Humor y crítica en "A una nariz": La maestría lingüística de Francisco de QuevedoEl soneto "A una nariz" de Francisco de Quevedo destaca por su humor y sátira, utilizando hipérboles y metáforas para caricaturizar a un hombre con una nariz descomunal. A través de ingeniosos recursos lingüísticos, el poeta crea una serie de imágenes extravagantes que reflejan su dominio del lenguaje y su crítica hacia Góngora.
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba, érase un peje espada muy barbado; era un reloj de sol mal encarado, érase una alquitara pensativa, érase un elefante boca arriba, era Ovidio Nasón más narizado; érase el espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto, las doce tribus de narices era; érase un naricísimo infinito, muchísimo nariz, nariz tan fiera que en la cara de Anás fuera delito. Francisco de Quevedo: Huye la hora Antología poética. Madrid, Ediciones Cátedra, 2025. Colección Letras Hispánicas. Fernando Plata y Adrián J. Sáez, editores literarios.
La fuerza cómica del estilo conceptista de Quevedo El soneto “A un hombre de gran nariz” pone, una vez más, de manifiesto que es en el ámbito de la inspiración humorística o satírica donde Quevedo alcanza los máximos logros conceptistas. En dicho soneto podemos ver unos procedimientos retóricos semejantes a los de Góngora: metáforas -presentes en casi todos los versos, que permiten relacionar e identificar la nariz con los más variados y desconcertantes objetos-; hipérboles -patentes en todo el poema y, en especial, en el verso 11, en el que se alude a las tribus de Israel, y que hay que interpretar de la siguiente manera: la nariz era más larga que todas las narices de los israelitas juntas-; creación o uso de neologismos -así, la creación lingüística humorística del verso 12, “naricísimo”, ajena en su construcción a las normas de la gramática española, en la que el sustantivo no admite el grado superlativo, propio del adjetivo-; estallido verbal en el que se acumulan los adjetivos descriptivos... Sin embargo, todos estos recursos están usados aquí negativamente -con una finalidad claramente envilecedora-, con objeto de conseguir la más colosal caricatura. Hay que añadir a ello el denso conceptismo del estilo, ya que cada uno de los juegos de palabras del soneto -el reloj de sol, la alquitara (alambique) pensativa, la alusión a Ovidio Nasón...- nos obligan a una intensa reflexión intelectual para poder descubrir la intencionalidad que encierran y, en consecuencia, la gracia de unos chistes que revelan un dominio realmente sorprendente de todas las posibilidades expresivas del léxico. Confirmado el origen judioconverso de Góngora (cf. Enrique Soria Mesa: El origen judio de Góngora. Córdoba, Ediciones Hannover, E. T. C., 2015), y dado que a los judíos se les atribuyen grandes narices, nada de particular tendría que este soneto fuera una burla más de Quevedo hacia Góngora. Y antes de entrar en el análisis de cada uno de sus versos endecasílabos -ejemplo de esticomitia, al existir de forma sucesiva una coincidencia entre la unidad sintáctica y la unidad métrica, con excepción de los dos últimos, en los que se introduce una proposición consecutiva: “tan fiera / que en la cara...”-, que constituyen un conjunto de imágenes extravagantes de carácter desmesuradamente hiperbólico, convendría reparar en los tres pilares en los que se sustenta el texto. En primer lugar, la acumulación de vocablos que aluden a seres y objetos que presentan una forma angulada, que es precisamente uno de los rasgos más característicos de la nariz: peje espada (verso 4; la mandíbula superior de este pez tiene forma de espada de dos cortes, y llega a alcanzar un metro de largo en ejemplares de cuatro metros de longitud); reloj de sol (verso 5; este tipo de reloj señala la hora mediante la posición de la sombra proyectada, sobre una superficie graduada, por una varilla de hierro o gnomon que el sol ilumina); alquitara (verso 6: alambique; este utensilio posee un tubo largo, por lo general en