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Umberto Eco
Umberto Eco (Foto: Archivo)

‘El nombre de la rosa’ de Umberto Eco cumple 40 años

Por Francisco J. Castañón
domingo 11 de octubre de 2020, 09:00h

Hace ahora 40 años la editorial italiana Bompiani publicó una de esas novelas llamadas a convertirse pronto en un clásico y entrar por derecho propio en la historia de la literatura universal, ‘El nombre de la rosa’ del escritor piamontés Umberto Eco.

El nombre de la rosa
El nombre de la rosa

Desde su aparición en 1980, la novela tuvo el reconocimiento de la crítica y del público lector. En poco tiempo se convirtió en un best seller. Diarios como The New York Times o Le Monde la valoraron como uno de los libros fundamentales del siglo XX. Asimismo, obtuvo premios como el Strega (máximo galardón de la literatura italiana) o el prestigioso Médicis étranger (a una novela de autor extranjero publicada en francés).

De ‘El nombre de la rosa’ se han vendido hasta la fecha más de 15 millones de ejemplares y la novela ha sido editada en 35 países. En España fue publicada en 1982 por la Editorial Lumen con una espléndida traducción de Ricardo Pochtar, gran conocedor de la obra de Eco. Aún hoy es posible encontrar en librerías de viejo o en ferias de libro antiguo y ocasión las magníficas ediciones de tapa blanda de Lumen en las que muchos leímos esta obra. Un pequeño tesoro para quienes gusten de esta novela o sean fieles seguidores de Eco.

‘El nombre de la rosa’ fue la primera novela del escritor, filósofo y profesor Umberto Eco. Tras ella publicaría media docena de novelas, alguna de difícil lectura como ‘El péndulo de Foucault’ que vino inmediatamente después. Títulos como ‘La isla del día de antes’, ‘Baudolino’, ‘La misteriosa llama de la Reina Loana’,‘El cementerio de Praga’ y ‘Número cero’ completan su producción narrativa.

Nacido en 1932 en Alessandría, ciudad de la región italiana de Piamonte, Eco era profesor de Semiótica en la Universidad de Bolonia cuando publicó esta novela. Como ya se ha comentado, ‘El nombre de la rosa’ fue considerada muy pronto y de manera casi unánime una de las novelas más notables de la literatura universal, surgida en el marco de las letras europeas. Pero es importante decir que no fue la obra de un escritor primerizo por el hecho de ser su primera novela.

Umberto Eco tenía ya mucho oficio literario cuando escribió esta obra. No debemos olvidar que entre 1956 y 1979, Eco había publicado más de una veintena de ensayos entre los que se encuentran títulos como ‘El problema estético en Tomás de Aquino’, ‘Obra abierta’, ‘Apocalípticos e integrados’, ‘Las poéticas de Joyce’, ‘El beato de Liébana’ o ‘Lector in fabula’.

Sin embargo, con ‘El nombre de la rosa’ Eco se convirtió en un autor conocido y reconocido por la gran calidad literaria de la novela, así como por el impacto cultural e incluso formal de una obra que consiguió dar un impulso innegable a la novela histórica y al denominado género negro. Todo ello, a través de un relato donde se entremezcla un argumento ‘policiaco’ con un elevado debate filosófico o intelectual.

Como puede leerse en la contracubierta de la edición de bolsillo de 1988 publicada por Lumen, ‘la novela participa de características propias de la novela gótica, la crónica medieval, el relato policiaco, la narración ideológica en clave y la alegoría’.

El resultado: un libro apasionante de lectura ágil, pero no fácil. Una novela que entretiene, pero no es literatura de entretenimiento. Una obra que capta nuestro interés desde la primera página y eleva nuestro conocimiento, como pocas novelas son capaces de hacerlo. Aunque, precisamente por ello, exige atención al lector que se adentra en su trama.

En cualquier caso, la popularidad alcanzada por ‘El nombre de la rosa’ fue tal que seis años después de su publicación la novela llegó a la gran pantalla con enorme acierto. El encargado de convertir en fotogramas las palabras de Eco fue el cineasta Jean-Jacques Annaud. El director francés no solo respetó y condensó con brillantez la trama de la novela, sino que supo extraer el trasfondo de una obra en la que conviven diferentes niveles de lectura.

Annaud anunció su película como ‘un palimpsesto sobre la novela de Umberto Eco’, o sea un texto escrito sobre una página ya utilizada. Con esta descripción el director francés le daba un toque muy medieval a la presentación del filme, ya que el empleo de palimpsesto fue común en aquel tiempo. Asimismo, se cubría las espaldas ante posibles quejas del autor por los cambios realizados a la hora de adaptar el texto. Umberto Eco apreció la picardía del cineasta francés. Su reacción el día del estreno fue indulgente: ‘Soy un espectador sospechoso y debo callar”, afirmó el escritor italiano.

