáneamente cono vacuna y vector de libertad. Porque libro y libertad, liber et libertas, son sinónimos de un antivirus universal, llamado literatura.

Aunque no lo parezca, el pavor metafísico que experimentábamos durante aquellas noches de difuntos de tiempo atrás, cuando veíamos surgir por la espalda de Don Juan Tenorio al espectro del Comendador, tiene mucho en común con todo lo que fantaseamos –y fantasearemos, una vez que la pesadilla quede atrás- a cuenta de la pandemia del Covid-19.

Lo conocí en Bilbao, hace veinte años. Él sumaba ya cuarenta lejos de este mundo pero, a decir verdad, parecía el visitante más vivo del Guggenheim. Mark Rotkho, el maestro del expresionismo abstracto, había nacido en Letonia, un 25 de septiembre de 1903, y murió en Nueva York el 25 de febrero de 1970, reventado a base de barbitúricos después de intentar cortarse las venas con una cuchilla oxidada, en la soledad más absoluta.