línea quebrada -llamado serpentín-, por el que sale una sustancia volátil destilada); elefante boca arriba (verso 7; en el elefante, la nariz y el labio superior están unidos y originan una prolongación muscular, hueca y elástica en forma de trompa prensil, capaz de absorber fluidos); espolón (verso 9; pieza de hierro aguda, afilada y saliente en la proa de las antiguas galeras, para embestir y echar a pique al enemigo en combate naval); pirámide (verso 10; cuerpo geométrico que tiene como base un polígono cualquiera, y sus caras laterales son triángulos que se juntan en un vértice común). En segundo lugar, y especialmente en los tercetos, hay referencias al mundo judaico -para criticar el tamaño de la nariz-, que connotan cierta agresividad, en consonancia con el rechazo social de que eran objeto los judíos, sobre todo desde que fueron expulsado de España por los Reyes Católicos (Edicto de Granada de 1492), hecho relacionado con la instauración de la Inquisición -14 años antes en la corona de Castilla y 9 en la de Aragón- para perseguir a los judeoconversos que continuaban practicando sus creencias religiosas: sayón y escriba (verso 2), pirámide de Egipto (verso 10), las doce tribus (verso 11, en alusión a las doce tribus de Israel), Anás (verso 14, sumo sacerdote del Sanedrín, al que reemplazaría en el cargo Caifás; la tradición cristiana atribuye a ambos la responsabilidad en el prendimiento y posterior crucifixión de Jesucristo). En tercer lugar, Quevedo hace gala de una pasmosa habilidad para manejar los recursos “productivos” de la lengua; por ejemplo, emplea nombres indistintamente con función apositiva o adjetival (verso 2: nariz sayón y escriba); o derivaciones y construcciones sintácticas que caen fuera de la norma lingüística (verso 8, narizado -el DRAE recoge las voces narizudo y narizón-); verso 12: naricísimo -superlativo formado sobre un nombre y no a partir de un adjetivo-; verso 13: muchísimo nariz -un adverbio modificando a un nombre-); e incluso toma los nombres de las personas de la antigüedad romana o hebrea para, a partir de ellos, lograr sugestivos efectos cómicos (así, en el verso 8, Publio Ovidio Nasón -en latín, Publius Ovidius Naso, el poeta romano autor de Arte de amar y de Las metamorfosis- le permite a Quevedo efectuar un curiosos juego de palabras: érase Ovidio Nasón más narizado; y en el verso 14, el nombre del sumo sacerdote Anás es objeto de un imaginario procedimiento de formación: “a-nas”, esto es, “sin nariz” -que en la cara de Anás fuera delito-). Obviamente, estos juegos de palabras, de tremenda mordacidad e ingenio, están sugeridos a partir de la raíz latina de la palabra nariz (naris, cada uno de los orificios de la nariz; voz de la que provienen narigudo y narizón, además de nasal). En definitiva, y a modo de resumen, Quevedo ha sido capaz de poner en pie a lo largo del soneto un complejo entramado de correspondencias, ya sean asociaciones de ideas (nariz: mundo judaico-Ovidio Nasón-Anás), ya sean analogías con objetos cuyo aspecto angulado le permite desarrollar una red de audaces transposiciones metafóricas que se suceden con vertiginoso ritmo (nariz: peje espada, reloj de sol, alquitara, espolón, pirámide), ya sean caprichosas formas lingüísticas que evidencian ese portentoso dominio de todas las posibilidades expresivas del lenguaje (el “hombre a una nariz pegado” es un ser “narizado”, un “naricísimo infinito”). A la calidad rítmica de los versos se suman, pues, relaciones semánticas imprevisibles entre los vocablos, así como sencillos procedimientos morfosinmtácticos que aportan unos intensos valores expresivos; todo ello para lograr una descomunal caricatura de un personaje que no pasa de ser “un hombre a una nariz pegado” (verso 1), y que posee, por tanto, una “nariz superlativa” (verso 2). Analicemos ahora, verso a verso, todo el soneto parta comprobar hasta dónde llega la capacidad satírico-burlesca de Quevedo y su acumulando de recursos conceptistas. Primer cuarteto. Verso 1. “Érase un