Hoy en día, puede que la novela sea más conocida para el gran público por esta coproducción de 1986 en la que participaron Italia, Francia y Alemania Occidental (por entonces no había caído aún el Muro de Berlín). Lo cierto es que Sean Connery, en el papel de fray Guillermo de Baskerville, y un joven Christian Slater interpretando al novicio Adso de Melk, dieron nueva vida a ‘El nombre de la rosa’ a través del cine. De esta forma, incluso para quienes leímos la obra antes de ver la película creo que se nos hace difícil imaginar a fray Guillermo o a Adso con otro aspecto que no sea el de Connery o Slater. Lo mismo podríamos decir de Berengario (Michael Habeck), Salvatore (Ron Perlman), Bernardo Guy (Murray Abraham), etc. La película se rodó en una colina cerca de Roma y en el monasterio Eberbach (Alemania).

Más tarde, la novela inspiró, entre otros productos audiovisuales, el videojuego español La abadía del crimen (1987). También juegos de mesa como El misterio de la Abadía (1996). En 2013, el director de escena Garbí Losada adaptó la novela al teatro. Así, 33 años después de su publicación, la obra se estrenó por primera vez sobre un escenario en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres. Recientemente, en 2019, Alemania e Italia produjeron una miniserie de 8 capítulos, dirigida por Giacomo Battiato, que ha cosechado críticas muy dispares.

En todo caso, el cuarenta cumpleaños de esta excelente novela es una oportunidad para descubrirla, si no la han leído aún, o para regresar a sus páginas si ya la leyeron. Estas líneas quieren ser una invitación a ello.

Lo primero que sorprende cuando comenzamos su lectura son las tres ‘introducciones’, por decir así, que aportan varias claves para situar el origen y el carácter del relato: ‘Naturalmente, un manuscrito’, una ‘Nota’ y el ‘Prólogo’. Porque, en efecto, todo parte de un supuesto manuscrito que llega a manos del autor por casualidad. El autor nos habla de un libro escrito por un abate llamado Vallet que sostiene ‘ser copia fiel de un manuscrito del siglo XIV’, hallado en la abadía de Melk (Austria) por el erudito del siglo XVII J. Mabillon. Eco declara al respecto: ‘yo digo que Vallet decía que Mabillon había dicho que Adso dijo…’ Desde el principio observamos que todo en esta novela va a ser tan ‘laberíntico’ como la biblioteca de la abadía donde se esconde el secreto sobre el que gira la trama de esta novela.

También es llamativo el momento y el lugar donde el autor se topa con el manuscrito citado. Será el 16 de agosto de 1968 mientras se encontraba en Praga, por entonces capital de la hoy desaparecida Checoslovaquia. Un episodio ficticio con una relevante carga simbólica. Hay que recordar que 1968 fue el año más convulso de la segunda mitad del siglo XX. Fue el año de las revueltas más importantes contra la guerra de Vietnam en las Universidades estadounidenses, el año del famoso ‘Mayo del 68 francés’, de la masacre de estudiantes y civiles en la Plaza de las Tres Culturas en ciudad de México, del asesinato de Martín Luther King y de Robert Kenedy… y el año de la Primavera de Praga. De hecho, el autor tendrá que huir de Praga cuando el 22 de agosto entren los tanques soviéticos para poner fin a la insurrección checa. Podía Eco haber elegido otro año para situar este episodio, pero no lo hizo. ¿Eligió 1968 por su gran relevancia histórica? ¿Quiso decirnos algo con ello? ¿Quizá que el mundo contemporáneo podía ser tan inestable como la Europa medieval de 1327?

Ambientada en la primera mitad del siglo XIV, concretamente en la Italia de 1327, ‘El nombre de la rosa’ nos transporta a una época turbulenta de la Edad Media europea. No solo en lo político, sino también, y sobre todo, en el aspecto religioso. La Iglesia católica venía intentando consolidar su hegemonía desde hacía bastante tiempo. El año en que se desarrolla la novela los papas residían en la ciudad francesa de Aviñón. Así lo hicieron siete Obispos de Roma entre 1309 y 1377, período que no debe confundirse con el Cisma de Occidente que vendría inmediatamente después.

