Hoy presentamos un caso evidente. Una novela sencillamente magistral, con una traducción del francés al español a cargo de Sara Martín Menduiña y Hermes Salceda lisa y llanamente excepcional, todo bajo la atenta mirada de una editorial tan rigurosa como honesta que dirigen Fernando Mateo y Francisco Javier Torres, en definitiva, una joya libresca. En la edición española, el postfacio que se incluye por parte de las traductoras, se hace necesario. Con acierto el artículo se titula “traducción y transgresión”. Queremos insistir en la ardua tarea de la traducción en general y del impecable trabajo para la sexta novela de la escritora francesa Anne Garréta, perteneciente también a ese taller de literatura potencial que conocemos como Oulipo, grupo fundado por Raymond Queneau prácticamente cuando nacía nuestra autora, es decir, seis décadas de literatura prodigiosa. El texto original, fiel podríamos decir a esos principios oulipianos, es una metáfora continuada de las condiciones de vida (raza, identidad, género, experimentación literaria, etc) que se fundamenta en una hormigonera con un continuo estiramiento del lenguaje que desajusta por completo la propuesta de Hans Robert Jauss a propósito del horizonte de expectativas. Aquí, el lector no puede acercarse con sus propias ideas esperando encontrar algunas señales que le remitan a obras que reconozca. La escritora francesa retuerce el cuello no sólo al cisne sino a las propias normas de la escritura, donde el campo semántico bélico reforzará una libertad estilística que rara vez se aprecia. Por si fuera poco, sugiere la sintaxis fonética como fórmula ortográfica, a lo que sumamos un perturbar permanente de la narración porque acumula juegos de palabras, un incesante discurrir de la homonimia y la homofonía, humor negro, un coloquialismo de irreverencia absurda que sin embargo dejan resonar las huellas referenciales de los Baudelaire, Hugo, Proust, sin olvidar todo un despliegue de onomatopeyas que generan paralelamente otra ficción, a saber, la propia reflexión sobre el quehacer literario. Por consiguiente, la calidad suprema de la traducción de Sara Martín y Hermes Salceda de un texto desesperadamente innovador y cautivador a la vez, merece destacarse al mismo nivel que la novela de Anne Garréta. Más arriba se hacía mención no tanto a la pereza de la crítica, pero sí a su falta de coraje, o por ser exacto, a su conflictivo aprieto por escapar del encorsetado sello de lo que marcan las empresas “pagadoras”. La traducción, directamente, parece no existir, cuando la realidad nos señala que sin traducciones andaríamos en un naufragio preocupante. Me remito a la certeza de unas palabras del profesor y traductor Hermes Salceda: “Si aceptamos que la traducción es la escritura de una lectura y que la crítica literaria aspira a enseñarnos a leer los textos, resulta cuando menos extraño comprobar hasta qué punto ambas suelen vivir de espaldas. Comparten los mismos objetos y se asemejan en sus pasiones, pero sus miradas no podrían ser más distintas”.
En cuanto a nuestra novela, las apariencias engañan de manera temible, pues el relato de infancia que aparenta ser el molde narrativo viene sustentando por un proyecto de escritura contra la diferencia. En la primera frase del libro, ya nos dice “el tajo, la masa, el hormigón, no es un curro pa nenazas. Por eso igual el padre nuestro decidió entrenarnos en el mortero...Pa que quede claro, el hormigón éste, tocaría explicar una infinidad de cosas. ¿Tocaría ordenado bien todo? Y empezar... ¿Pero por dónde empiezo? ¿Por el final? ¿El principio? ¿El medio? En la mierda, medio no hay. Loqu´hay es mierda...Nel hormigón, es igual.” Además de establecer el itinerario novelístico, refleja la materialidad y analogía del mismo: el hormigón y la mierda, que, en algún momento de la novela, junto a bostas de vacas constituirán una devastadora arma que se atacará a las estructuras sociales, acaso a sus miserias, familia, maltrato, racismo, homofobia, incluso el lenguaje, todo un proyecto revestido de alta literatura con un humor, que, como todo buen humor negro, levantará ampollas y querellas. Un manejo de la ironía que sobresale en la misma disposición tipográfica y lección ortográfica de puntuación, en el capítulo “Catástrofe del copón”, en desarrollo fónicos de yhavía para llegar a Yahveh, las repeticiones de bienaventurados o disertaciones sobre