Conocemos la Regla del Treinta. Treinta grados, humedad por debajo del treinta por ciento y vientos de al menos treinta km/h. Si esta ratio estaba en el aire desde que se declaró la quinta ola de calor, ¿dónde estaban los que siempre están “muy pendientes”? Tanto más previsible lo que podía suceder, tanto más intolerable la ausencia de previsión, de gestión forestal y vigilancia, de una política medioambiental eficaz.
Las campanas tocando a fuego comenzaron a doblar esta primavera de lluvias incesantes. Su desenlace sólo podía ser un crecimiento del matorral que en verano se vuelve yesca, como esos bosques abandonados de todo cuidado, donde se acumula la madera seca a la espera de un rayo, o de un pirómano.
Pirómanos los hay por acción -uno por cada cuatro incendios, dice la estadística-, pero también por omisión. Son precisamente esos que siguen “muy pendientes”, con los brazos cruzados, en sus lugares de vacaciones o en sus parlamentos, si no son sinónimos. Un dato más. España, la mitad de población que Alemania, el doble de políticos. Sumemos los mil observatorios gratuitos, con su sacrosanta burocracia identitaria, a criterio de los soberanos gobiernos centrales o autonómicos. Restemos la progresiva reducción de efectivos en la lucha contra el fuego, los despidos de bomberos forestales, minimizados año tras año por los que siguen “muy pendientes”.
Detrás de esta tragedia anunciada, dos millones de hectáreas calcinadas en lo que va de siglo, el retrato de un país donde los que luchan contra el fuego cara a cara se dejan la vida por atajarlo, mientras las cúpulas gestoras, los que siguen “muy pendientes”, sólo atienden a sus batallas partidistas.
Incendios de quinta generación, políticos de tercera. A la altura de esta España neroniana donde la anomalía -climática- es ya la norma -política-. Habrá una próxima vez. No pasa nada, “seguimos muy pendientes”.
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