El año 1124 está en curso. La reciente reconquista de la villa de Valdehorna por el joven reino de Aragón ha traído alivio a sus habitantes, pero una fría mañana de diciembre les sorprende con una angustiante noticia: la virgen negra de su pequeña iglesia ha sido robada. Sin embargo, lo más alarmante, conocido solo por unos pocos, es que dentro de la figura se oculta un documento capaz de amenazar el poder del rey. Esta narrativa relata las intrigas de hombres que han hecho un pacto con un dios diferente al que conocieron en su infancia; un dios que no es el cristiano, pero que les concede victorias en combate. Este dios, además, es posesivo. Así, el equilibrio del medioevo cristiano se ve amenazado por el filo afilado de un alfanje almorávide. Ambientada en plena Reconquista, entre los siglos XI y XII, la obra presenta una historia repleta de aventuras, batallas y magia ancestral. A través de su poderosa narrativa, Víctor Hugo Pérez Gallo nos sumerge en la vida de Alfonso I el Batallador y nos presenta a hombres y mujeres de diversas creencias que lucharon con espada y fe, amaron intensamente y enfrentaron la muerte. Cuentos, relatos… ¿por qué se decanta en estos momentos por la novela histórica? Primeramente, agradecerte la oportunidad de la entrevista en tu web, que sigo hace mucho. Respecto al cambio de escritura y género literario es una pregunta interesante. Te comento: recuerda que vengo de una escuela literaria latinoamericana que le da mucha importancia a escritores rusos y norteamericanos, por lo que el cuento (género por demás poco querido por los editores en las Españas) es un bastión literario en mi imaginario. Lo sigo escribiendo, tengo terminado un proyecto de libro de cuentos: “Historia medieval de Aragón contada a ababoles” (“tonto” en aragonés). No obstante, me he decantado por la novela histórica en este momento de mi carrera por varias razones. En primer lugar, porque en el cuento, como género, a veces me siento enclaustrado para decir todo lo que quiero. He escrito cuento distópico, histórico y ucrónico, pero me faltaba espacio. La novela me daba esa larga aspiración que me faltaba, lo cual no quiere decir que no siga escribiendo cuento. Pero ese ya será otro tema. En segundo lugar la historia siempre me ha fascinado como fuente de inspiración y reflexión. Creo que el pasado, y la forma en que lo interpretamos, dice mucho sobre nosotros mismos y nuestras sociedades. La novela histórica me permite explorar esos temas de una manera más amplia y profunda que, por ejemplo, el cuento o el relato corto. La novela me brinda el espacio narrativo necesario para desarrollar personajes complejos, ambientaciones detalladas y tramas que reflejen la riqueza y complejidad de los procesos históricos En tercera pues yo tenía algunas ideas que quería expresar sobre la historia medieval española, en particular la de Aragón. Al final, toda novela es un vehículo para transmitir ideas a través del hecho estético literario. Sin embargo, esta no es mi primera novela, sino la tercera. La primera es: “El mar por el fondo”, una novela surrealista al estilo de "El mundo alucinante" del gran escritor Reinaldo Arenas. La segunda es una ucronía titulada "Los endemoniados de Yaguaramas". Y esta, "Confabulados con Dios", es la tercera novela escrita por mi y a la vez la primera parte de una trilogía de novela histórico - grimdark. ¿Es entonces esta una novela histórica convencional? ¿Es lo que se espera por parte de los lectores? Eso se verá más adelante. El lector español está acostumbrado al uso de diálogos directos: yo uso muchos diálogos indirectos libres por una cuestión de focalizar la subjetividad de los personajes. Este tipo de diálogo (que usaba mucho Cortázar) puede ser incómodo para un tipo de lector. Lo que sí puedo decir es que busco explorar ideas y conceptos a través de la ficción, en este caso, la historia de Aragón durante la Edad Media. El hecho estético literario es el medio por el cual transmito esas ideas al lector. Así pues, esta novela forma parte de un proyecto más amplio, una trilogía que me permite profundizar en temas y perspectivas que considero relevantes e interesantes. ¿El paganismo estaba presente en los Pirineos del siglo XII? Por supuesto. ¿Los antiguos navarros, vascos y aragoneses, cristianizados hace poco, seguían adorando sus antiguas deidades? Por supuesto. Por cierto, ¿sabes cuál fue el primer bando que instituyó el ejército franquista en la aldea de Torla? Cualquiera pensaría que estaría relacionado con castigos a los republicanos: pues no, fue prohibir la fiesta del Carnaval, que por suerte se ha recuperado. ¿Por qué las fuerzas católicas y franquistas verían una amenaza en un carnaval pagano en pleno siglo XX? Pues por las mismas razones que la iglesia católica en el siglo XII. Esa es una de las tantas historias subterráneas de Confabulados con Dios: la lucha entre las religiones musulmanas, paganas y cristianas (y la fe judía también, ¿por qué no?) ¿Qué aporta a este género el autor? ¿Considera que sigue en auge o que está decayendo en favor de la novela negra y los thrillers? Yo me considero sobre todo un buen lector: parafraseando a Borges, siempre me he vanagloriado de los libros que me han sido dado leer. Hago este proemio porque leo de todo, pero soy un lector hedonista: leo lo que me da placer. Novela de CF, fantástica, histórica, ect. Ahora bien, como autor de novela histórica, la escritura de este género me aporta diversos elementos valiosos. En primer lugar, el hecho de sumergirme en el pasado y recrear épocas y eventos históricos me permite expandir mis horizontes temáticos y narrativos más allá de mi propia experiencia contemporánea. Esto representa un emocionante reto creativo que me empuja a explorar nuevos territorios. Adicionalmente, la elaboración de una novela histórica conlleva un exhaustivo trabajo de investigación