la entropía, en el capítulo “Desencofrado”, desde la imagen de lecturas apasionantes en medio del olor a heno segado hasta el anhelo por clasificar antes que la entropía (o el padre nuestro la devore), o desde la instalación de un motor de lavadora en la hormigonera o una declaración de guerra a través de insultos que no es respondida probablemente por falta de léxico (britiches, boches, busconas vermífufas, palomas cojas, mejillones con velo, fideos de franela, tripas de gatos desfinaos, monos pelaos, churumbeles estriado, patanes piojosos), sin mencionar los desastres que causa el hormigón, la caída de un techo que casi mata a la madre, la caída de Angélica o la Pichona- miemanita-que es la hermana menor de la narradora, en la propia hormigonera, hasta los nombres del padre que “to´l mundo le llama Philippe, o Phili, de coña. Hasta el notario. Nuestra madre, le dice Jérôme, no sabemos por qué. Otras veces, también le llama Daniel. Así que, en realidad, no sabemos”. Otro tanto pasa con los apellidos. El hormigón opera para atacar el parentesco heterosexual, la mierda para atacar la diferencia racial y son vectores no intercambiables, pero que en un nivel formal y temporal, representan juntos el lenguaje mismo. El propio título de la novela, Dans l´béton, tiene en francés una doble acepción, en el hormigón y en lo concreto. Cuando la madre hereda una vieja cabaña, se nos hace saber: “Íbamos a modernizar su choza aislada, rápido y bien hecho. Una o dos losas de hormigón, pero hormigón ligero, ¡eh!... hormigón de paja, por ejemplo. Un poco de electricidad, apenas un poco de fontanería y sería una casa de campo de ensueño para un parisino o incluso para un inglés no demasiado retorcido. Tranquilo, bucólico y moderno al mismo tiempo”. No tomamos en cuenta, las recientes denuncias por ruido en la campiña. En cualquier caso, el fundamento patriarcal es objeto de derribo de principio a fin, inclusive en el medio. El relato de Catherine Legrand, otra protagonista de la novela, una chica huérfana de color perseguida por unos chicos, tiene tintes dramáticos y nos muestra como la narradora y su hermana deciden protegerla. Desde luego, la mirada hacia la novele L´opoponax de Monique Wittig, Premio Médicis 1964, es inevitable, aunque la Catherine Legrand, entonces se manifiesta por un despertar de conciencia y deseo lésbicos. Se produce, como se ha señalado, una cierta evolución, pues en contraste con la blancura implícita de los movimientos de liberación de mujeres y homosexuales de Francia, en los que Wittig estuvo profundamente involucrado, la Francia de 2017 presenta en su léxico político conceptos como interseccionalidad y racización, que ponen en primer plano la política racial. Anne Garréta fija la mierda como plan de acometida: “ Y luego desarrollamos y probamos nuestra arma secreta, nuestra arma suprema: la bomba de estiércol. La bomba de estiércol, perfeccionada por mí, es al mismo tiempo un proyectil con un gran cono de dispersión, un gas de combate asfixiante y un arma bacteriológica. En cualquier caso, no es un arma convencional y los tratados internacionales guardan silencio al respecto”. Cuenta entre sus virtudes poder desplegarse a corto y largo alcance y se controla con una raqueta de bádminton. Hay pues divergencias en la efectividad de los materiales, el hormigón requiere humedad y frescura y la mierda cierta consistencia y sequedad y un tiempo de espera prudencial para su total efectividad. Novela por tanto que merece toda la atención de lectoras y lectores, donde el lenguaje es un imperativo que aspira y logra la plena subversión de los modelos de sociedad tan anquilosados como hipócritas. Contra lo que pudiera parecer, la sensación que he tenido de esta novela es que está impregnada de poesía. El capítulo 12 “Nos la pela qué, linda nutria macho”, es un himno al tiempo lírico pese a cargar contra ello. “La rima también nos la suda... ¿Sabes qué? La poesía, nos resbala, nos resbala, nos sudan los cataplines, ya sabes conké. Tururú Tururú”. Novela con un trabajo de lenguaje enorme y con la esperanza de hacer algo completamente diferente. Novela heterodoxa por naturaleza pese a iniciarse en la infancia, con la experimentación y el principio de libertad creativa que nos hace posicionarse, estar con el lenguaje o ponerse a trabajar con y contra el lenguaje.
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