hombre a una nariz pegado,”. La expresión “érase una vez” es típica para introducir las primera frase de un relato, y es original de Charles Perrault (“il était une fois”). Quevedo utiliza la expresión “érase que se era” para dar comienzo al soneto, y la reitera de modo anafórico -y abreviado- en los versos 2, 3, 4, 6, 7, 9, 10 y 12 con la forma “érase”; y con la forma “era” en los versos 4 y 8 y, asimismo, al término del verso 11. Se alude con ella a un pasado poco preciso en cuanto a su ubicación en el tiempo. Por otra parte, al decir Quevedo “un hombre a una nariz pegado”, en lugar de “una nariz pegada a un hombre”, ya está presentando, hiperbólicamente, a un hombre que es “todo nariz”, como atributo más llamativo. Verso 2. “érase una nariz superlativa,”. El adjetivo “superlativa” posee la significación de “muy grande o desmesurada”, y resulta infrecuente para calificar a una nariz; y de ahí su fuerte expresividad. Verso 3. “érase una nariz sayón y escriba,”. La guardia judía del Sanedrín estaba constituida por sayones, y tenía capacidad para efectuar detenciones; tal es el caso del prendimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos, recogida en el Evangelio de san Juan (18, 1-6). El nombre podría derivar del latín sagum (sayo), que era su vestidura característica. Uno de los sentidos de sayón, como aposición de nariz, haría, pues, alusión al mundo judaico. Un nuevo sentido puede adquirir la palabra sayón si, humorísticamente la convertimos en aumentativo de saya, que significa “parte de la vestimenta que cae desde la cintura”, por lo que, al referirse a nariz, habría que imaginar esta como un gran apéndice nasal que desciende hacia abajo de forma acampanada. A los dos sentidos anteriores hay que añadir un tercero: sayón define figuradamente al hombre de aspecto feroz, en alusión al verdugo que ejecutaba las penas, por lo que se trataría -dándole carácter adjetival al vocablo- de una nariz feroz, es decir, enorme; e incluso un cuarto sentido: el de rebelde -esto es, díscola, aviesa- si nos ajustamos al verso que cierra el soneto que Quevedo dedica a Góngora: “por tener de sayón la rebeldía”. Quevedo ha hecho converger todos estos significados de sayón, de modo simultáneo, con lo que el vocablo adquiere unos sorprendentes matices expresivos, además de significativos, al acompañar al vocablo nariz, que resulta, así, judaica, campanuda, descomunal e indomable. En cuanto a la palabra escriba, entre los hebreos designaba al doctor e intérprete de la ley. Al acompañar como aposición al nombre nariz, hace referencia, de nuevo, al mundo judaico; pero, además, el escriba es el copista que tiene por oficio escribir y, por tanto, su posición inclinada ante el papel reitera el carácter descendente de la nariz, reforzando uno de los significados de saya (nariz sayón y escriba). En el último terceto del aludido soneto a Góngora, Quevedo insiste en una imagen similar: “No escribas versos más, por vida mía; / aunque aquesto de escribas se te pega, / por tener de sayón la rebeldía”. Verso 4. “érase un peje espada muy barbado;”. Por una parte, la palabra “peje” tiene un doble sentido: “pez” y “hombre astuto y sagaz”; y por otra, la palabra “barbado” puede aplicarse tanto al pez (las “barbas” -propiamente, las “barbillas”- son las aletas o cartílagos), como al hombre (la “barba” es el pelo que nace en el rostro). A partir de ambas dilogías, el verso admite una doble interpretación; la más literal y sencilla: “aquel hombre astuto, provisto de espada y barba, poseía una larga nariz que le hacía asemejarse a un pez espada”; y la más cómica y metafórica: “aquella nariz era como un pez espada dotado de grandes aletas anteriores o barbas, y por los orificios nasales salía pelo”. Segundo cuarteto. Verso 5. “Era un reloj de sol mal encarado,”. En palabras de Lázaro Carreter, “la alusión al reloj de sol evoca enseguida un largo gnomon, es decir, la nariz hiperbólica; y mal encarado, alude a la vez a dos, o quizá tres significados: a) mal orientado, es