"El prisionero": Un romance que une la alegría primaveral con la tristeza del cautiverioEl romance "El prisionero" de "El romancero viejo" contrasta la alegría primaveral con la tristeza de un prisionero que anhela libertad. A través de sencillos versos, se expresa su melancolía y desesperación, acentuada por el canto de una ave que simboliza su único vínculo con el mundo exterior. Su final abierto invita a la reflexión.
El prisionero
Que por mayo era, por mayo cuando los grandes calores, cuando los enamorados van a servir a sus amores; sino yo, triste, mezquino, que yago en estas prisiones, que ni sé cuándo es de día, ni menos cuándo es de noche, sino por una avecilla que me cantaba al albor; matómela un ballestero; ¡déle Dios mal galardón!
Romancero Viejo. Madrid, editorial Castalia, 2011. Colección Castalia Didáctica, núm. 18. (Romance número 64). Edición de María Cruz García de Enterría.
[Edición alternativa: El romancero. Madrid, editorial Castalia, 2000. Colección Castalia Prima, núm. 3. Edición de José María Legido]. El encanto poético del romance “El prisionero”. El romance El prisionero es una buena muestra del interés que los poetas cultos manifiestan por las composiciones populares, tan profundamente arraigadas en nuestra literatura desde tiempos remotos; romance en el que el elemento narrativo, reducido al mínimo, da paso a un fresco y tierno lirismo apenas sostenido por las palabras. De las varias versiones que existen de este romance, ofrecemos, seguidamente, dos de las que podríamos llamar “breves”, en las que se condensan todas las características que Menéndez Pidal señala como propias de los romances viejos: una extrema sencillez de recursos, que se manifiesta en la eliminación de elementos maravillosos o extraordinarios, en la parquedad ornamental, en la adjetivación reprimida, en la versificación asonantada en versos pares, en fin; y, sobre todo, el final inconcluso, de insospechada sugestión poética. [Esta tendencia de los romances a interrumpir la narración en el punto de máxima tensión emocional -procedimiento estético llamado por Ramón Menéndez Pidal fragmentarismo- estimula la imaginación de oyentes y lectores, que tratan de recuperar, así, las consecuencias que se siguen de la acción dramática descrita. De esta forma, los romances van perdiendo en contenido y en extensión lo que van ganando en lirismo y capacidad sugeridora].
El prisionero
Que por mayo era, por mayo
cuando hace la calor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
¡déle Dios mal galardón!
Romancero Viejo. Op. cit., romance número 64, en nota a pie de página.
Apoyo léxico. Encañar. Empezar a formar caña los cereales. Cuitado. Afligido, apesadumbrado, desventurado. Albor. Resplandor del alba. Ballestero. El que manejaba la ballesta, arma para disparar flechas. Galardón. Premio. El anónimo juglar se ha valido de repeticiones constantes y de paralelismos para oponer dos situaciones: el jubiloso reverdecer de la vida que trae la primavera -con sus notas más representativas: el calor de mayo, los tallos tiernos de los cereales empezando a formar caña y los campos en estado anterior a la madurez, los cantos mañaneros de la calandria y vespertino del ruiseñor, el despertar del amor- se contrapone con la dolorosa situación de un prisionero, encerrado en un oscura mazmorra, y cuyo único contacto con el mundo exterior se lo proporcionaba una frágil avecilla que le anunciaba el amanecer y a la que mató un ballestero. Ese patético contraste entre el alegre renacer de una primavera -de las que el prisionero no puede gozar- y la tristeza de la oscura prisión impregna de suave melancolía unos sencillos versos que, por sí mismos, constituyen un magnífico ejemplo de la más depurada técnica literaria. El final incompleto, extraordinariamente sugerente, añade encanto poético al romance: el verso “¡dele Dios mal galardón!” sintetiza la rabiosa impotencia de quien ya ni siquiera puede sentir ese jubiloso renacer de la vida que tiene lugar fuera de los muros de la prisión. Para intensificar el júbilo primaveral de la naturaleza se reitera a principio de verso -recurso denominado anáfora- la palabra cuando, sin tilde (versos 2, 3, 5 y 7 de la segunda versión ofrecida); mientras que la reiteración de la palabra cuándo, con tilde (versos 11 y 12), ayuda a establecer un claro contraste entre el día y la noche, y hace más honda la tragedia del protagonista, encerrado en una oscura cárcel en la que ni siquiera podrá ya oír el canto del avecilla que le anunciaba el amanecer. Estas son las categorías gramaticales y funciones de ambas palabras homófonas, así como su valor estilístico en el conjunto del romance:
Comentario alternativo [no personal] del romance “El prisionero”. [Este brevísimo romance, tan cargado de nostalgia primaveral, es una muestra de que la poesía lírica en España tiene raíces muy antiguas, casi tan antiguas como las de la propia alma española, cuya creación necesitó siempre volcarse en frescos y tiernos cantarcillos. Existió, pues, una primitiva lírica que afloró en composiciones populares y que luego glosaron algunos poetas, los que más sintieron la vena popular. Hay en esta composición -que siendo tan breve encierra dentro de sí un magnífico ejemplo de técnica literaria- dos partes significativamente opuestas, y un final brusco, de gran tensión emotiva. En la primera parte, la primavera aparece con sus notas características: el calor, la flor y el trigo en los campos, los cantos de la calandria y el ruiseñor, el despertar del amor. Pero ¡qué suave melancolía no expresada aunque difundida con arte sutil traducen estos versos! No hay una palabra de queja y, sin embargo, sentimos que la profunda tristeza del prisionero vela el claro júbilo de la Naturaleza. El uso y la repetición de los giros con “cuando” deja en suspenso el sentido total de la poesía, que se resolverá en la segunda parte: “[...] cuando hace la calor, / cuando los trigos encañan [...] / [...] cuando canta la calandria [...] / [...] cuando los enamorados [...]”. El ánimo se predispone así a esperar un contraste sombrío para tan alegre renacer. En la segunda parte, el prisionero opone su triste situación en una oscura cárcel, sin más contacto con el mundo exterior que el canto de una avecilla que le anunciaba el amanecer. Hay, pues, por un lado, la soledad del prisionero, que se halla puesta de manifiesto por el contraste de las alusiones a la primavera, que el cautivo no puede gozar, y la tristeza de la oscura prisión; por otro, la encarnación de su compañía y consuelo en lo más frágil e inaprensible de la Naturaleza -una avecilla que canta al albor-, que aumenta el sentido trágico de sus desesperación. El final es hondamente poético: todo el dolor, la tristeza, la rabia impotente, la angustia de sentir en torno suyo el jubiloso reverdecer de la vida, se concentra el cuatro palabras: “¡dele Dios mal galardón!”. Al mismo tiempo, el poeta nos deja, como ocurre frecuentemente en el Romancero, inmersos en un clima emotivo que no se disuelve al terminarse los versos, sino que perdura más allá. Este romance está despojado de todo argumento, de todo elemento narrativo. Queda apenas lo indispensable para que tenga sentido. Es poesía lírica pura, es decir, emoción limpia y tensa, y apenas sostenida por las palabras].
Versión larga del romance “El prisionero”. Del romance El prisionero existen versiones más “largas”, que explican el final de la historia: el rey, que oye las cuitas del prisionero, mandóle quitar la prisión. No obstante, las versiones “cortas” son las que han atraído siempre a los lectores, que han preferido que la composición quede abierta, para interpretarla y terminarla cada cual a su modo. He aquí una versión “larga” del romance, con su correspondiente final; versión a partir de la cual Nicolás Núñez -siglo XVI- efectuó el acortamiento, en doce versos, que hemos reproducido anteriormente.
El prisionero
Por el mes era de mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
¡déle Dios mal galardón!
Cabellos de mi cabeza
lléganme al corvejón;
los cabellos de mi barba
por manteles tengo yo;
las uñas de las mis manos
por cuchillo tajador.
Si lo hacía el buen rey,
hácelo como señor;
si lo hace el carcelero,
hácelo como traidor.
Mas quién ahora me diese
un pájaro hablador,
si quiera fuese calandria,
o tordico, o ruiseñor;
criado fuese entre damas
y avezado a la razón,
que me lleve una embajada
a mi esposa Leonor:
que me envíe una empanada,
no de trucha ni salmón,
sino de una lima sorda
y de un pico tajador:
la lima para los hierros
y el pico parta la torre.
Oídolo había el rey,
mandóle quitar la prisión.
El Romancero Viejo. Madrid, ediciones Cátedra, 1989, 15.ª edición. Colección Letras Hispánicas, núm. 52. (Romance número 97).Edición de Mercedes Díaz Roig.
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Videoclip Alalumbre folk. https://www.youtube.com/watch?v=qelEOPqetms Interpretación de Paco Ibáñez. https://www.youtube.com/watch?v=xwpvsaAH92U Intrerpretación de Amancio Prada. https://www.youtube.com/watch?v=yJ613PL6r_Y
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