sobre el período, las costumbres, el contexto sociopolítico y cultural que pretendo retratar. Este proceso de aprendizaje profundo enriquece enormemente mi conocimiento y me brinda una perspectiva más amplia y matizada del pasado. Esto, a su vez, me permite ofrecer una mirada singular y poco convencional sobre los hechos históricos, dando voz a personajes, puntos de vista y experiencias que quizás han sido marginados en los relatos tradicionales. Más aún, aunque mi novela se ambienta en el pasado, a menudo la utilizo como un vehículo para reflexionar sobre cuestiones, dilemas y preocupaciones contemporáneas. Al establecer paralelismos y analogías entre el ayer y el hoy, puedo brindar una perspectiva más profunda sobre la condición humana y los desafíos que perduran a través del tiempo. Yo uso mucho la prolepsis, pero no como recurso literario en si mismo sino como fundamento epicúreo del conocimiento y como sostén de la especulación literaria. ¿Qué hubiera ocurrido si la campaña en Al Andaluz de de Alfonso I, el Batallador, ¿hubiera sido efectiva? ¿Si Granada hubiera sido ocupada trescientos años antes? ¿Si en vez de castellano habláramos aragones en las Españas y las Américas y en vez de la vara castellana el almotacén hubiera seguido usando sus medidas con mercaderes castellanos y catalanes? Esta fusión entre pasado y presente representa una de las principales recompensas de escribir novela histórica. Por último, la escritura de este género exige que yo desarrolle y ejercite una imaginación histórica robusta. Esto implica la reconstrucción detallada de ambientes, mentalidades, lenguajes y experiencias de épocas pasadas, lo cual representa un reto creativo que enriquece y afina mis habilidades narrativas. Tal vez pareciera que la novela histórica envejece y le “cede” el terreno a la novela negra y los thrillers. Opino que lo que “envejece” un modelo de escritura de la novela histórica, encorsetado y estructurado, al que nos tiene acostumbrado algunos autores (y en el que se ha educado un tipo de lector “especial” de novela histórica). Como lector de novela histórica (más que escritor), opino que el género en España ha tendido a mantenerse dentro de ciertos moldes y convenciones desde hace más de treinta años. Robert Graves es un gran autor, ¿quién lo duda? Pero ya es el momento de superar este tipo de novela, que, si bien sigue siendo genial, envejece ante lectores acostumbrados a la rapidez de lo audiovisual. Yo sigo prefiriendo la lectura pausada de “La Guerra y la paz” a cualquier serie televisiva. Y se lo digo siempre en mis conferencias a mis estudiantes de escritura creativa de la UNED. Olviden NETFLIX. Olviden HBO. Les digo: lean las excelentes novelas de Victor Fernández Correas, Mario Villén Lucena o José Zoilo. Apaguen el televisor o la tablet. No obstante, la novela negra ha sido más experimental, ha sido más crítica con la realidad social, se ha acercado más a la cotidianidad del lector. Punto a su favor. Sin embargo, ellos han ganado una batalla, la guerra aún no está perdida. Creo que existen notables excepciones y propuestas innovadoras (como las de Simón Scarrow) que han buscado romper con esos esquemas tradicionales, y es en esa dirección donde encuentro un gran potencial para enriquecer la novela histórica.
Una de estas tendencias innovadoras que personalmente considero sumamente interesante, es el "neo grimdark histórico". Este subgénero representa, en mi opinión, un intento por expandir los horizontes de la novela histórica al alejarse de las visiones más idealizadas o heroicas del pasado. En su lugar, se enfoca en retratar de manera más cruda, compleja y realista los eventos históricos, sin eludir los aspectos más sombríos, violentos o moralmente ambiguos de la condición humana. Este enfoque "neo grimdark" lo veo como un paso adelante en la evolución de la novela histórica española, al desafiar las expectativas del lector y explorar nuevas posibilidades narrativas. Al distanciarse de las representaciones más convencionales, los autores de este subgénero pueden abordar temas y perspectivas que rara vez se habían explorado en profundidad dentro del género. Como autor, creo que profundizar en los aspectos psicológicos de los personajes históricos sería una forma de aportar mayor complejidad y riqueza a la novela histórica. Ir más allá de las narrativas simplistas o heroicas, y sumergirse en los conflictos internos, las motivaciones ambiguas y las vulnerabilidades de los protagonistas, permitiría ofrecer retratos más matizados y genuinos del ser humano en el pasado. Relacionado con lo anterior, el hecho de poner el foco en personajes cuya moralidad no es blanco o negro, sino más bien gris, puede ser altamente enriquecedor. Explorar a individuos cuyas acciones se muevan en esa zona gris, entre el bien y el mal, nos brindaría una visión más realista y compleja de la condición humana a lo largo de la historia. Asimismo, considero que experimentar con estructuras narrativas más fragmentadas o no lineales podría aportar nuevos bríos a la novela histórica. Alejarse de las formas más convencionales de contar el pasado, y jugar con saltos temporales, múltiples perspectivas o incluso elementos metaficcionales, podría generar lecturas más desafiantes y estimulantes para el público. Para mí, como autor, el "neo grimdark histórico" representa una oportunidad emocionante de sumergirme en el pasado de una manera más profunda y desafiante. Me permite ofrecer al lector perspectivas más complejas y desencantadas sobre la condición humana, sin suavizar los aspectos más oscuros y problemáticos de la historia. Es una forma de enriquecer el género, al ampliar los horizontes temáticos y narrativos más allá de las representaciones convencionales. "Confabulados con Dios" nos retrotrae a una época muy alejada de nuestros tiempos, ¿por qué le atrae este periodo? La decisión