decir con el gnomon desviado; b) no enfrentado al sol y, por tanto, en sombra, sombrío; y c) de mala cara. Aquel individuo, pues, parecía un reloj de sol, cuya aguja (= larga nariz) seguía una dirección anómala, y era, a la vez, sombrío y de mala catadura”. (Cf. Estilo barroco y personalidad creadora. Góngora, Quevedo, Lope de Vega. Madrid, Ediciones Cátedra, 1974, págs. 35-36). Verso 6. “érase una alquitara pensativa,”. La nariz se compara en este caso con el serpentín de un alambique. A lo grotesco de la imagen -y a lo insólito de la adjetivación- habría que añadir la insinuación del goteo, resultado de una producción excesiva de flema nasal. Verso 7. “érase un elefante boca arriba,”. La locución adverbial “boca arriba” significa “con el cuerpo tendido de espaldas”. La imagen de un “elefante boca arriba” sugiere algo monstruoso por su enormidad; lo que, trasladado a la nariz, alude a que era tan inmensa como un elefante boca arriba. Y si a dicha locución le damos el significado de “arriba, por encima de la boca”, la dilogía desentraña entonces un nuevo sentido: la nariz de ese individuo era tan colosal como la trompa de un elefante. Verso 8. “era Publio Ovidio Nasón más narizado;”. Se juega aquí con el nombre de este poeta romano (43 a.C-17 d.C), como si Nasón (en latín Naso) fuera un aumentativo formado sobre la raíz latina del vocablo nariz (nares); pero era “más narizado”, es decir, más “narizudo/narigudo”, “narizón/narigón”, con lo que se intensifica así la imagen de un individuo que tiene grandes las narices. Primer terceto. Verso 9. “érase el espolón de una galera,”. La nariz se convierte aquí en “el espolón de una galera”, precisamente porque estas embarcaciones prolongaban la proa para embestir y hundir a otras, obrando a modo de ariete contra ellas; y es su forma puntiaguda el fundamento de una metáfora que traslada además a la nariz cierta peligrosidad. Verso 10. “érase una pirámide de Egipto,”. La inmensa mole que representa una pirámide egipcia -recuérdese el colosal complejo de Guiza-, rematada por un vértice en el que se unen sus caras triangulares, se asemeja en forma y tamaño al de esa nariz descomunal. Una nueva hipérbole que se suma a las anteriores en un aumento gradual cada vez más extravagante. Verso 11. “las doce tribus de narices era;”. El verso contiene una nueva referencia antijudía y, en descomunal hipérbole, compara Quevedo el tamaño de la nariz con la que formarían las narices de todos los miembros de cada una de las doce tribus de Israel encabezadas por los diferentes hijos de Jacob. Segundo terceto. Verso 12. “érase un naricísimo infinito”. La novedad de este verso estriba en la presencia de un nombre al que se le ha aplicado un sufijo que se usa para formar el grado superlativo de adjetivos (y de algunos adverbios): -ísimo (“naricísimo”); y al funciona como nombre, puede caracterizarse por medio de un adjetivo, en este caso “infinito”, que de manera un tanto redundante, alude a una nariz que no tiene ni puede tener fin, lo que da una idea de su desproporcionado tamaño y justifica la propiedad semántica con que se ha empleado el nombre “naricísimo”. Verso 13. “muchísimo nariz, nariz tan fiera”. Ahora es el adjetivo “muchísimo” el que, adverbializado en su forma masculina singular -y, por tanto, invariable en cuanto a género y número-, se antepone al nombre “nariz”, de nuevo con intencionalidad hiperbólica; y se reitera el nombre “nariz”, acompañado de un adjetivo -“fiera”- que alude a su carácter agresivo, precisamente por resultar excesivamente grande; si bien, otras significaciones añadidas a esta son simultáneamente posibles, dada la polisemia de dicho adjetivo: “salvaje” -propia de un animal-, “dura o áspera”, “fea” -desprovista de belleza-, “horrorosa, terrible”; aunque -insistimos en ello- siempre teniendo en cuenta el significado básico relativo a su excesivo tamaño. Por otra parte, este verso rompe la serie esticomítica de los anteriores, al introducir el adverbio comparativo “tan” precediendo al adjetivo “fiera”, que no solamente pondera la intensidad de la cualidad indicada por el mencionado adjetivo, sino que además se emplea ante la oración consecutiva que constituye el verso 14, iniciado por la conjunción subordinativa “que” (“/tan... que/”). Verso 14. “que en la cara de Anás fuera delito.”