Josh MacCall (Ben Foster) y su esposa Rachel (Cobie Smulders) acaban de traladarse a un bello paraje junto a su hijo Max, de seis años. Una noche, mientras los adultos viven un momento de pasión enardecedora, un coche no puede tomar una curva cerrada frente a la casa y se estrella con fuerza contra un árbol del jardín delantero (desde luego que yo recuerde no había visto un corte de rollo tan bestia como el que van a vivir ambos protagonistas). El adolescente que conducía el coche accidentado muere, otro pasajero sobrevive y la psique de la joven familia en cuya propiedad ocurrió todo esto va a verse sensiblemente dañada.
Sin embargo, la preocupación por un posible trastorno de estrés postraumático se dirige inicialmente a la persona equivocada. No es el niño quien pierde la compostura tras el accidente fatal, aunque nuevas situaciones catastróficas no le falten, sino su padre, Josh, quien se culpa por no haber actuado con la suficiente rapidez para evitar el desastre. Pero nadie quiere admitirlo, y menos aún el propio cabeza de familia, quien comienza a sumirse en una espiral obsesiva de autodestrucción que a la larga le traerán funestas consecuencias. Y así, una dinámica de las denominadas “de culo y cuesta abajo” se infiltra sigilosamente en la estructura familiar, que, como la película sugiere repetidamente, ya era un tanto inestable de antemano.
Estas irritaciones en constante “in crescendo” se deben en parte a la estructura de poder establecida en la pareja. Rachel acusa a Josh, en cierto momento, de ser una persona defensiva que lo da todo por sentado, por lo que no lo consideran para un ascenso en la empresa y, en su lugar, le asignan un jefe al que él mismo formó y que, cual efecto boomerang, acabará poniéndole también en un brete. Además, Rachel acaba de regresar a su trabajo como terapeuta y parece estar muy motivada, mientras que Josh parece haber perdido el interés en su profesión y muestra muy poco compromiso con su equipo, lo que alertará a sus gerifaltes.
Por el contrario, Rachel, lo que no deja de resultar un tanto sorprendente dado que su trabajo consiste precisamente en empatizar con aquellos que están sufriendo cualquier tipo de crisis mental, no comprende para nada el remordimiento de Josh tras la muerte del conductor involucrado en el accidente y se centra exclusivamente en su hijo. Su marido, sin embargo, tiene más claro que el agua que este accidente no va a ser el último, y el tiempo le va a acabar dando la razón. La curva cerrada (de ahí el título de la película) y la señalización inadecuada en el lugar peligroso se convierten, al final, en la espada de Damocles que pende sobre la casa y la familia que vive allí.
La película juega muy bien la baza de la ambigüedad de un personaje ofuscado por algo que se le escapa completamente de las manos. Su actitud a medida que se vaya desarrollando el argumento se irá extremando de tal manera, que pasará de héroe a villano en un santiamén, lo que acarreará una suerte de catastróficas desdichas. A una persona apática solo le falta que le sobrevuele una situación “bigger than life” para que acabe de dinamitar la poca paciencia que todavía podía tener almacenada.
El film, basado en una historia escrita por el periodista canadiense Russell Wangersky, está concebido predominantemente como una obra de cámara: la casa, el jardín y la calle son casi los escenarios exclusivos donde el drama se desenvuelve en su lento pero inexorable curso. Con un trabajo de cámara preciso, una banda sonora concisa pero sumamente efectiva firmada por el compositor irlandés Stephen McKeon y, sobre todo, la enorme e hipnótica presencia de Ben Foster como el debilucho señor “don nadie”, con una contención admirable, (lástima que la acción de la película nunca alcance el nivel de Foster en su rol protagónico), no va a ser ningún misterio el que transforme la propiedad en una casa embrujada al doblar la dichosa curva. Más bien, se trata de algo bastante trivial: un descuido de las autoridades de carreteras y una familia cuyo fracaso ha estado grabado en la película durante mucho más tiempo del que esta se imagina.