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Aula vibrante donde niños de diferentes etnias se sumergen en sus libros favoritos. En el fondo, una gran estantería llena de colores brillantes y personajes literarios
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Aula vibrante donde niños de diferentes etnias se sumergen en sus libros favoritos. En el fondo, una gran estantería llena de colores brillantes y personajes literarios (Foto: Modelo gpt-image?1 (OpenAI))

El goce y disfrute de los textos escritos

lunes 18 de agosto de 2025, 08:37h

Nuestra propia experiencia de aula nos ha venido demostrando el desinterés por la lectura, incluso por la de carácter recreativo, de no pocos alumnos. A la vista de sus propias opiniones mayoritarias para tratar de corregir esta calamitosa situación, presentamos a continuación algunas de las “actuaciones concretas” que hemos venido adoptando, con objeto de lograr que disfruten autónomamente de la lectura como forma de comunicación que, además de fomentar su enriquecimiento cultural, les sirva de entretenimiento lúdico y les ayude a desarrollar sus capacidades creativas.

1. Cómo contrarrestar la posible incidencia negativa del ambiente familiar en la “desmotivación” del lector.

La práctica de la lectura como actividad lúdica exige un ambiente adecuado; y este no siempre es el más propicio en el ámbito familiar. Difícilmente un adolescente se sentirá atraído por la lectura si no disponen en su hogar del estímulo ejemplarizante de su propia familia. En este sentido, los padres deberían esforzarse por encontrar, al término de su jornada laboral, y en el ámbito estrictamente familiar, un tiempo para la lectura -que es tiempo, a la vez de sosiego, reflexión y emoción estética-, y practicar esta lectura con asiduidad. Además, si comparten con los adolescentes las mismas lecturas que ellos llevan a cabo, se fomentaría un fructífero intercambio de puntos de vista que incluso podría ayudarles a desarrollar, en unos años decisivos para la formación de su personalidad, la necesaria capacidad crítica.

Por otra parte, creemos obligación de los padres con hijos en edad escolar el ofrecerles buenos libros de lectura que sirven de alternativa a entretenimientos domésticos centrados casi exclusivamente en unos medios audiovisuales e informáticos que, por sí solos, son incapaces de satisfacer todas las expectativas que la lectura abre al espíritu humano, engrandeciendo los cauces de su libertad. Y como los buenos libros requieren, para su disfrute, de lo que podríamos llamar la “soledad del lector”, es necesario crear, en ese ámbito estrictamente familiar al que antes aludíamos, el “espacio lector” -espacio físico, se entiende- en el que se den las circunstancias de silencio y recogimiento; circunstancias idóneas para albergar un espíritu al que la lectura, efectuada en ese clima de tranquilidad anímica, transportará a mundos sorprendentes.

2. Pautas para la superación de la "desmotivación" del lector en el ámbito escolar.

Situados ya en el ámbito puramente escolar, no nos parece el camino más adecuado para estimular el placer de la lectura obligar a los alumnos, instalados en determinados tramos del sistema educativo, a que lean obras que no despiertan su atención, aun cuando estas tengan un indudable valor educativo. Si la lectura de ciertas obras que viene impuesta por los currículos normativos es rechazada de plano por algunos alumnos, habrá que ofrecerles, primeramente, lecturas más acordes con sus gustos personales -siempre que posean un mínimo de calidad estética-, y al margen de aquellas otras de carácter preceptivo que no suscitan su interés.

En conecuencia, consideramos imprescindible proporcionar a tales alumnos “listas abiertas” de libros pertenecientes al ámbito de la literatura juvenil actual y, a ser posible, información sobre su contenido; libros que deben contemplar gustos muy diferentes y versar, por tanto, sobre los más variados temas que puedan resultarles atractivos -novelas psicológicas y sociales, novelas históricas, novelas de aventuras, relatos de ciencia ficción, novelas policíacas, relatos de humor, textos poéticos...-; y, de esta manera, la elección de un determinado título se hará con el máximo acierto y no se sentirá la tentación de abandonar la lectura de la obra antes de haberla concluido. Con ello, eliminamos la práctica de imponer determinados títulos de lectura obligatoria para todos los alumnos.

Paulatinamente, y conforme estos alumnos vayan desarrollando una conciencia lectora, se les irá introduciendo en las lectura de las grandes obras de nuestra tradición literaria y cultural. Pero hasta que ello sea posible, sólo se fomentarán los aspectos lúdicos de la lectura, desligándola de la teoría lingüística; y se renunciará de forma expresa a proponer la realización de cualquier tipo de trabajo sobre los libros leídos, con objeto de potenciar en los alumnos, única y exclusivamente, la lectura desinteresada, la lectura “por el puro gusto de leer”.