de ambientar mi novela en una época tan alejada de nuestros tiempos contemporáneos responde a diversos factores que me han atraído y motivado a explorar ese período histórico en particular. Yo, desde niño, tenía un hobbit: la historia medieval europea y en particular la historia de España, Francia, Rusia e Inglaterra. En mi imaginario estaba constantemente presente Roldan, Carlos el Magno (Y Carlos Martel), Rodrigo Díaz de Vivar y Ricardo Corazón de León. Resumiendo: yo vivía con ellos, formaban parte de mi infancia, soñaba vivir en un pasado que, entonces, me parecía más glorioso que el presente. O como decía Umberto Eco: “En determinado momento me dije que, puesto que el Medioevo era mi imaginario cotidiano, más valía escribir una novela que se desarrollase directamente en ese Medioevo” Curiosamente los primeros autores de libros de historia medieval que leí no fueron ni españoles ni ingleses ni norteamericanos: fueron soviéticos. Pero quien me rompió la ilusión infantil de un hermoso medioevo desbordante de princesas y príncipes rubios de ojos azules y espadas brillantes fue la lectura de “Historia de la Estupidez Humana” del húngaro Istvan Rath-Veg, un texto que todo escritor debería leer. Desde mi niñez me ha fascinado la oportunidad de sumergirme en un mundo tan distante y radicalmente diferente al nuestro. La Edad Media representa una era marcada por una cosmovisión y una mentalidad profundamente impregnadas por la fe y la religión, lo cual contrasta de manera notable con la secularización y el pluralismo de valores que caracterizan a la sociedad actual. Explorar esa distancia temporal y cultural me permite cuestionar nuestras propias certezas y perspectivas sobre la condición humana. Además, la Edad Media representa un período de gran complejidad y turbulencia histórica, con conflictos entre poderes laicos y eclesiásticos, cruzadas, herejías y una constante tensión entre tradición y cambio. Esta riqueza de acontecimientos, personajes y tensiones me brinda un fascinante lienzo sobre el cual poder tejer una narrativa que capture la esencia de esa época. Me interesa desentrañar las motivaciones, las luchas de poder y los dilemas morales que subyacen en esos eventos históricos. Por otra parte, la Edad Media es un período que ha sido ampliamente mitificado y romantizado a lo largo de la historia, dando lugar a visiones épicas, caballerescas y hasta idealizadas. Al ambientar mi novela en ese contexto, me propongo cuestionar esos estereotipos y ofrecer una mirada más cruda, compleja y desencantada sobre la realidad de aquellos tiempos. Me atrae la posibilidad de desafiar las nociones preconcebidas y ahondar en una visión más profunda y realista del pasado. Te voy a resumir mi respuesta: como aún la máquina del tiempo no se ha inventado, yo viajo al pasado a través de mi literatura. Esta obra es la primera de una trilogía, ¿seguiremos en Aragón y mantendrá a algunos protagonistas? Sí, esta primera obra mía es efectivamente la inauguración de una trilogía, y puedo asegurar que voy a seguir ambientando las siguientes entregas en la región de Aragón, manteniendo además a algunos de los principales protagonistas que ya han aparecido en Confabulados con Dios. Galindo Sánchez, también llamado “El Lapidador de Almas”; también llamado el shedim, el Rector de la temida Cofradía de Belchite, regresa, pero como personaje protagónico. Galindo Sánchez de Graus, el hijo de la bruja grausina. El hijo de una Lilith aragonesa que adora dioses antiguos. A través de un racconto se cuentan escenas de su infancia y adolescencia y como el rey Pedro I lo destierra y manda a asesinar, pero alguien lo salva: esto condicionará el destino de Galindo Sánchez. Cuando regresa de las arenas del desierto de Jerusalén una cicatriz rencorosa le atraviesa el rostro. Lo peor nos la cicatriz física sino su misma alma estigmatizada por el odio y el rencor. Ya no es un adolescente grausino, regresa convertido en el poderoso Galindo Sánchez, llamado también El Oscuro o La Mano del djinn: “Y Said reconoció consternado, con horror, la cara deformada por una larga cuchillada y el raro rictus en los labios. ¿un rictus sarcástico o de rara alegría?” Esa novela no es más que el comienzo de un viaje que tengo previsto continuar a lo largo de dos obras más. La segunda entrega, que por ahora he titulado de forma provisional "Los príncipes bastardos", promete ser toda una sorpresa para aquellos lectores que se hayan adentrado ya en mi primera novela. Es una novela que se lee de forma cinematografía. Una novela con una visión completamente nueva de la historia medieval de los primeros reinos cristianos, con un énfasis particular en la región aragonesa. Y es que, para mí, Aragón representa mucho más que un simple escenario o telón de fondo para mis tramas. Yo lo concibo como un país real y, al mismo tiempo, profundamente fabuloso (perdona el oxímoron); un país lleno de leyendas y de personas que creen firmemente en ellas. De hecho, soy un firme defensor de la identidad cultural aragonesa, algo que, lamento decir, no siempre hacen como deberían los políticos que gobiernan esta tierra. Pero es precisamente esa riqueza cultural, esa fuerza indomable de la idiosincrasia aragonesa, lo que me fascina y lo que quiero plasmar en el desarrollo de esta trilogía. Del mismo modo, considero que la esencia aragonesa sigue viva, manifestándose de nuevas formas a pesar de los embates del tiempo y de las convulsiones políticas. Por eso mismo, puedo asegurar que Aragón y sus singulares protagonistas seguirán siendo el eje central en torno al cual gire el devenir de esta trilogía que he iniciado con "Confabulados con Dios". Espero que mis lectores puedan sumergirse cada vez más en ese mundo apasionante y cargado de mitología que he creado en torno a esta fascinante región. ¿Conocer el pasado para qué? ¿Para no cometer los mismos