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Roberto Villa García
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Roberto Villa García (Foto: cedida por el autor)

Entrevista a Roberto Villa García: “Hasta la publicación de este libro no se conocía lo que sucedió en nuestra revolución de 1917”

Autor de “1917. El Estado catalán y el soviet español”
Por Javier Velasco Oliaga
domingo 04 de abril de 2021, 11:32h

El historiador e investigador Roberto Villa García acaba de publicar un libro ciertamente sorprendente sobre un periodo de nuestra historia que ha sufrido ciertas interpretaciones partidistas. Lleva por título “1917. El Estado catalán y el soviet español” y ha sido publicado por la Editorial Espasa. En el libro, explica, a la luz de nuevas fuentes históricas, el proceso revolucionario abierto en España mientras en Europa se libraba la Primera Guerra Mundial y en uno de sus extremos, Rusia, acontecía su célebre revolución.

1917. El Estado catalán y el soviet español
1917. El Estado catalán y el soviet español

Roberto Villa García se formó como historiador en la Universidad de Granada. “Me di cuenta, por la limitación de las fuentes a mi disposición, de que allí sólo podría dedicarme con preferencia a la historia regional, así que me presenté a una plaza de profesor en una universidad de Madrid”, nos cuenta y agrega con decisión “a mí lo que realmente me apasiona es investigar. Me lo paso realmente bien en los archivos, entre legajos y carpetas, aunque admito que en las aulas también disfruto mucho enseñando historia a mis alumnos”.

Su nueva obra es producto de dos años y medio de trabajo, que se ha visto acelerado por la pandemia. “He pasado más tiempo en casa por culpa de la covid-19 y lo he aprovechado a fondo para terminar de redactar el libro, de ahí que haya tardado menos de lo que suele ser habitual”, nos revela el investigador. El resultado es un libro de historia novedoso, que combina la documentación de más de una veintena de archivos nacionales e internacionales. “Muchas de mis ideas preconcebidas por los estudios académicos han cambiado al acercarme a esas fuentes”, afirma.

El ámbito de interés del investigador granadino era la Segunda República, y el estudio de los precedentes le hizo fijar su objetivo en los hechos revolucionarios de 1917. “Siempre he tenido curiosidad por conocer por qué en España no se consolidó la democracia en los años de la Restauración, y creo que se debe a que aquella ruptura política hizo descarrilar el proceso democratizador abierto a principios del siglo XX”, expone. Justo lo que ocurriría también en buena parte del continente europeo. “El proceso revolucionario de 1917-1918 es esencial para entender por qué hubo que esperar hasta 1975 para que se restauraran en España las libertades”, asevera.

Es curioso que siendo España el único país neutral de la Gran Guerra no transitara hacia la democracia plena teniendo mejores condiciones de partida que otros países europeos. Tuvo mucho que ver el intento de determinadas fuerzas rupturistas como la Lliga de Cambó, el sindicalismo revolucionario de CNT y UGT, el republicanismo o los militares junteros de aprovechar la crisis abierta por la Primera Guerra Mundial para imponer sus proyectos exclusivos, incompatibles todos con la Monarquía liberal de 1876.

“La Lliga trató de aprovechar esta coyuntura revolucionaria para lograr un Estado catalán dentro de una España confederal, unida sólo por la Corona, una política exterior y una política aduanera comunes”, expone Roberto Villa y agrega “el gran nexo de este frente revolucionario, que trató de coordinar desde el sindicalismo revolucionario al juntismo militar, fue Cambó”. Las presiones a Alfonso XIII para que se deshiciera de los partidos constitucionales y se embarcara en ese proyecto de ruptura, pusieron al rey al borde de abdicar tres veces.

Realmente lo que se ha publicado sobre la revolución española de 1917 era desenfocado, incompleto y fragmentario

En poco menos de un año, la monarquía sufrió cuatro sublevaciones: junio del 1917, agosto de 1917, octubre de 1917 y enero de 1918 –este último, un intento de reproducir en España el golpe leninista, que fue atajado por los servicios de información del Estado–. El proceso revolucionario quedó abierto cuando una enorme cantidad de oficiales del Ejército dejó de obedecer a la Corona y a los generales, en especial cuando en abril de 1917 el presidente del Gobierno, conde de Romanones, promovió la ruptura de las relaciones diplomáticas con Alemania, incluso si eso suponía la entrada de España en la Primera Guerra Mundial al lado de la Entente franco-británica. A partir de junio, las juntas militares se convierten en un poder paralelo al Gobierno y, si hasta octubre de 1917 no consiguen imponer su voluntad, se debió únicamente a que el referente político de la mayoría de los oficiales rebeldes, Antonio Maura, se negó a convertirse en el líder de un gobierno bajo tutela de los militares.

