La colección de Ensayo Histórico de Edhasa es sobresaliente cum laude, en Historia Antigua y Medieval, que son mi especialidad, al margen del éxito comercial que no me compete juzgar, y sus libros han sido, son y serán de referencia para la historiografía. En ese baremo estamos con este volumen, que en este caso narra, de forma pormenorizada y rigurosa, un hecho que fue irrepetible, pero esencial para el cambio del derrotero del Mundo Antiguo. Estimo que, con esa batalla se mutó el tiempo de la historia, y un nuevo régimen autocrático comenzó a gobernar en Roma y en el SPQR o Senatus Populusque Romanus. Un Princeps et Imperator decidiría, motu proprio, la nueva política del orbe conocido, y a posteriori sería nominado como el Emperador César Augusto. En esta grandiosa batalla de la Antigüedad se enfrentaron dos militares y políticos a los que les separaba todo, inclusive habían sido aliados y, ahora, eran enemigos furibundos e irreconciliables. El joven era Gayo Julio César Octaviano, sobrino-nieto y primer heredero de toda la fortuna, incluida la política, del Dictator Perpetuus Gayo Julio César, asesinado vilmente en las Idus (15) de Marzo del año 44 a.C. El segundo, ya maduro, soberbio y orgulloso, había formado parte del Segundo Triunvirato, ahora pasaba ampliamente la cincuentena, y era reputado claramente como el número uno de los bebedores o alcohólicos de Roma, se llamaba Marco Antonio y, en este momento histórico, estaba ejerciendo como marido faraónico de la Reina del Alto y del Bajo Egipto, Cleopatra VII Filopátor. Ambos a dos iban a intentar que el vencedor se quedase con toda la potestas et auctoritas de Europa. Los dos enemigos poseían un muy diferente modo de combatir. El futuro Augusto poseía un ejército de eficacia segura, gran número de legiones, un equipo moderno y, sobre todo, dinero suficiente para mantener todo ello. El otro, Marco Antonio, poseía veteranía y experiencia, pero se consideraba, por su habitual autosuficiencia, mejor de lo que era en la realidad palpable. “Un buen día de septiembre de hace más de dos mil años, las tripulaciones de seiscientos buques de guerra -cerca de doscientas mil personas- se enfrentaron y murieron por el dominio de un imperio que se extendía desde el canal de la Mancha hasta el río Éufrates, y que andando el tiempo todavía habría de ampliar más sus límites al anexionarse lo que hoy es la localidad escocesa de Edimburgo y alargar su brazo hasta el mismísimo golfo Pérsico. Una mujer y dos hombres enfrentados tuvieron en sus manos el destino del mundo Mediterráneo. La dama, atendida por sus solícitas doncellas, fue una de las soberanas más famosas de la historia: Cleopatra”. Sea como sea, la reina de Egipto tenía bien claro que esa batalla iba a definir el ser o no ser de su patria. Pero, además, el bando de los provenientes de la metrópoli tenía a su favor al mejor almirante del momento histórico, quien sería el auténtico vencedor de la conflagración bélica, y se llamaba Marco Vipsanio Agripa. Otra mujer, pero esta desde Roma, rivalizaba con la egipcia por el interés afectivo de Marco Antonio, era la hermana y recién ex-esposa del triunviro, y se llamaba Octavia, quien era inteligente y con una personalidad claramente definida de no dejarse manipular. “El de Accio fue un acontecimiento decisivo de enorme trascendencia. Si Antonio y Cleopatra hubieran triunfado, el centro neurálgico del Imperio romano habría basculado al este. La ciudad de Alejandría, en Egipto, habría competido con Roma por el título de capital imperial. Y un imperio con la mirada vuelta hacia el Oriente se habría parecido más al formado posteriormente por los bizantinos, aunque todavía más interesado que la élite de habla latina de la Roma imperial en las culturas griega, egipcia y judía, por no señalar otras igualmente importantes del levante Mediterráneo. Ese imperio podría no haber incluido nunca a Gran Bretaña en su territorio, quizá no hubiera chocado con Germania, y tal vez no hubiera dejado la profunda huella que imprimió en la Europa occidental. Pero fue Octavio quien se alzó con la victoria”. Tras la victoria, Augusto fundaría una Ciudad de la Victoria, para dar fe monumental de quien era el poseedor de las normas, que se iban a imponer a todos los pueblos que fuesen conquistados por Roma, a partir de ese momento histórico. Esa ciudad se llamó Nicópolis, y el adjetivo calificativo de gran victoria se lo otorgaría el propio César Augusto, ya que como ha ocurrido en todas las ocasiones de la Historia, son los vencedores los que definen el qué y el cuándo del hecho bélico historiográfico. Por lo