. La interpretación que cabe darle a este verso es la siguiente: el apéndice nasal era tan extremadamente descomunal que hubiera resultado excesivo incluso en el rostro de un judío chato; sentido que tiene su origen en el nombre del sumo sacerdote “Anás”, al que Quevedo le atribuye una cómica e imaginaria procedencia etimológica: “A-nás” o, lo que es lo mismo, “sin nariz”. ********** Fernando Lázaro Carreter efectuó un comentario de este soneto, incluido en el trabajo “Sobre la dificultad conceptista”, publicado por primera vez en Estudios dedicados a Méndez Pidal. Madrid, CSIC, 1956, págs. 355-386. Con posterioridad se incorpora al libro Estilo barroco y personalidad creadora. Góngora, Quevedo, Lope de Vega. Madrid, Ediciones Cátedra, 1974, págs. 13-43 y, en concreto, págs. 34-37 (5.ª edición de 1984. Colección Crítica y estudios literarios, núm. 8). Escribe Lázaro Carreter: “Observemos cómo cada verso es una unidad esticomítica, independiente de la que la precede o le sigue (excepto los versos 13-14). En cada unidad métrica, el poeta instala un objeto distinto, que hace entrar en relación con el objeto central, mediante una identidad metafórica. El poema adopta así una estructura radial; cada verso es un radio que nos conduce al lugar común de todas las metáforas, es decir, en este caso, a la nariz. El arte del concepto como relación alcanza aquí su máximo exponente, al producirse con toda la intensidad posible. Toda la obra de Quevedo está como en clave en este soneto, escrito a borbollones, desordenado, continuamente renovado, cambiante como una rueda de artificio, como los Sueños o como el Buscón. El poeta parece entregado a una casi patológica creación de metáforas -tan intensamente como, en otras obras, crea tipos, personajes, circunstancias-, que luego avienta, sobrado y pródigo. El tema tratado se somete a extrañas, rápidas y múltiples transustanciaciones. Y el soneto parece producirse por el estallido de un cohete, preñado de radiantes fantasías.” (págs, 34-35). “Henos, pues -continúa escribiendo Lázaro Carreter-, ante un soneto que pocos españoles creerán no entender, porque se han regocijado con él, y que aparece, sin embargo, plagado de graves dificultades. Palabras y frases ofrecen continuas sorpresas. No hallará el precepto gracianesco más inmediata obediencia: “Preñado ha de ser el verbo, no hinchado; que signifique, no que resuene; verbos con fondo, donde se engolfe la atención, donde tenga en qué cebarse la comprehensión.” (cf. Agudeza y arte de ingenio, Discurso LX). Mucho tiene la atención en qué engolfarse y aun en qué naufragar con este soneto. Hay en él una dificultad conceptual producida por la rápida acumulación de metáforas; y una dificultad verbal, que da origen a una serie de conceptos basados en el equívoco. El arte de escribir habla ya empleado ambos recursos antes de Quevedo, al servicio de la fácil dificultad. El gran escritor madrileño se vela conscientemente, y llega a hacerse sombrío, casi oscuro, a fuerza de acumular equívocos, y de producirlos en los rincones más refinados e inaccesibles de su mente. Gracián denunciaba en Quevedo sus “muchos equívocos continuados” y aseguraba que fue el primero en este modo de composición (Ibidem, Discurso XXXIII). Comprendámoslo bien: el primero en la abundancia y en la calidad, no en el tiempo.” (op. cit., pág. 37). ********** Quevedo escribe otro soneto sobre el mismo asunto, titulado ahora “A un hombre de gran nariz”: Érase un hombre a una nariz pegado,
Érase una nariz superlativa, Érase una alquitara medio viva, Érase un peje espada mal barbado;
Era un reloj de sol mal encarado. Érase un elefante boca arriba, Érase una nariz sayón y escriba, Un Ovidio Nasón mal narigado.