La idea de Francisco Cambó y Melquiades Álvarez de hacer en España una revolución muy parecida a la que en Rusia había derrocado al zar Nicolás II no se llevó a cabo, pero dejó malherida a la Monarquía constitucional, que ya no pudo superar las secuelas de aquella crisis. “Para un especialista en la Segunda República, sorprende ver a Julián Besteiro en una postura más radical que la del abuelo Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, incluso postulando un soviet como el del Petrogrado. En realidad, Besteiro sólo comenzará a moderarse a partir de 1918, como de hecho lo hicieron el mismo Melquíades Álvarez o Alejandro Lerroux. Probablemente, estos últimos fueran los grandes perjudicados de aquel proceso, pues se quedaron sin escaño en las elecciones generales de 1918 y sus partidos perdieron votos”, explica el autor del libro "1917. El Estado catalán y el soviet español".

“Realmente lo que se ha publicado sobre la revolución española de 1917 era desenfocado, incompleto y fragmentario. Cuando te acercas a aquellos acontecimientos, te das cuenta de que no se conocen con el detalle con el que conocemos, por ejemplo, lo sucedido de 1931 en adelante. Sólo sabemos generalidades y no pocos hechos han sido sometidos a tergiversaciones partidistas”, sostiene Roberto Villa García. En su opinión “la encrucijada actual que se nos plantea a los historiadores es si volvemos a las fuentes para establecer con precisión hechos y procesos, con la aspiración de conocer qué sucedió en realidad, o si vamos a conformarnos con los relatos y las narrativas, esto es, si vamos a permitir que la historia de nuestro siglo XX sirva sólo para fabricar una Memoria oficial y, a través de ella, una coartada para legitimar determinadas causas políticas del presente.”

Debido a lo interesante que es este tema, hemos querido hacer al autor granadino una serie de preguntas muy específicas para intentar dejar claro cómo se desarrollaron esos acontecimientos revolucionarios de 1917 y 1918 que han sido silenciados por la historiografía oficial.

"El sistema político español anterior a 1917 era una Monarquía liberal con un Gobierno parlamentario"

¿Cómo operaba el sistema de la Constitución de 1876 en aquellos años?

Frente a la imagen que se ofrece de la Restauración como “oligarquía” y “caciquismo”, el sistema político español anterior a 1917 era una Monarquía liberal con un Gobierno parlamentario. Estaba inspirado, como era el caso de otras Monarquías constitucionales de entonces, en el sistema británico de gobierno. Hay que destacar que la Constitución de 1876 era perfectamente compatible con la democracia y que, desde 1890, en España ya se tenía sufragio universal masculino y ya se había comenzado a discutir sobre el femenino. No hacía falta destruir el marco legal o institucional para establecer la democracia. De todas formas, debe quedar claro que las fuerzas que, a izquierda y derecha, se alzaron contra aquella Monarquía constitucional en 1917 no estaban pensando en sustituirla por una democracia liberal que pudiera ser antecedente directo de lo que tenemos hoy. Sus proyectos eran diametralmente opuestos.

¿Cómo funcionaban los partidos a comienzos del siglo XX?

Pues de una manera mucho más dinámica de lo que suele enseñarse en los libros de texto. Lo verdaderamente llamativo es que el “caciquismo” y el “pucherazo” se enseñan cuando se imparte el tema de la Restauración, como si este sistema hubiera inventado tales disfunciones y no hubieran estado muy presentes antes. Al contrario, el caciquismo y el pucherazo cuando comienzan a remitir, de manera progresiva pero muy significativa, es precisamente entre 1875 y 1917.

De hecho, hacia este año, los partidos Liberal y Conservador se habían convertido en verdaderas organizaciones electorales que competían por un voto cada vez más movilizado. Ni el fraude, ni la corrupción explicaban ya los resultados, y los triunfos de ambos partidos se explicaban en que iban juntos, coaligados a las elecciones, con el fin de completar el ciclo de la alternancia pacífica y también para que los resultados permitieran alumbrar un Parlamento gobernable, con mayorías que pudieran sostener a Gobiernos más o menos estables y oposiciones que pudieran vigilarlos con eficacia. El camino a la democracia estaba, sin duda, abierto y dependía de que la movilización electoral fuera completa y la competencia entre los partidos se generalizara, exactamente el mismo proceso que se estaba dando en otros países de Europa occidental.

