El poema titulado "À Quoi Bon Dire", de la autora inglesa Charlotte Mew, cobra un significado especial para el personaje principal de Cattaneo, Tom Michell. La melancolía de la pérdida en la obra es evidente desde sus primeros versos: "Hace diecisiete años, dijiste / Algo que sonó a despedida; / Y todos creen que estás muerto, / Todos menos yo". Michell llega a Buenos Aires en 1976 para dar clases de inglés a los hijos mimados de la clase alta argentina en un colegio privado. Es el año en que los militares dieron un golpe de Estado contra el gobierno de la presidenta Isabel Perón e instauraron un régimen de terror que duró hasta 1983. Su periodo de adaptación en su nuevo lugar de trabajo no tardará en verse salpicado por la cruda realidad, y será en una vacación forzada por las circunstancias a la cercana Uruguay donde le ocurrirá algo inesperado que ya desvela el título del film.
Steve Coogan se siente como en casa, con su dosis justa de fina ironía típicamente británica, enseñando en una escuela donde todos los asuntos que tienen que ver con la Política se escribe con "p" minúscula, como el director (Jonathan Pryce, este hombre no para de trabajar, ) no se cansa de recalcar. Coogan, que combina comedia con profundidad, dota a su Michell de un aspecto arrugado y hastiado, un sarcasmo encantador y una indiferencia displicente. Un hombre vestido de beige, marrón y amarillo mostaza (trajes: Gresham Blake), se ha retirado del mundo y, ensimismado, busca distanciarse de las duras exigencias de la realidad. Cuando presencia cómo arrestan en la calle a Sofía (Alfonsina Carrocio), la señora de la limpieza, se queda paralizado, incapaz (o reticente) de ayudar: un símbolo de pérdida de empatía y cobardía.
La película está basada en la autobiografía "Las lecciones del pingüino" de Tom Michell, nacido en 1952. Un pingüino de Magallanes, que lleva de vuelta a Buenos Aires en 1976 tras unas cortas vacaciones en Punta del Este, Uruguay (una historia compleja pero cómica), cambia no solo su vida, sino también la de sus alumnos y quienes lo rodean. El animal, bautizado como Juan Salvador, se convierte en un catalizador, un agente de cambio de aspecto adorable. Afecta a quienes le confían sus secretos como si se tratase de un terapeuta a quien acudir como paño de lágrimas. El director y a la vez guionista del film destaca sobre todo los aspectos humorísticos de la historia de Michell, adaptada al cine por Jeff Pope. La película es emotiva, pero, salvo por la música de Federico Jusid, nunca resulta empalagosa. En una escena entre Michell y un secuaz del sistema, la brutalidad amoral de la dictadura militar argentina se hace tangible.
La escenografía (Isona Rigau) y la fotografía (Xavi Giménez) reconstruyen con cariño y matices la década de 1970 en localizaciones de Argentina, Uruguay y Gran Canaria. El reparto coral transmite pura alegría. El sueco Björn Gustafsson interpreta a un peculiar compañero de clase finlandés de Michell, en quien la ironía y el sarcasmo se prodigan maravillosamente. Jonathan Pryce, como el director, trabaja con diligencia con un personaje cuyas bromas siempre fallan. Finalmente, el pingüino de Magallanes, Juan Salvador, lo da todo en su papel, en gran parte silencioso: un galán de tan solo sesenta centímetros de altura.