Y solo si surge la ocasión propicia, se podrían reemplazar los habituales “mecanismos de control” empleados para comprobar que los alumnos han leído un determinado libro -examen escrito, trabajo monográfico ajustado a un determinado “patrón”, etc.- por otros procedimientos más acordes con sus intereses -y que, como instrumentos de evaluación, pueden resultar tan válidos como aquellos-, tales como la participación en coloquios y debates, la entrevista personal, etc. En cualquier caso, se valorará positivamente -y de forma continuada- la lectura recreativa en todos los alumnos, de tal manera que dicha valoración pueda tener un peso específico en las calificaciones trimestrales y en la de final de curso.

3. El aula como "lugar de encuentro" del lector con el libro.

El aula es el espacio idóneo para propiciar el encuentro entre lectores y libros. Muchos son los procedimientos a los que puede recurrirse para crear un clima propicio que sirva de estimulo a la lectura. Sirvan de ejemplo estos cuatro:

i. Instalar un "rincón de la lectura" -que ha de contar con un amplio tablón de anuncios- en el que se ofreca información de las principales obras literarias que se vienen editando en España, especialmente en el ámbito de la literatura juvenil -breve sinopsis argumental y, en su caso, “pistas de lectura” que habrá de servir para que los lectores profundicen, por sí mismos, en el conocimiento de dichas obras-. También tendrán cabida catálogos de las colecciones -dirigidas a adolescentes- de las principales editoriales españolas que publican este tipo de libros; algunos fragmentos de libros -preferentemente, de libros disponibles en la biblioteca del centro- que puedan atraer la atención de un buen número de alumnos, con los datos necesarios para su localización y, en su caso, informaciones sobre la forma de conseguirlos; las recensiones de libros efectuadas -en su caso- por los propios alumnos; las noticias de concesión de premios literarios a determinados títulos y autores; etc.

ii. Organizar “bibliotecas literarias de aula”: cada alumno aportará a la “biblioteca de todos” el libro que considere más adecuado -porque su lectura haya cubierto todas sus “expectativas”- y, establecido el correspondiente sistema de “préstamo”, se facilitará a cualquier alumno el acceso a los libros proporcionados por sus compañeros; como también habrá de garantizársele que pueda acceder a los fondos bibliográficos de la biblioteca escolar, para que pueda leerlos en aquellas circunstancias que le resulten más idóneas.

iii. Propiciar la celebración de sesiones de “libro-foro” que permitan al alumno entrar en contacto con los autores más representativos de la literatura juvenil actual.

iv. Celebrar debates que sirvan para establecer la comparación de determinada obra literaria con sus correspondiente adaptación cinematográfica o televisiva, leída aquella antes o después de contemplada esta; lo cual permitirá poner al descubierto, sucintamente, cuantos recursos de estilo caracterizan la forma de escribir del autor, e ilustrala con ejemplos concretos que realcen los valores estéticos de dicha obra.

4. Cómo superar el rechazo hacia el conocimiento de las grandes obras de la historia de la literatura española en lengua castellana.

Es evidente que se puede disfrutar de una poesía sin entenderla. La estética culterana o la surrealista, por ejemplo, han proporcionado obras de extraordinaria belleza cuyas dificultades de interpretación han puesto a prueba a los más exigentes críticos literarios. Sin embargo, el entendimiento de un texto hace que pueda disfrutarse con mayor intensidad, al trascender el simple conocimiento. Y para ello es necesario penetrar en el contexto histórico de dicho texto, profundizando en las relaciones entre Literatura y Sociedad; y afrontar su referente estético en el ámbito de la tradición literaria. Y estas son tareas que incumben al profesor, responsable último de ayudar al alumno a desbrozar cuantas dificultades pueda encontrar en la interpretación de un texto, de forma tal que, al comprender lo que lee desde una perspectiva racional, pueda llegar a valorarlo desde una perspectiva anímica.

Así pues, es competencia del profesor la ambientación de las principales obras de nuestro patrimonio literario en el contexto sociocultural que las hizo posible -ya que las características peculiares que en cada caso definen una creación literaria dependen, en buena medida, de las coordenadas histórico-sociales en las que está inserta-; y, asimismo, la presentación de fragmentos de obras consideradas “clásicas” y que reflejen perecisamente esos planteamientos estéticos propios del entorno histórico-cultural en que fueron concebidas, así como la realización de los correspondientes comentarios que puedan servir de motivación para la lectura de las obras completas.