Debido a la interesante que es este tema, hemos querido hacer al autor granadino una serie de preguntas muy específicas para intentar dejar claro cómo se desarrollaron esos acontecimientos que han sido silenciados por la historiografía oficial.

¿Cuándo descarrilamos de ese camino hacia la democracia?

Cuando esta evolución y las reglas que la encauzaban fueron destruidas por el proceso revolucionario de 1917. Los agentes de este proceso no fueron lo suficientemente fuertes ni estuvieron todo lo unidos que hacía falta como para derrocar a la Monarquía constitucional, pero sí para bloquear su funcionamiento normal, con el apoyo fundamental de los militares rebeldes. La alternancia entre liberales y conservadores dejó de operar, los Parlamentos se fragmentaron y fueron una instancia de gobierno ineficaz. Los Ejecutivos y las elecciones se sucedieron con una rapidez vertiginosa, y todo ello en un periodo crítico, como el de 1918 a 1923, en el que España necesitaba sus instituciones a pleno rendimiento no sólo para afrontar la crisis económica y social de la postguerra, sino problemas gravísimos como el del terrorismo revolucionario o la guerra de Marruecos.

¿Cómo influyó en el proceso revolucionario el intento de Romanones de incorporar a España en el bando aliado?

Realmente, puede decirse que no hubo un solo factor de los que acabaron haciendo estallar la revolución que no naciera en su etapa de gobierno, de 1915 a 1917. Aunque no cabe personalizarlo todo en Romanones, su liderazgo en este periodo clave fue desafortunado. En especial, el cuarteamiento de la disciplina militar con las juntas de Infantería comenzó con una serie de medidas inoportunas de su propio Gobierno. Esas juntas nacieron como un movimiento sindicalista en el sentido revolucionario de la palabra. Es decir, los junteros estaban dispuestos a emplear todos los medios a su alcance para, en principio, lograr una serie de reivindicaciones estrictamente profesionales, relacionadas básicamente con ascensos y salarios. Sin embargo, cuando Romanones decidió que España debía intervenir más activamente en la Guerra Mundial, creó el caldo de cultivo para que los directores del movimiento juntero se vieran llamados a impedirlo interviniendo inconstitucionalmente en la vida política. La sedición militar del 1 de junio de 1917 será la desembocadura de este proceso que, curiosamente, sufriría el sucesor de Romanones al frente del Gobierno, Manuel García Prieto.

¿Qué papel jugó Eduardo Dato en este proceso?

Muy pertinente la pregunta, considerando que estamos en el centenario de su asesinato, que fue en 1921. Cuando Dato sustituyó a García Prieto en junio de 1917, la situación era desesperada, porque el Gobierno se había quedado sin resortes de autoridad. Las juntas se extendían del Ejército a la Policía y a los funcionarios civiles. La situación en casi toda Europa era, de alguna manera, parecida por su dramatismo.

Dato recompuso todos esos resortes con bastante destreza. Desde luego, no podía haber afrontado todo lo que se le vino encima si no hubiera estado firmemente convencido de la legitimidad de la Monarquía parlamentaria. Su Gobierno estabilizó la peligrosa situación internacional de España, y salvó los graves escollos del juntismo civil, de la asamblea de parlamentarios y de la insurrección revolucionaria de UGT y CNT, problemas que se le plantearon sucesivamente en junio, julio y agosto de 1917. Sin embargo, Dato fracasó en su maniobra de encauzar a las juntas militares, primero, y combatirlas, después. Fue precisamente este triunfo de los oficiales rebeldes lo que destruyó, en octubre de 1917, el sistema de la Restauración tal y como había funcionado desde los años ochenta del XIX.

¿Influyeron estos hechos para que España cayese en un ciclo autoritario hasta 1975?

Influyeron decisivamente, porque destruyeron las reglas con las que se sostenía el liberalismo constitucional y justo cuando se estaba transformando en una democracia liberal. Aquella Monarquía constitucional podía tener muchos problemas, pero la dislocación de su funcionamiento antes de que se completara la movilización y la competencia electorales en ningún caso podía traer la democracia, sino un autoritarismo de distinta significación política, de izquierda o derecha.