tanto, para Augusto la victoria fue inconmensurable y paradigmática, los réprobos perdieron y serían expulsados de la Historia. En el año 29 a.C., el propio César Augusto crearía un monumento conmemorativo de dicho hecho, en el mismo lugar geográfico en el que estuvo su cuartel general. “El victorioso general (Imperator) César, hijo de un Dios, vencedor en la guerra librada en nombre de la república en esta región, habiendo sido nombrado cónsul por quinta vez y proclamado siete veces triunfador, consolidada al fin la paz por tierra y mar, consagró a Marte y a Neptuno el campamento del que partió a combatir, adornándolo con los despojos del enfrentamiento naval”. La batalla de Accio fue el culmen de una campaña de seis meses, en la que se produjeron diversos enfrentamientos tanto navales como terrestres. La República de Roma va incrementando ya sus problemas sociales, políticos y civiles, desde la caída o el genocidio de Cartago, en la Tercera Guerra Púnica, ya que, al no tener enemigos exteriores, la lucha por el poder se instituirá en el propio Foro de Roma, y entre los mismos ciudadanos. El hecho bélico de Accio tuvo lugar en el año 31 a. C., pero su preámbulo ya tendría lugar en el año 49 a.C., cuando el Procónsul de la Galia, Julio César, decidió cruzar el riachuelo del Rubicón, decidiendo romper las normas del Derecho Romano que prohibía, taxativamente, la no licencia de las tropas cuando el general de que se tratase se acercase al Triunfo en Roma. Ese pequeño accidente fluvial era el límite existente entre la región militar de la Galia Cisalpina y el ámbito civil de la República de Roma. Tras aplastar a su gran enemigo, Gneo Pompeyo Magno, consiguió ser nominado por el Senado de Roma como Dictador Perpetuo, para finalizar su vida siendo asesinado en la Curia de Roma, el 15/Idus de marzo del año 44 a.C. Sus múltiples enemigos, celosos de su poder y de su plausible, pero nunca demostrable, deseo de instaurar la monarquía, creyeron, de forma errónea, que habían conseguido restaurar nuevamente a la República, idolatrada, pero con pies de barro. En esa Roma antañona, se encontraban muchos de los futuros actores en Accio, concretamente Cleopatra VII estaba en la urbe capitolina para presentar a su hijo, tenido con el propio Julio César, y que se llamaba Ptolomeo Cesarión, quizás en su fuero interno pretendía que este niño ocupase el puesto de su todopoderoso padre. «Tras el asesinato de Julio César en el año 44 a.C., fueron dos los hombres que se disputaron el mandato de la todopoderosa Roma: Marco Antonio y el heredero elegido por el propio César, el joven Octavio, futuro Augusto. Pero Marco Antonio se enamoró de la mujer más poderosa del mundo, la gobernante egipcia Cleopatra, y junto a ella consiguió de primeras frustrar la ambición de Octavio de gobernar el Imperio. Y entonces estalló una nueva guerra civil. Corría el año 31 a. C. cuando tuvo lugar una de las mayores batallas navales del mundo antiguo: más de 600 barcos, casi 200.000 hombres y una mujer. Se conoce como la batalla de Accio, y el resultado fue claro: la victoria cayó del lado de Octavio, quien posteriormente derrotaría de forma definitiva a Marco Antonio y Cleopatra. Más tarde, los dos amantes acabarían suicidándose… Las consecuencias de Accio cambiaron para siempre el destino del Imperio romano. De haber ganado Marco Antonio y Cleopatra, la capital podría haberse trasladado a Alejandría, y el latín podría haberse convertido en el segundo idioma del Imperio después del griego. Sin embargo, con Octavio llegó la era de los césares. Barry Strauss, graduado y doctor en Historia en la Universidad de Cornwell, donde es profesor de Historia y Cultura clásica, nos narra esta historia, fascinante y emotiva, que no se había contado hasta ahora con el detalle, el dramatismo y la intensidad que merece: la de la campaña que culminó en Accio en el 31 a. C.». El mayor beneficiado de esa eximia victoria militar sería un joven, casi desconocido en Roma, que en el momento de la muerte de Julio César tenía solo 18 años, y tal era su nivel de inteligencia, que Gayo Julio César había modificado ya su testamento a su favor, en el otoño del año 45 a.C. En esas primaverales Idus de marzo del año 44 a.C., todos los protagonistas de Accio ya están en el escenario. Por lo tanto, me gusta mucho esta obra de Historia Antigua sobre Accio y sus actores, lo que me conduce, sin solución de continuidad, a recomendar con interés este libro. «Confusa ebrius est non iens ut producat ex optimis in sobrii sint mulier». Puedes comprar el libro en:
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