Durante varios siglos los papas hicieron frente a diversas corrientes heréticas o a poderes emergentes. Así, en el siglo XIII combatieron a los cátaros hasta la caída en 1244 de su último bastión, la ciudadela de Monstegur; a los seguidores del Abad Joaquín de Fiore; a los ‘fraticelli’ o al movimiento valdense que se extendió hasta el siglo XVI. Por otro lado, en 1312 había sido disuelta en Francia de forma expeditiva la célebre y demasiado influyente Orden de los Templarios. Dos años más tarde en París, sus más altos dirigentes fueron quemados en la hoguera, tras un arbitrario proceso cuya sentencia fue leída en el atrio de la catedral de Notre Dame. En otros países los templarios corrieron diversa suerte. En España no fueron perseguidos con virulencia como en la vecina Francia, siendo exonerados de diversas acusaciones sin fundamento. Muchos se integraron en órdenes como Calatrava o Montesa.

Adso de Melk, hace referencia a este episodio en su narración: ‘Juan XXII, quiera el cielo que nunca otro pontífice adopte un nombre ahora tan aborrecido por los hombres de bien (…) había apoyado a Felipe el hermoso [Felipe IV de Francia] contra los caballeros templarios, a los que éste había acusado (injustamente, creo) de delitos ignominiosos, para apoderase de sus bienes, con la complicidad de aquel clérigo renegado [se refiere al Papa].

Todo ello en una Europa en la que dos príncipes se consideraban emperadores del Sacro Imperio Romano, Ludovico de Baviera y Federico de Habsburgo. El propio Adso de Melk es hijo de un caballero que sirve a Ludovico de Baviera.

Umberto Eco era un gran conocedor del mundo medieval. En un libro anterior, ‘Lector in fabula’, había fijado su mirada literaria en una polémica que se planteó en el siglo XIV entre el Sumo Pontífice y los llamados franciscanos espirituales, un movimiento en los límites de la herejía que había nacido en el seno de la orden franciscana para defender la observancia rigurosa de la Regla y el Testamento de san Francisco de Asís. La controversia giraba en torno a la posesión de bienes y la pobreza de los apóstoles de Jesucristo. O sea, sobre si la Iglesia católica debía ser o no ser pobre. La polémica no fue baladí, pues en ella participaron pensadores de la talla de Guillermo de Ockham, quien profundizó sobre la doctrina de la pobreza apostólica, algo esencial para muchos franciscanos y una tesis dudosa y herética para el papado y los dominicos.

Este debate entre los espirituales y los delegados papales es una constante en el argumento de la novela, donde además el autor introdujo una de las herejías que había sido perseguida sin cuartel en los primeros años del siglo XIV, la herejía dulcinista. Liderados por fray Dulcino de Novara, los dulcinistas, entre otras cosas, se oponían a la jerarquía eclesiástica y al sistema feudal. Asimismo, propugnaban ideales de pobreza y humildad, y el establecimiento de una sociedad igualitaria. Por ello, el papa Clemente V decretó contra esta herejía una cruzada. De nuevo, cristianos contra cristianos. Dulcino sería capturado, torturado (como mandaban los cánones) y, por supuesto, quemado en la hoguera junto a su esposa Margherita.

En cualquier caso, la idea de Eco fue escribir una novela policíaca. Algo que sin duda consiguió. La crítica ha destacado una posible influencia en Eco del escritor británico Arthur Conan Doyle, creador del personaje Sherlock Holmes que parece tener paralelismos con Guillermo de Baskerville. Los crímenes que se suceden en una imponente abadía benedictina del norte de Italia, tienen su leitmotiv ‘en un libro que mata o por el cual los hombres matan’, como asevera el fraile franciscano (Sean Connery) en la película.

Sabemos que Umberto Eco se inspiró para construir su abadía en un monumento simbólico de la región del Piamonte, su región de nacimiento, La Sacra de San Michele. Se trata de un complejo arquitectónico erigido en la cima del monte Pirchiriano a 962 metros de altitud, en la desembocadura del valle de Susa. Otros lugares que inspiraron la imaginación de Eco fueron el Santuario de la Nostra Signora della Guardia, construido sobre el año 1500 en la cima del monte Figogna o la mansión Cheirasca en la localidad piamontesa de Gavi.

Sin embargo, al igual que sucede con ese lugar de La Mancha del que Cervantes no quiere acordarse y sobre el que tanto se ha especulado, la abadía creada por Umberto Eco tampoco puede localizarse en un lugar concreto. Adso no revela la ubicación en la novela, situándola en una zona imprecisa de los Apeninos, entre Piamonte, Luguria y Francia.

Una vez en el interior de la abadía, la Biblioteca será el epicentro de la trama. La Biblioteca, cuya planta ‘reproduce el mapa del mundo’, es según fray Guillermo una de las más grandiosas, sino la mayor de la Cristiandad. Más grande que la de Bobbio, Pomposa, Cluny o Fleury. Su elenco de códices es muy superior a los 6.000. Puede competir, dice textualmente, con las 36 bibliotecas de Bagdad o los 10.000 códices del visir andalusí Ibn Alkami y el número de sus Biblias iguala los 2.400 ejemplares del Corán de El Cairo. También cita el fraile la ‘arrogante’ leyenda de la Biblioteca de Tripoli, donde los infieles dicen tener 6 millones de volúmenes.