Érase el espolón de una galera, Érase una pirámide de Egito, Los doce tribus de narices era;
Érase un naricísimo infinito, Frisón archinariz, caratulera, Sabañón garrafal morado y frito. Francisco de Quevedo: Antología poética. Madrid, Editorial Castalia, 1989, págs.151-152. Colección Castalia didáctica, núm. 20. Esteban Gutiérrez Díaz-Bernardo, editor literario.La mayor parte de los versos ya figuran en el soneto “A una nariz”, aunque colocados en diferente orden y, en algunos casos, con ligeras variantes. En efecto, el verso tercero tiene ahora esta lectura: “érase una alquitara medio viva” (en lugar de “érase una alquitara pensativa”, verso quinto); también se producen cambios en el verso octavo: “un Ovidio Nasón mal narigado” (frente a “era Ovidio Nasón más narizado”). Y en cuanto a la posición, pasa a tercer lugar el verso quinto; a sexto lugar el verso séptimo (“érase un elefante boca arriba”); y a séptimo lugar el verso tercero (“érase una nariz sayón y escriba”). Los versos primero, segundo, cuarto, quinto, octavo, noveno, décimo, undécimo y duodécimo ocupan la misma posición en ambos sonetos; todo lo cual no pasa de ser irrelevante, porque se mantiene la misma fuerza cómica y el mismo carácter hiperbólico e ingenioso de las sorprendentes imágenes. Sin embargo, es en los dos últimos versos del soneto donde se aprecian cambios realmente sustanciales, que intensifican la mordacidad de Quevedo: “frisón archinariz, caratulera, / sabañón garrafal, morado y frito”. Desentrañemos los sentidos implícitos en el verso 13: hablando con propiedad, los “frisones” son los caballos de Frisia, caracterizados por tener unos pies muy fuertes y anchos; por lo que el adjetivo “frisón” adquiere el significado metafórico de “enorme, de gran tamaño”, redundante en el elemento compositivo “archi-” del nombre “archinariz”, y que indica “preeminencia, grado supremo en cualquier línea” -toda una innovación léxica de Quevedo, pues-; y, por otra parte, “caratulera” alude a la persona que hace o vende máscaras -voz derivada de “carátula”, que significa “máscara para ocultar la cara”- y, de este modo, Quevedo se refiere a una nariz tan grande y ridícula como la de una máscara o careta. El verso 14 desentraña las muchas posibilidades que ofrece el significado de la palabra “sabañón”: hinchazón causada por frío excesivo que produce ardor y picazón, y que Quevedo desplaza de manos, pies u orejas -que es donde suele producirse el hinchazón-, a la nariz, por lo que queda patente el aumento de volumen de dicha nariz; un hinchazón calificado de “garrafal” -es decir, tremendo, desmesurado-; “morado” -de color violeta oscuro, color que trae a la mente el de la pìel de las berenjenas, frutos que alcanzan de diez a doce centímetros de largo-; y, además, “frito” -que bien podría significar “molesto”, “que produce exasperación”.
********** En REVIVE MADRID, un proyecto cultural que recupera historias, anécdotas y leyendas que conforman el alma de Madrid, dirigido por Javier Lucas Domingo y Javier Ortega Santos, se publica el trabajo titulado “Pelea de gallos”, que tiene su origen en el desahucio de Góngora por Quevedo de la casa que el cordobés ocupaba, propiedad de Quevedo, en el barrio de las Letras, por no poder sufragar el alquiler. https://www.revivebarcelona.com/espacios-emblematicos/desahucio-luis-de-gongora En efecto, este suceso ocurrió en 1625. Góngora se había retrasado un mes en el pago del alquiler, y ello fue suficiente para que se produjera el desahucio, pese a que Góngora estaba mal de salud. Quevedo llevó la burla a tales extremos que llegó a decir, una vez “expulsado” Góngora, que tuvo que desinfectar la casa para “desgongorizarla”. Lo cierto es que regresó a su Córdoba natal y allí murió en la más absoluta ruina -era un jugador empedernido- dos años más tarde (1527). Tal fue la animadversión entre ambos escritores, que Quevedo le dedicó el epitafio que reproducimos a continuación.
Epitafio
Este que, en negra tumba, rodeado de luces, yace muerto y condenado, vendió el alma y el cuerpo por dinero, y aun muerto es garitero; y allí donde le veis, está sin muelas, pidiendo que le saquen de las velas.