errores? ¿Cómo aprendizaje de lo que salió mal? ¿Para explicar el presente…? Bueno, esa es una pregunta realmente fascinante. Muchas veces cuando he leído y releído al destacado historiador inglés Eric Hobsbawm he hallado la respuesta (leerse su libro “La invención de la tradición” creo que debería ser la meta obligada de todo escritor, sea de novela histórica, ucronía o distopía). Desde mi perspectiva, conocer el pasado es fundamental, sobre todo porque nos permite explicar el presente en el que vivimos. Sí, por supuesto que entender la historia nos puede ayudar a evitar cometer los mismos errores del pasado. Y por supuesto que analizar lo que salió mal anteriormente es una valiosa fuente de aprendizaje. Pero más allá de eso, yo creo que el verdadero poder de conocer nuestro pasado radica en su capacidad para iluminar y desentrañar el mundo actual. Muchas de las dinámicas, conflictos y retos que enfrentamos hoy tienen sus raíces profundas en acontecimientos históricos. Sin esa comprensión del pasado, se vuelve realmente difícil hacer sentido de la complejidad del presente. Es como si tuviéramos un rompecabezas sin poder ver la imagen completa. Pero si vamos al ámbito cotidiano, vaya, al culinario, vemos que muchas de las recetas de hoy en día hunden sus raíces en el medioevo español e incluso forman para de nuestra identidad cultural. ¿Cuál es la carne más usada en los hogares españoles? El cerdo, justo el cerdo, el animal execrado por judíos y musulmanes. Justo el animal execrado por las religiones enemigas de la “fe cristiana”. De este hecho podría escribirse un ensayo completo sobre la culinaria, la identidad cultural y religiosa y los “enemigos de la fe”. Por eso comparto plenamente la visión de Hobsbawm de que el estudio de la historia es crucial para explicar el mundo en el que vivimos. Sólo así podemos entender cómo llegamos hasta aquí, cuáles fueron los procesos y las fuerzas que moldearon la realidad actual. Y ese conocimiento, a su vez, nos permite abordar los desafíos presentes de una manera más informada y estratégica. Considero que conocer nuestro pasado no sólo nos ayuda a evitar repetir errores y a aprender de las experiencias previas, sino que sobre todo nos brinda las claves para desentrañar y comprender cabalmente el presente. ¿Y qué mejor conocer el pasado que a través de la novela histórica? La literatura pasea por la ciénaga de lectores donde se atascan los pesados ensayos académicos. "Las buenas obras de ficción histórica tienen la capacidad de trascender el mero retrato del pasado para convertirse en verdaderos espejos de nuestro presente"
Desde mi perspectiva, la relación entre las novelas históricas y la realidad actual es un fenómeno de lo más fascinante. Yo diría que, más allá de simplemente reflejar paralelismos, las buenas obras de ficción histórica tienen la capacidad de trascender el mero retrato del pasado para convertirse en verdaderos espejos de nuestro presente. Y es que, como bien señalaba ese gran maestro de la narrativa, Jorge Luis Borges, la historia no es un simple registro cronológico de eventos, sino más bien una construcción hecha desde el presente. Nosotros interpretamos y resignificamos constantemente el pasado en función de nuestras preocupaciones y marcos de referencia actuales. Entonces, cuando un autor logra crear una novela histórica realmente lograda, no sólo está evocando un mundo del ayer, sino que está estableciendo un diálogo profundo con nuestro aquí y ahora. Esos personajes, conflictos y visiones del pasado adquieren una nueva vida y una nueva relevancia al ser leídos e interpretados por los ojos del lector contemporáneo. Por ejemplo, en mi primera novela de la trilogía, "Confabulados con Dios", abordo cuestiones como los choques entre distintas cosmovisiones religiosas, los abusos de poder, las intrigas políticas y la búsqueda de identidad cultural. Si bien todo ello se desarrolla en un contexto medieval, creo que son temas que siguen teniendo una tremenda resonancia en nuestros días. Es como si la ficción histórica tuviera la capacidad mágica de abrir un portal entre dos tiempos aparentemente distantes. Nos permite, por un lado, sumergirnos en la complejidad de una época pretérita, pero al mismo tiempo, nos devuelve una imagen reflejada de nuestras propias ansiedades, dilemas y anhelos en el presente. Por eso creo que las mejores novelas históricas van mucho más allá de la simple nostalgia o del mero entretenimiento. Son artefactos culturales que nos ayudan a comprender mejor quiénes somos, cómo hemos llegado hasta aquí y cuáles son los temas que verdaderamente nos atañen como seres humanos, más allá de las fronteras del tiempo. Y es algo que me esfuerzo por lograr en mi propia trilogía, para que el lector pueda encontrar esos valiosos puntos de conexión entre el pasado y el mundo en el que hoy vivimos. Yo diría que las novelas históricas no sólo reflejan paralelismos con el presente, sino que, en realidad, establecen un profundo diálogo entre pasado y presente. Es ahí, en esa zona de intercambio y reinterpretación, donde radica gran parte de su valor y su poder como forma de arte. Comentaba, en una entrevista, que la literatura es una tabla de salvamento… ¿Cómo concibe la escritura Víctor Hugo Pérez Gallo? ¿catarsis, necesidad, huida…? Desde mi punto de vista, la literatura ciertamente puede ser una tabla de salvamento, pero no de una manera tan simplista o unidimensional. Para mí, la escritura creativa es un fenómeno mucho más complejo y multifacético. Retomando a Umberto Eco decía que: “Cuando el escritor (o el artista en general) dice que ha trabajado sin pensar en las reglas del proceso, sólo quiere decir que al trabajar no era consciente de su conocimiento de dichas reglas”. Por un lado, sí, la literatura puede funcionar como una vía de catarsis, de liberación de nuestras tensiones y angustias más profundas. Cuando