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LITERATURA > FIRMA INVITADA
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Si el rey Felipe II utilizaba esa expresión, para nombrar despectiva y vengativamente a Ana de Mendoza, Princesa de Éboli, Kate O’Brien la resignificó al utilizarla como título de su séptima novela, publicada en 1947. Bien podemos utilizarla ahora, en un sentido muy diferente, para referirnos a la escritora, por su calidad literaria, su amor por España; su interés en figuras literarias e históricas españolas (Teresa de Jesús, Ana de Mendoza, Jacinto Benavente y Miguel de Cervantes); su valentía al abordar temas que le valieron la prohibición de dos de sus novelas (Mary Lavelle (1936) y Land of spices (1941) en Irlanda por contradecir los rígidos parámetros de moral sexual impuestos por el gobierno de Eamon de Valera, y la prohibición de otra en España, por el gobierno franquista, Farewell Spain (1937), por su decidida defensa de los valores de la República y su condena del golpe militar; y el carácter feminista de su literatura, en que nos muestra mujeres independientes, capaces de tomar decisiones y defender aquello en lo que creen, como sucede en la novela que comentamos.
Gracias a la ejemplar colaboración del benemérito biógrafo cervantino Alfonso Dávila Oliveda, Secretario de la Asociación Cultural Universis de Alcalá de Henares, ex Director del Archivo General de la Administración del Estado Español, editor de Itinerarios de Alcalá de Henares (Aguadulce, Editorial Círculo Rojo, 2023), y autor de los excelentes libros, entre ellos, Miguel de Cervantes. Apuntes para una biografía. El espía (1595-1603), (Editorial Círculo Rojo, 2019); Miguel de Cervantes Saavedra, el espía de Felipe II, que acabó con Hasán Bajá, virrey de Trípoli y Argel (1595-1601). Apuntes para una biografía, (USA, Columbia, SC, 2017); y Miguel de Cervantes. Apuntes para una biografía. Volumen IV. El abuelo. (1604-1608), (Editorial Círculo Rojo, 2023), descubrimos 21 nuevas joyas documentales del glorioso Manco sobre su vista en la Sartén de Andalucía, que empieza el 6 de julio de 1588 y termina el 19 de julio de 1588:
«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra
El mundo literario boliviano, una vez más, se viste de luto ante la triste noticia del fallecimiento de una de las plumas más destacadas de Bolivia y una figura prominente en la escena literaria internacional. El sábado 20 de enero murió la escritora, Gaby Vallejo Canedo, a la edad de 82 años, en la ciudad de Cochabamba (Bolivia).
Bien asentado en un café literario de Buenos Aires, en compañía de Borges en carne y hueso imaginario, el narrador de “Ajedrez”, el primero de los cuentos de El ojo mágico de Antonio Jurado (EDA Libros, 2023) le espeta al lector: “La lectura me parece la mejor manera de ver la vida sin intermediarios”. O sea, empecé a percatarme muy pronto de que los ojos de su autor son capaces de abarcar 360º grados, que observan como los de un águila real y que su ojo es mágico porque ve lo que no vemos los demás.
Introducirse en la obra y en la vida de Arturo Pérez Martínez es hacerlo entre dos mundos por eso el título de su obra es "Regalar la vida. Es un cuento japonés".
Los sajones con bastante precisión distinguen entre “History” y “Story”, que diferenciaría la historia que elaboran los historiadores con datos fidedignos y que acoge hechos y personajes verídicos, de las otras historias, albergues de ficciones y personajes inventados. Los anglos pues, no precisan de explicación alguna para distinguir historia de ficción, basta utilizar la palabra adecuadamente. Dicen por ejemplo: “Love story”[1], o “West side story”[2], y nadie duda de que lo tratado ahí sea una invención. En español sin embargo tenemos idiomáticamente la limitación de considerar historia a ambas modalidades. Decimos: “te voy a contar una historia” para referirnos a una ficción. Cuando aludimos a un hecho verdadero, hemos de reforzarlo con la explicación de que ocurrió realmente, que es un hecho histórico.
[1] Película americana de 1970, basada en el best- seller del mismo título de Erich Segal. Director Arthur Hiller. Protagonistas: Ali MacGraw y Ryan O´Neal
[2] Película musical americana de 1961, dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins. Música de Leonard Bernstein. Protagonizada por Natalie Wood y Richard Beyner
Permítasenos otorgar un realce, acaso inmerecido para estos rudimentos, reproduciendo, a manera de introducción y resguardo, dos citas de incontrovertible ponderación; en La tragedia griega (Gredos, Madrid, 2011), la erudita Jacqueline de Romilly afirma: “Haber inventado la tragedia es una hermosa medalla de honor; y esa distinción pertenece a los griegos”. Por su parte, el padre dominico André-Jean Festugière, filólogo, filósofo y notable traductor, comienza su imprescindible ensayo La esencia de la tragedia griega (Ariel, Barcelona, 1986) con la siguiente aseveración: “Sólo una tragedia hay, y es la griega.”
Imaginar, que no inventar. Porque solo es posible imaginar si se ofrece un pie real a nuestras ensoñaciones; lo mismo que don Quijote, que no hace surgir sus molinos de la nada. Imaginar como un salto, no como un vuelo; una cabriola que puede llegar muy alto, pero que no desdeña su origen, la firmeza de lo real.
De seguir así, este par de paginas va a parecer una capilla de responsorios con tanto centenario, porque ya suman cuatro seguidos. En mi disculpa, argüiré que no tenía escapatoria al tratarse de La vorágine, el más formidable relato que se haya escrito en el fulgor verde de Nueva Granada, la de José Celestino Mutis y la de Alejandro von Humboldt, la de don Pedro de Ursúa y también la de aquel Bolívar, ensopado de lluvia hasta la calavera y tiritando renuncios hacia la muerte, cuando ya no era sino el escueto Longanizo y Santander le había birlado la partida de la Historia.
Como todo el mundo sabe, existe un complot en marcha para acabar con la literatura. Cada uno de los actores implicados en el drama (escritores, editores, críticos, periodistas, lectores) le da su puñalada, por riguroso turno, como en “Asesinato en el Orient Express”. Además, hay quien piensa, caso de Luisgé Martín, que el progreso tecnocientífico podría convertirla en una actividad periclitada y prescindible en un beatífico futuro transhumanista. Sostiene nuestro autor en su provocador e inteligente ensayo, “El mundo feliz”, que si los avances en cibernética, neurología, genética e inteligencia artificial permiten a los ciudadanos del mañana vivir en un mundo indoloro, tal vez las obras maestras de la literatura resulten incomprensibles e indescifrables para esos benditos habitantes de futurolandia (los Eloi de H.G. Wells, más o menos) y nadie las necesite ya para rumiar o gestionar su angustia o su frustración. Así, la vieja catarsis aristotélica sería devorada por una versión avanzada de ChatGPT combinada con un buen cóctel de psicofármacos y tal vez algunos implantes.
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