El libro asesino se guarda en la fastuosa Biblioteca y no es otro que el Libro II de la Poética de Aristóteles, una obra supuestamente perdida durante la Edad Media de la cual, en la novela de Eco, se conserva un ejemplar en una sala secreta de la laberíntica biblioteca de la abadía. En la realidad, se ha especulado mucho sobre la Poética. Unos piensan que el libro nunca fue escrito, otros que desapareció en el medievo y algunos que se trataba sólo de un texto elaborado por un amanuense de la obra aristotélica. Sin embargo, un documento bizantino del siglo X titulado Tractatus Coislinianusen recoge una teoría de la comedia en la tradición aristotélica que bien pudiera ser un resumen o estar fundada en el extraviado Libro II. El Tractatus afirma que la comedia provoca el placer y la risa, tan censurada por el monje Jorge de Burgos. Este manuscrito del siglo X se conservó en el Gran Monasterio de Lavra en el Monte Athos. En la actualidad se encuentra en la Bibliothèque Nationale de París.

El nombre de la rosa’ es sin duda una novela para disfrutar, por la riqueza de contenidos y personajes que oscilan entre la creación literaria y la historia. Los protagonistas responden a una intención bien determinada. La crítica ha puesto de manifiesto, por ejemplo, la conexión entre el franciscano Guillermo de Baskerville en la ficción y el ya citado Guillermo de Ockham, personaje histórico este último en el que Eco pensó inicialmente para ser el protagonista principal de su novela.

Por otro lado, el joven Adso, hijo del barón austriaco de Melk al servicio del emperador Ludovico IV de Baviera, es quien narra la historia siendo ya octogenario. Este personaje pudiera estar basado en el abad francés de igual nombre, Adso de Montier-en-Der,​ nacido en 920 y autor de una biografía sobre el anticristo.

El libro nos sumerge en la rígida vida monacal, ordenada según las horas litúrgicas. La abadía es el escenario donde se suceden los hechos que conmocionan a una congregación dominada por la superstición y el temor al fin de los tiempos, y en el que fray Guillermo, decepcionado de su etapa como inquisidor (‘También un inquisidor puede obrar instigado por el diablo’, nos dice), representa aquí la razón y la indulgencia. Un universo monástico que Eco construyó a lo largo de un año, leyendo, dibujando, haciendo esquemas y diagramas, pero sin escribir una sola línea.

Entre los monjes destaca el español Jorge de Burgos, personaje creado por Eco como homenaje a su admirado Jorge Luis Borges, pero también para hacer una alusión a la Hispania medieval, en la que surgieron magníficos manuscritos ilustrados, como el Comentario al Apocalipsis del Beato de Liébana.

Otros personajes de la novela fueron figuras eminentes de la Edad Media. Es el caso del franciscano Ubertino da Casale, líder de los espirituales; Michele de Cesena, ministro general de la orden franciscana y teólogo; Girolamo de Caffa, franciscano que llegó a ser primer obispo de Cafa (Crimea) y cuyo nombre era Jerónimo de Cataluña; el Cardenal y diplomático galo al servicio del papa de Aviñón, Bertrando del Poggetto; o el dominico e inquisidor francés Bernardo Guidoni que ocupó durante un tiempo el obispado de Tuy (Galicia), escribió un importante tratado para inquisidores y murió con setenta años en la ciudad de Louroux (Francia), pero no de forma violenta como sucede en el film de Annaud. Bernardo Gui, junto a Nicolás Eymirich (los dos del siglo XIV) y Tomás de Torquemada (del siglo XV) fueron posiblemente los tres inquisidores más famosos.

Son numerosas las preguntas e interpretaciones que desde su publicación ha suscitado la novela, tantas que el propio Eco, en contra de sus principios, se vio obligado a escribir las ‘Apostillas a El nombre de la rosa’. En ellas desvela Eco que el título de la novela tiene que ver con un verso extraído de la obra De contemptu mundi de Bernardo Morliacense, un benedictino del siglo XII, donde nos advierte que de todo aquello que desaparece únicamente nos quedan los nombres.

Dejo ahora mis oculi de vitro cum capsula sobre el scriptorium, no sin antes recomendarles vivamente que se adentren en las páginas de ‘El nombre de la rosa’, pues en esta novela de suspense hallarán muchas de las cosas ‘sabias, buenas y verdaderas’ que fray Guillermo enseñó a su discípulo Adso. Entre otras que de la rosa, al final, tan solo queda el nombre: ‘stat rosa pristina nomine, nomina muda tenemus’.

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