nos embarcamos en el acto de escribir, tenemos la oportunidad de procesar y darle forma a aquellos demonios internos que nos perturban. Es una manera de exorcizarlos, de encontrar un cauce para esas emociones que nos desbordan. Pero la escritura también puede ser, como usted menciona, una forma de huida. No en el sentido de escapar de la realidad, sino más bien de encontrar un refugio, un espacio de libertad y exploración dentro de los límites de lo posible. Porque en ese mundo de la ficción, podemos transgredir los confines de lo dado, imaginar otros destinos, vislumbrar nuevas formas de ser. Sin embargo, yo diría que lo verdaderamente vital de la literatura radica en su capacidad para expandir los horizontes de lo humano. Cuando nos sumergimos en una gran obra, no sólo accedemos a una experiencia particular, sino que entramos en contacto con una gama mucho más amplia de perspectivas, emociones y visiones del mundo. Es como si la literatura nos permitiera trascender los límites de nuestra propia existencia individual, y conectarnos con lo universal, con aquello que nos une como seres humanos más allá de las fronteras del tiempo y el espacio. Y es ahí, en ese diálogo profundo con lo que significa ser humano, donde encuentro el verdadero poder redentor de la escritura. Así que sí, la literatura puede funcionar como una tabla de salvamento, pero no sólo como una vía de escape o de catarsis. Es una forma de expandir nuestra conciencia, de ampliar nuestra comprensión de la condición humana en toda su complejidad. Y es por eso que la considero una actividad tan esencial y trascendental. Parafraseando a José Martí: Dos patrias tengo yo: La noche y los libros. Viajero incansable que conoce tantos países, ¿qué le ha dado Zaragoza que no haya encontrado en otros lares? Zaragoza es una ciudad mágica: quiero comenzar con esta afirmación. Seguramente habrá otras ciudades en el mundo con magia: lo admito. Pero mi espíritu ha conectado con esta ciudad como si mi cuerpo mortal estuviera ahora reencarnado por el espíritu de alguien que vivió aquí hace dos mil años. Hay algo en esta ciudad, asediada por los franceses y por el cierzo, que la hace especial, algo que va más allá de lo meramente geográfico o arquitectónico. Es como si tuviera un pulso, un latido constante que la mantiene viva y palpitante, incluso en los rincones más recónditos. Y no es simplemente el lugar donde resido, sino algo mucho más profundo, casi una especie de ósmosis, un contacto vivo y biológico que me une a ella de una manera indisoluble. A diferencia de otras ciudades que he visitado y vivido, Zaragoza tiene una cualidad que me resulta casi indescriptible. Hay algo de magia en el aire, en la luz, en el ritmo de la vida cotidiana que me cautiva de una manera muy particular. Es como si esta ciudad tuviera una energía que me resuena en lo más hondo. Yo me pierdo por sus calles laberínticas, me detengo en un viejo zaguán de Torrero, admiro sus casas bajas de tejas de barro, respiro una vez más el aire de Torrero que fue un barrio periférico alguna vez, testigo de la victoria de Alfonso el Batallador en el profundo “Barranco de la Muerte.” Yo paso las manos por las antiguas paredes de la Seo de Zaragoza, que antes fue la Mezquita Aljama de Saraqusta, la más vieja de Al Ándalus, mandada construir por el tabí yemení Hanash as-Sana’aní (que, por cierto, es un personaje de la segunda parte de mi novela). Y pienso en cosas. Imagino los miles de manos que palparon, como yo, con emoción, con dolor, con respeto, estas paredes que guardan “un mihrab de un solo bloque de mármol blanco que no existe en la tierra otro como este” como diría el afamado geógrafo Az-Zuhrí. Tal vez por eso, me atrevo a afirmar que Zaragoza es como una figura femenina que ha logrado conquistar un espacio privilegiado en mi imaginario y en mi corazón. Es la mujer de mi vida, en un sentido metafórico y simbólico, pues su imagen se ha entretejido de manera inextricable con mi propia existencia como escritor y ser humano. Explorar los entresijos de esta ciudad, sus calles y sus secretos, me ha permitido descubrir facetas ocultas, matices y esencias que van más allá de lo que el ojo superficial puede apreciar. Es como si Zaragoza se resistiera a ser completamente conocida, como si guardara en su seno tesoros y misterios que solo pueden ser desvelados a través de una mirada paciente, atenta y amorosa. Y es precisamente esa labor de indagación, de desentrañamiento de la identidad profunda de Zaragoza, lo que me ha brindado una de las mayores satisfacciones en mi trayectoria como escritor. Pues en cada calle, en cada rincón explorado, he logrado capturar retazos de una realidad viva, palpitante, que trasciende lo meramente físico para convertirse en una verdadera fuente de inspiración y de descubrimiento personal. Quizás sea su mezcla tan fascinante de tradición y modernidad, la forma en que conserva celosamente sus raíces históricas mientras al mismo tiempo abraza el dinamismo y la creatividad contemporánea. O tal vez sea esa mezcla única de culturas y estilos de vida que conviven aquí, desde lo más castizo y arraigado hasta lo más cosmopolita e innovador. Pero sea lo que sea, lo cierto es que Zaragoza me ha regalado una serie de experiencias y sensaciones que no he encontrado en ningún otro lugar. Y es que, en el fondo, creo que Zaragoza tiene esa rara cualidad de conectar con algo muy profundo dentro de mí, con una parte de mi ser que parece despertar de una manera especial cuando estoy aquí. Es como si esta ciudad me hablara en un idioma que sólo yo puedo entender, un lenguaje que resuena en mi alma de una manera única e inconfundible y que intento llevar a mi literatura. ¿Y que es la patria sino una conversación libresca, una buena biblioteca con el hogar encendido y los amigos? Siempre que regreso a Zaragoza siento que retorno a la patria.