Por eso, la desembocadura prácticamente natural de 1917 no podía ser otra que la dictadura de 1923. De hecho, la dictadura podía haber llegado ya en marzo de 1918, como culminación de aquel proceso revolucionario, si el Rey no fuerza a los líderes constitucionales a formar un gobierno de salvación nacional, presidido por un Antonio Maura bien visto por los militares junteros. Eso muestra hasta qué punto no está nada claro que Alfonso XIII fuese partidario de quienes impugnaban el constitucionalismo, pese a lo que se repite hoy con interesada insistencia.

El gobierno de Dato estabilizó la peligrosa situación internacional de España, y salvó los graves escollos del juntismo civil, de la asamblea de parlamentarios y de la insurrección revolucionaria de UGT y CNT

¿Está demasiado politizada la historia en nuestro país?

La historia contemporánea de España y, especialmente, la del siglo XX sí que lo está. El problema no sólo es que se use, como ocurre en otras ciencias, para legitimar determinadas causas políticas del presente, especialmente vinculadas a los partidos de izquierda y, en aquellas regiones donde son fuertes, a los movimientos nacionalistas, todos obsesionados con instituir una Memoria oficial que no tiene absolutamente nada de democrática. Es que además se condiciona la libertad del historiador para reformular hipótesis y exponer los resultados de investigación sin que ello le suponga pagar un elevado precio, en términos de señalamiento y desprestigio, con etiquetados intimidatorios como “revisionista” o “neofranquista”, que luego tienen consecuencias, con obstáculos constantes a la hora de tener medios para investigar y publicar, o para desarrollar la carrera profesional. Hablo por experiencia propia, que he experimentado muy especialmente tras publicar 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, y por otras ajenas que conozco de cerca.

No sería objetivo si no señalara la existencia de una minoría de académicos, de verdaderos historiadores vocacionales que aprecian un buen trabajo más allá de etiquetas y partidos, que abominan de los dogmas ideológicos y que saben que la Historia es una disciplina en constante revisión que necesita además de libertad científica. Pero eso sí, a nivel general, cualquier reinterpretación de nuestra historia contemporánea que no favorezca esos intereses políticos presentistas no suele ser percibida como una oportunidad de mejorar el conocimiento o de abrir un debate sano y sugestivo, y limitado al ámbito de los historiadores. Al contrario.

¿Por qué hasta ahora no se han investigado la revolución de 1917 a la luz de los archivos históricos?

Algo se ha avanzado de manera parcial y fragmentaria. Pero es sorprendente que el trabajo de Juan Antonio Lacomba, que tiene ya medio siglo, haya sido la referencia pese a sus enormes limitaciones de fuentes y a ese enfoque “marxiano” muy de principios de los setenta, que en la Universidad sirvió más para castrar los análisis complejos y multivariables que para ayudar a mejorar lo que nos habían dado a conocer las historias que se hicieron entre 1930 y 1970. Sorprendentemente, todavía hoy necesitamos de esas tan criticadas “historias positivistas” para establecer los hechos y entender lo que pasó. De todas formas, también influye el hecho de que la Restauración, y la Historia política en general, no hayan sido campos de investigación prioritarios. Y eso que son nuestro mejor campo de experiencias para entender mejor los problemas actuales de la democracia en España.

¿Qué historiadores extranjeros le parecen que han tratado mejor los hechos de la primera mitad del siglo XX?

Hemos tenido grandes hispanistas a los que debemos mucho en términos de renovación historiográfica, especialmente durante los últimos años del franquismo y en la transición. Respecto de la Restauración, a la hora de derruir los tópicos sobre “oligarquía” y “caciquismo” ha habido dos aportaciones decisivas: la de Raymond Carr, que influyó en una generación de grandes historiadores de la Restauración en los años setenta; y Stanley G. Payne, que es probablemente hoy el gran historiador del siglo XX español, y que ha consolidado, con Carr, una visión bastante más objetiva de lo que fue aquella Monarquía constitucional y de sus potencialidades democratizadoras.

Los que, como Payne, venimos de estudiar profundamente la Segunda República y estamos tan familiarizados con sus protagonistas y con el funcionamiento real de aquel sistema político, es normal que cuando nos acercamos a aquella Monarquía liberal y a sus gobernantes tengamos una perspectiva más desapasionada y comprensiva, esto es, totalmente alejada de la descalificación tópica e irracional tan de moda aún hoy. Y que además es tan infundada como interesada, porque la realidad es que España estaba en mejores condiciones de consolidar una democracia en el marco de la Monarquía liberal, que en el republicano de 1931 a 1936.

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