Ordenado de quínolas estaba, pues desde prima a nona las rezaba; sacerdote de Venus y de Baco, caca en los versos y en garito Caco. La sotana traía por sota, más que no por clerecía.
Hombre en quien la limpieza fue tan poca (no tocando a su cepa), que nunca, que yo sepa, se le cayó la mierda de la boca. Éste a la jerigonza quitó el nombre, pues después que escribió cíclopemente, la llama jerigóngora la gente. Clérigo, al fin, de devoción tan brava, que, en lugar de rezar, brujuleaba; tan hecho a tablajero el mentecato, que hasta su salvación metió a barato.
Vivió en la ley del juego, y murió en la del naipe, loco y ciego; y porque su talento conociesen, en lugar de mandar que se dijesen por él misas rezadas, mandó que le dijesen las trocadas. Y si estuviera en penas, imagino, de su tahúr infame desatino, si se lo preguntaran, que deseara más que le sacaran, cargado de tizones y cadenas, del naipe, que de penas. Fuese con Satanás, culto y pelado: ¡mirad si Satanás es desdichado!
Francisco de Quevedo: Antología poética. Op. cit., págs. 231-233.
Apoyo léxico. Verso 4. Garitero. Persona que tiene una casa de juego (garito). Verso 5. Estar sin muelas. Estar muy disgustado. [La expresión coloquial “echar las muelas” significa estar irritado o furioso]. Verso 6. Sacar a alguien de [entre] las velas. En sentido metafórico, sacar a alguien de la tumba, de muerte (en este caso, para poder seguir jugando). Verso 7. Ordenado de quínolas. Consagrado al juego (la quínola era un juego de naipes de la época, consistente en reunir cuatro cartas de un palo, ganando, cuando había más de un jugador que la conseguía, aquel que sumaba más puntos). Se mezcla así lo sagrado (“ordenado”) con lo profano (la “quinoa”, juego de naipes). Verso 8. Desde prima a nona. Desde que anochece hasta que amanece. Dentro de las horas canónicas, la prima es la primera tras el amanecer (aproximadamente, las 6 de la mañana) y en ella se alaba a Dios con la primera luz del día. La hora nona coincide con las tres de la tarde, hora en la que se conmemora la muerte de Jesús en la cruz. Verso 9. Sacerdote de Venus y de Baco. Diosa del amor y dios del vino, respectivamente. Verso 10. Caco. En la mitología romana, “malo”, “malvado”. Según la Eneida, Caco le robó a Heracles cuatro parejas de bueyes, y de ahí que Caco, al que Heracles estranguló, haya desarrollado el significado de “ladrón”. Verso 12. Sota. En la baraja española, cada una de las cuatro cartas que llevan un paje o infante. Verso 14. (no tocando a su cepa). Este es uno de los posibles sentidos del verso: la limpieza de sangre no afectaría a su linaje, ya que Góngora era de ascendencia judía (lo cual es una sutil manera de recurrir al insulto. Pero si “cepa” se asocia con “vid”, entonces Góngora queda motejado como “borracho”, con lo cual el insulto se prolonga. Verso 17. Jerigonza. Lenguaje complicado de entender. Verso 18. Escribió ciclópeamente. Alusión al cíclope Polifemo, uno de los protagonistas de la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras cumbres de Góngora. Verso 19. Jerigóngora. Neologismo introducido por Quevedo para, a imitación de “jerigonza”, referirse a lo ininteligible de la lengua empleada por Góngora. Verso 21. Brujulear. Descubrir por indicios o conjeturas algo en que uno anda metido (en este caso los naipes. Verso 22. Tablajero. Dueño de un garito al que acuden habitualmente tahúres. Mentecato. Estúpido, necio. Verso 23. Meter a barato. Malbaratar (en este caso su propia salvación). Verso 29. Trocadas. Cambiadas (en referencia a las cartas que se truecan como resultado del descarte). Verso 30. Estar en penas. Estar en el infierno. ********** Cinco Sonetos de Quevedo contra Góngora. Zenda, 06/05/2018 https://www.zendalibros.com/los-mejores-poemas-satiricos-quevedo/ Quevedo escatológico. “Poema al pedo”. Montaje para niños con el texto original. https://www.youtube.com/watch?v=1T7NuRbwRtw
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