¿Por fin ha dado con los inventores del Aragón moderno tras mucho buscar? Ah, la eterna búsqueda de los orígenes del Aragón moderno... Es sin duda una empresa fascinante, pero también llena de vericuetos y laberintos que parecen eludir una respuesta definitiva. Porque, como bien sabe, la identidad de una región, de una comunidad, no es algo que pueda señalarse con un dedo y decir "¡Ahí está, ese es el origen!". No, la identidad es más bien como esos espejos de Borges, que reflejan infinitas imágenes, cada una igual de válida y elusiva que la anterior. ¿Quiénes son, pues, los "inventores" del Aragón moderno? ¿Acaso fueron esos grandes hombres y mujeres que hemos estudiado en los libros de historia, aquellos que parecen encarnar el espíritu de esta tierra? ¿O quizás fueron los anónimos, los olvidados, cuyas voces y acciones han ido modelando la realidad de un modo más sutil pero no menos poderoso? Desde luego, figuras como Joaquín Costa o Ramón y Cajal han sido fundamentales en forjar ese ethos aragonés que tanto nos fascina. Pero también habría que mencionar a los artistas, intelectuales y pensadores que, a lo largo de las décadas, han aportado su propia interpretación de lo que significa ser aragonés en el mundo contemporáneo. Julián Garcés, el primer obispo de la Nueva España, Goya (cuyo período oscuro me encanta) Pero me decantaría por los anónimos: esos hombres y mujeres comunes, esos artesanos, campesinos, obreros y artistas que, con su trabajo, su creatividad y su resistencia cotidiana, han ido tejiendo la trama de lo que hoy conocemos como Aragón. Me decantaría por el anónimo secretario de Joaquín Costa; por la cocinera de Ramón y Cajal; por el discípulo desconocido de Goya o por el veterano soldado que le protegía las espaldas de Garcés en las nuevas tierras del continente americano. Porque, a menudo, somos tentados a creer que la historia la hacen únicamente los grandes personajes, los líderes y los intelectuales. Pero la verdad es que, detrás de cada uno de esos nombres ilustres, hay toda una constelación de vidas anónimas que han contribuido, a su manera, a dar forma a la identidad de una comunidad. Tal vez, al final, lo más sabio sea aceptar que no hay un solo inventor, sino una multitud de ellos, cada uno aportando su propia visión, su propia verdad a la construcción de esta tierra tan singular. Quizás la tarea del investigador, del narrador, sea simplemente trazar los hilos que conectan esos reflejos, sin pretender apresar una identidad que, por su propia naturaleza, se resiste a ser aprehendida de una vez y para siempre ¿Le gusta jugar con el lector, ponerle tareas y que este se implique en la trama? O que aprenda, ¡qué carajos! Como usted ha aprendido… ¿Que si me gusta jugar con el lector? Pues sin duda, ¡es uno de mis artes favoritas! Creo que la verdadera literatura, la que realmente conmueve y transforma a las personas, es aquella que no se limita a entretener, sino que desafía, interroga y, en cierto modo, involucra activamente al lector. Porque, vea usted, para mí la lectura no debe ser una experiencia pasiva en la que el autor se limita a entregar un producto acabado y espera que el público lo consuma sin más. No, la lectura debe ser un proceso dinámico, en el que el texto y el lector entran en una relación viva, casi simbiótica. Es por eso que me gusta tender trampas, poner acertijos y obligar al lector a implicarse, a participar de forma activa en la construcción del significado. Porque, al final del día, la verdadera riqueza de una obra literaria no está tanto en lo que el autor dice, sino en lo que el lector logra descubrir, interpretar y apropiarse. Claro que esto no es tarea fácil. Exige que el lector se despoje de sus certezas, que esté dispuesto a dejarse desafiar y a abrirse a nuevas formas de ver el mundo. Pero, ¿acaso no es esa la recompensa más valiosa de la lectura? ¿No es esa la verdadera transformación que la literatura puede operar en nosotros? Porque, al fin y al cabo, ¿qué es lo que yo he hecho sino aprender a desaprender, a cuestionar mis propios supuestos y a expandir los límites de mi imaginación? Y es precisamente esa actitud de apertura, de curiosidad insaciable, la que quiero transmitir a mis lectores. Así que sí, me encanta jugar con ellos, ponerles retos y verlos batallar con los laberintos y los espejos que he dispuesto en mis textos. Porque sé que, si logran salir victoriosos de esa lucha, habrán experimentado una transformación profunda, una suerte de renacimiento intelectual. Y es que, en el fondo, esa es la verdadera misión de la literatura: no solo entretener, sino también desafiar, sacudir y, en última instancia, liberar a quienes se adentran en sus dominios. La literatura tiene que emocionar: despertar odio, indignación o amor hacia los personajes (y a veces hacia el autor): allí reside la verdadera magia de la palabra escrita. Su obra da voz a los que habitualmente no salen en las novelas históricas, soldados de a pie, y gente del pueblo ¿es su manera de reivindicar y homenajear a tantos héroes anónimos que son la base de nuestra sociedad actual? Me fascina la