A veces, da la impresión de que la vida es un juego de ajedrez, y que estamos a expensas de quien maneje las fichas que somos nosotros. Sin embargo, tenemos capacidad para trastocar, o desviar, los destinos que otros creen que nos merecemos.
Orlando es un personaje peculiar. Uno de los grandes de la literatura universal. Un personaje que transita por el tiempo y cambia de sexo. Un personaje aficionadísimo a la lectura, andrógino, cuya fisiología no es tanto una cuestión de feminismo, sino de identidad. Es decir, Orlando no cambia su forma de ser. Lo que cambian son las circunstancias por las que tiene que pasar una mujer con respecto a un hombre.
En el montaje del Centro Dramático Nacional, Marta Pazos como directora y dramaturgista, en esto último junto a Gabriel Calderón, nos presenta aún otras peculiaridades escénicas. Cargado de simbología, y con altas dosis de creatividad, realiza unas magníficas coreografías con la multiplicidad de movimientos, de personajes que intentan atrapar las sombras, y revierten en un espectáculo de luz. Tanto las músicas, como el vestuario, como la iluminación, las coreografías y la escenografía son partes integrantes del estupendo elenco que lleva a los ojos de los espectadores la pasión, la indolencia, el amor y la soledad de Orlando.
Grandemente rubricado por el texto, las palabras, que no son de nadie y pertenecen a todos, porque el dueño es quien las lee o las escucha. “La poesía ha muerto. Solo queda su resaca”, dicen en un momento determinado, “la época de la literatura ha pasado”, “escribir es una pesadilla”, una tortura, una mala conciencia, por eso, siguen diciendo, elegir las palabras adecuadas es complicado. De ahí, también que, en la versión que hacen Marta Pazos y Gabriel Calderón, sea tan importante y necesaria la visualización, para que la verdad de la poesía, de la novela, de la historia, forme parte de un conjunto en esta época, en este tiempo del siglo XXI donde se presta más atención a lo audiovisual y lo efímero, que a los grandes tochos de la literatura, aunque sigamos basándonos en ella para crear nuevas formas de comunicación y expresión, otra manera de contar, otra manera de vivirlo. Es refrescar esas épocas que nos narra Virginia Wolf, acercándolas, girándolas, sin concreciones determinadas, para encontrarnos con el resplandor del arte escénico, una visión sorprendente, arriesgada, que casi quema, pura sensación.
De esta forma nos convertimos en propietarios de esta perpetuidad gozosa de la escritora. La vuelven a la vida, con una voz adecuada para representar todas las referencias que, a su vez, la autora puso en su obra original.
Es el testimonio de ayer, despierto hoy, como algo alcanzable, deseos que se deben cumplir. Son variados los temas, atención a la perpetuidad, a la naturaleza, a las falsarias costumbres sociales, a los roles de masculinidad y feminidad, a los cambios de opinión y de humor, al disimulado rigor de cómo hay que hacer las cosas, a los recuerdos y a la historia de periodos cotidianos.
El montaje es de una estética brillante, donde el cuerpo es, en sí mismo, la palabra.
Así, hay que hablar y callar para evocar situaciones que, otrora, causaban desazón, malestar, asombro, crítica, e identificar que tanto no hemos cambiado, pero que mantenemos la esperanza, cada día, de que el nuevo amanecer no nos depare excesivas sorpresas, y haya continuidad en nuestra existencia.
FICHA ARTÍSTICA
ORLANDO
Texto: Virginia Woolf
Adaptación y dramaturgia: Gabriel Calderón y Marta Pazos
Dirección: Marta Pazos
Intérpretes: Nao Albet, Anna Climent, Alessandra García, Jorge Kent, Paula Losada, Laia Manzanares, Paco Ochoa, Mabel Olea, José Juan Rodríguez, Alberto Velasco y Abril Zamora
Escenografía: Blanca Añón
Iluminación: Nuno Meira
Vestuario: Agustín Petronio
Composición musical y espacio sonoro: Hugo Torres
Coreografía: Mabel Olea
Caracterización: Johny Dean
Producción: Centro Dramático Nacional
Espacio: Teatro María Guerrero