5. La recuperación para el aula de los clásicos de la aventura.

La relación de autores actuales -españoles- empeñados en “acercar” a los adolescentes el “hecho literario” -y que escriben pensando en ellos, y abordan en sus obras problemas que son propios de la juventud- sería interminable. Eludimos, pues, por innecesario, citar aquí más de medio centenar de nombres de reconocidos escritores con abundante bibliografía para jóvenes, cuya presencia es habitual en los centros docentes, y que imparten charlas que permiten adentrarse en sus obras, previamente leídas por los alumnos, introduciéndoles, así, en en el difícil arte de la creación literaria, y despertando en ellos un innegable interés por la lectura y por cuanto ella conlleva. La forma de hacer literatura de estos escritores no desmerece de otra cualquiera digna de tal nombre, y ha ayudado a lograr, en cierta manera, fomentar el hábito de la lectura entre determinados jóvenes, que rechazan cualquier otro tipo de literatura.

No obstante, y si queremos convertir la lectura en uno de los pilares básicos de la Educación Secundaria, es necesario recuperar para el aula a los grandes “clásicos de la literatura juvenil”: Verne, Stevenson, Conrad, Dumas, Salgari, Charles Dickens, Óscar Wilde, Marc Twain, Rudyar Kipling, Henryk Sienkiewicz, Alexandre Dumas...; y así un largo etcétera de autores que están llamados -si se recuperan de forma efectiva- a convertir el placer de leer en una constante en el proceso formativo de los alumnos. Estamos convencidos de que la lectura de las obras de estos autores puede contribuir a que los alumnos aprendan a ser ellos mismos y, a través del disfrute de los valores educativos que la lectura de la buena literatura garantiza, a que lleguen a ser más libres y, por tanto, más justos y solidarios.

Y no renunciamos a recordar aquí unas palabras de Juan Manuel de Prada extraídas de su artículo "Vindicación del libro" -publicado en el diario ABC, el Domingo de Ramos del año 2000-:

"Cada vez que nos asomamos a un libro, escapamos de un mundo aturdido por la banalidad y el vértigo para lanzarnos a la conquista de otro mundo más verdadero y postular una realidad enaltecedora. La peculiaridad de esta conquista consiste en que no se trata de un mero ejercicio de evasión, pues -como muy bien entendió Proust- la lectura deja libre la conciencia para la introspección reflexiva. Al leer no nos limitamos a absorber contenidos, a estimular nuestras dotes imaginativas o a mejorar nuestras habilidades verbales; por el contrario, regresamos a nuestro mundo aturdido por la banalidad y el vértigo con una cosecha de iluminaciones que irradian su influjo sobre la realidad y nos enseñan a ser mejores. Este viaje de ida y vuelta, además, nos hace dueños de nuestro propio tiempo, de nuestra duración en la tierra; la aventura de leer un libro nos proporciona el incalculable gozo de aprehender y comprender nuestra vida, no sólo los acontecimientos que poblaron su pasado, sino también los que otorgarán su argumento al incierto y multiforme futuro". Esta sensación de clarividencia explica, por ejemplo, ese curioso fenómeno que todo lector verdadero ha experimentado: con frecuencia nos ocurre que tratamos de evocar en vano el asunto de un libro que nos hizo felices en el pasado, y, sin embargo, ¡cuán vívidamente recordamos el estado de ánimo, el clima espiritual en que la lectura de dicho libro nos instaló, proyectándose como una reminiscencia hacia el futuro!"

6. El esfuerzo lector.

Conviene no olvidar que sin un mínimo esfuerzo lector no es posible desentrañar los textos literarios, sean clásicos -de la literatura intemporal- o actuales, pertenezcan o no a la literatura juvenil. Algo de esto decía J. J. Armas Marcelo en el artículo “De la lectura”, publicado también en el diario ABC, el 18 de mayo de 1996; y sus palabras pueden servirnos a modo de colofón: “La moda es ignorar que la lectura es una acción única, solitaria, demorada y reflexiva, que nadie debe compartir con nada ni nadie, que no admite medias tintas, y cuya exigencia fundamental es una exclusividad de doble vertiente. La lectura es exclusiva y excluyente, requiere olvidarnos de la tendencia al mínimo esfuerzo, nos obliga a robarle el tiempo a otras acciones y exige una dedicación hipnótica que nos conmueve tanto que la lectura de ese libro precisamente se vuelve angustia cuando estamos ya acabando de leerlo. Porque, ¿encontraremos otro hallazgo semejante, otro libro parecido al que leemos en ese momento, cuando hayamos terminado de leer su última página?”

Frase entresacada del Discurso de Ingreso en la RAE, el 12 de mayo de 1935, que da una idea de la "voracidad lectora" del autor de El árbol de la ciencia:

"Yo leí en la juventud todo lo que cayó en mis manos, principalmente novelas, sin fijarme gran cosa en si el autor tenía fama o no".

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Leyendo a Baroja
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