posibilidad de dar voz a esos personajes que habitualmente quedan relegados al margen de la historia oficial. Esos héroes anónimos, esos hombres comunes cuyas historias y sacrificios son la verdadera base sobre la que se sostienen nuestras sociedades. Piensen, por ejemplo, en la novela "El muchacho persa" de Mary Renault. En lugar de centrarse en los grandes líderes de la época, se escribió a partir de la visión del amante de Alejandro Magno, Bagoas, cuya historia nos sumerge en la cruda realidad de las campañas militares, en las penurias y vicisitudes de quienes cargan con el peso de la guerra en sus hombros. Y también del amor homosexual, por supuesto que sí. Porque la historia que suele contarse (y en muchas de las novelas históricas) está plagada de los nombres y los hechos de los grandes personajes: reyes, generales, políticos. Pero, ¿qué hay de esos miles y miles de hombres comunes, de esos trabajadores, artesanos y campesinos que también dieron su vida y su esfuerzo para configurar el mundo tal y como lo conocemos hoy? Además la novela histórica española a veces tiene problemas anacrónicos: recientemente leí una novela donde en Aragón en el siglo XII “los monjes miraban sonrientes como el rubio maíz crecía lozano fuera de los muros de su monasterio” ¿Maíz? ¿En Europa en siglo XII? Madre mía. O problemas con la verisimilitud del arco de los personajes: en otra novela he leído de un campesino, un siervo que va pasando con su burrico rumbo al mercado de lo domingos y al pasar por un puente se detiene y piensa emocionado: “Dios mío, miren este puente románico, ese arco de medio punto es sublime” cuando un campesino del siglo XII era imposible que pensara eso, y menos en esos términos, para el campesino, el puente estaría allí para para con su burrico y listo. El principal problema que le veo a muchas de las novelas históricas españolas actuales es que se convierten en ensayos históricos de tal época o tal costumbre: no es literatura, es ciencia y eso aburre al lector que busca el placer estético. Si quiero leer un ensayo histórico pues me voy a la biblioteca y listo (qué soy además un ferviente lector de ensayos históricos: José Luis Corral tiene estudios excelentes sobre la ciudad de Daroca en su etapa medieval). Retomando el tema, esa es precisamente la historia que yo quiero contar: la de aquellos que, sin grandes títulos ni reconocimientos, han tejido con sus acciones, con sus sufrimientos y sus sueños, la trama de nuestra civilización. Creo firmemente que esa es la labor primordial del escritor: amplificar las voces silenciadas, sacar a la luz aquellas historias que han sido relegadas al olvido. Y si, a través de mis novelas, logro que el lector se conecte con esa humanidad subyacente, con ese legado anónimo que nos ha dado forma, habré cumplido con creces mi objetivo como artista y como ser humano. ¿Qué le ha resultado más complicado a la hora de investigar para su obra? Lo que más me ha resultado complicado a la hora de investigar para mi novela "Confabulados con Dios" ha sido, por un lado, interpretar adecuadamente las fuentes históricas que he consultado, como la Crónica Silense. He leído casi todo lo que ha sido publicado de Lacarra y la excelente obra de Jerónimo Zurita y Castro, “Anales de Aragón”. Y mucho más que haría esta entrevista una periodización de lo que se ha escrito sobre el medioevo aragonés y no quiero aburrir al lector. Mi formación como sociólogo especializado en sociología de la cultura también ha moldeado mi aproximación a la historia aragonesa es realmente fascinante. Debo confesar que este enfoque particular ha sido decisivo para mi trabajo. Por otra parte, el hecho de ser un "forastero en tierra propia" me ha permitido desarrollar una mirada bastante distinta a la hora de abordar el estudio de la historia de Aragón y, por extensión, de España. Esa condición de observador externo, aunque inmerso en la cultura, me ha brindado una perspectiva más amplia y matizada, alejada de los sesgos localistas o identitarios que a veces pueden limitar el análisis historiográfico más tradicional. Mi formación sociológica me ha enseñado a trascender las fronteras geográficas y a buscar los patrones, las conexiones y las dinámicas subyacentes que trascienden lo meramente regional o nacional. Esta sensibilidad me ha permitido descubrir matices y significados en la historia aragonesa que quizás pasarían desapercibidos para un estudioso más apegado a la visión endógena. En ese sentido, creo que mi condición de "extranjero en tierra propia" ha sido un valioso aporte a mi labor investigativa. Me ha ayudado a adoptar una postura más distanciada y analítica, sin perder por ello la conexión emocional y cultural con el sujeto de estudio. Al contrario, esa integración de la mirada sociológica y la experiencia de "forastero" ha enriquecido enormemente mi comprensión de los fenómenos históricos y culturales de Aragón. Leer y comprender textos antiguos requiere desarrollar habilidades de análisis y contextualización, pues el lenguaje utilizado, las referencias culturales y los hechos narrados a veces no resultan tan claros para un lector actual. He tenido que estudiar con detenimiento el contexto histórico, social y lingüístico de la época para poder integrar esa información de manera coherente en mi trabajo. Por otro lado, incorporar el lenguaje regional, con palabras aragonesas que si bien no están en desuso, pueden resultar poco familiares para el lector contemporáneo, también ha supuesto un desafío. He tenido que encontrar un equilibrio entre facilitar la comprensión y preservar la autenticidad del lenguaje, de modo que las expresiones regionales fluyan con naturalidad en la narración, sin interrumpir demasiado la lectura. Al mismo Umberto Eco (salvando las grandes diferencias) le criticaron cuando publicó “En nombre de la Rosa”: el uso de un lenguaje conceptual y el universo narrativo tan específico fueron vistos como barreras para la comprensión general Puede gustar o no, pero considero que usar términos lingüísticos regionales es una forma de mostrar respeto a una cultura, como la aragonesa, que se pierde cada día. ¿Quién la va a defender? Pues nosotros los escritores aragoneses. Finalmente, la investigación exhaustiva, más allá de consultar fuentes primarias como crónicas, ha sido fundamental para recrear con precisión el período histórico y el entorno de la historia. Estudiar los detalles de la vida cotidiana, las costumbres, las creencias y el imaginario de la época ha sido un trabajo arduo pero imprescindible para poder sumergir al lector en la mentalidad, las sensaciones y las preocupaciones de los personajes de acuerdo al contexto histórico. En definitiva, la complejidad ha radicado en conjugar el rigor histórico, el dominio del lenguaje regional y la habilidad de narrar de manera vívida y convincente. Lo que más le gusta de lo que ha escrito: argumento, trama, un personaje, ritmo, giros… Déjenos una frase… Lo que más me gusta de mi novela "Confabulados con Dios" es sin duda la construcción de los personajes principales. He disfrutado enormemente desarrollando la complejidad psicológica y la evolución interna de cada uno de ellos a lo largo de la trama. Me place enormemente poder ahondar en los aspectos que más me satisfacen de mi novela "Confabulados con Dios". Sin duda, el elemento que mayor deleite creativo me ha proporcionado ha sido la construcción de los personajes principales, particularmente en lo que respecta a la exploración de su complejidad psicológica y su evolución a lo largo de la trama. Uno de los personajes que más me ha cautivado es el de Galindo Sánchez de Graus, cuya presencia secreta recorre de principio a fin el relato. Debo confesar que me he sentido profundamente atraído por la naturaleza ambigua y gris de este personaje, que bien podría catalogarse como un "antihéroe" en toda regla. Lejos de las figuras prototípicas del bien y el mal, Galindo se revela como un individuo que simplemente ejecuta la violencia y la muerte como si de un oficio más se tratara. Con la misma frialdad y precisión con la que un herrero golpea el yunque o un carpintero construye una cama, este personaje lleva a cabo sus actos criminales, desprovisto de cualquier atisbo de remordimiento o culpa. Y es precisamente esa ausencia de dimensión moral lo que me ha cautivado enormemente en su construcción. Porque Galindo encarna una suerte de "grisura" existencial, una zona intermedia entre lo blanco y lo negro, que nos obliga a cuestionar nuestras concepciones simplistas sobre la naturaleza humana. Al dotar a este personaje de una psicología compleja, carente de aristas maniqueas, he procurado reflejar la multiplicidad de facetas que conforman la condición humana. Porque, en el fondo, ¿no somos todos nosotros, en mayor o menor medida, seres moralmente ambiguos, cuyas acciones se sitúan a menudo en esa zona gris entre el bien y el mal? Es en esta exploración de los claroscuros del alma humana donde he encontrado mi mayor fuente de satisfacción creativa. Pues considero que es precisamente en esa complejidad, en esa renuncia a las simplificaciones, donde reside la verdadera esencia de la condición humana que tanto nos fascina y desafía como narradores. ¿Una frase? Crear personajes que desafíen nuestras nociones preconcebidas sobre el bien y el mal es como esculpir figuras de sombras: cuanto más las acercas a la luz, más se difuminan los contornos. Un mensaje que desea transmitir a sus seguidores… La escritura es sudor, es sangre, siempre es sufrimiento. El que escriba sin dolor creará páginas poco memorables. Yo intento hacerlo lo mejor que puedo y cuando termino cada libro estoy agotado. Porque al final a la escritura también es confesión, desgaste y por qué no, tortura a nuestros demonios. A los propios demonios. Yo siempre escribo para disciplinar a mis propios demonios. Yo escribo para evitar que mis personajes me claven en la cruz. Pero a veces yerro. A veces escribo cuando no lo puedo evitar y entonces pasa como ahora, entonces Galindo Sánchez de Graus mira con placer como yo, su creador, agonizo desnudo, crucificado boca abajo, a las orillas del Mar Muerto. Qué la paz sea con él. Puedes comprar el libro en:
+ 0 comentarios
|
|
|