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José Miguel Iriarte
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José Miguel Iriarte (Foto: cedido por su esposa MAQUE)

¡S.T.T.L., AMIGO IRIARTE!

Iriarte se nos ha ido. Maudy Ventosa hace el mejor panegírico que se le puede hacer en "¡S.T.T.L., amigo Iriarte!" Desde luego se lo merece. Deja mujer e hija desconsoladas y muchos amigos que se divirtieron con él y con sus ocurrencias. Siempre generoso, atento y divertido nos deja un poco más huérfanos de amistad. Descanse en paz.

¡Hasta el infinito y más allá! ¡Hasta donde se pierde la mirada y se oculta el sol! ¡Hasta donde alcance el desorden de la mente y, poco a poco, borre los instantes! ¡Hasta que vayan desapareciendo todos los que te han querido! Hasta ese momento, y no antes, permanecerás con nosotros, amigo.

Si tuviera que definirte con pocas palabras, diría que eras un rabo de lagartija. No parabas quieto y volvías del super con 20 cosas más de las que llevabas apuntadas. Trabajador, inquieto, cariñoso, divertido y, sobre todo, generoso. En definitiva, una buena persona a la antigua; de las que ya no quedan. Por eso te ganaste el cariño de tantos; de los de arriba y de todos los que estaban a tu cargo, porque nunca fuiste una amenaza para nadie y cuando acudían a ti, siempre recibían ayuda y comprensión. Eras la mano amiga, aunque eso te perjudicara.

Movías la cabeza, y el flequillo rebelde, hacia un lado con una especie de tic incontrolable a la vez que gracioso. Justo cuando ponían en la tele aquella serie de un emperador romano algo despistado… Yo Claudio, ¿te acuerdas? A algún desalmado se le ocurrió el parecido… Me estoy riendo al recordarlo.

También eras ingenuo. Tanto como tus amigos crueles, sin malicia dicen, que te hicieron pasear por El Cairo con una mochila llena de piedras haciéndote creer que eran recuerdos que habían comprado. ¡Mal rayo les parta! También lo digo sin malicia.

La vida te trató bien, amigo, hasta casi el final, aunque, seguro, no te dio lo que te merecías… Compartiste el camino con una mujer excepcional, inteligente, culta, luchadora y fuerte que ha velado tu sueño hasta tu último aliento sin una queja. Y una hija, de la que siempre estuviste orgulloso, que te adoraba sin ambages. Dos mujeres en las que encontraste amparo y refugio cuando las cosas se torcían. Con las que pasaste tus mejores momentos, viajaste hasta los confines del mundo, te divertiste y fuiste feliz. Es lo que tiene haber sido capaz de formar una familia sólida en principios y valores. Os lo trabajasteis y os disteis mucho amor. Tarea de los tres que ni la muerte puede romper.

Será imposible no echarte de menos. Porque llenabas la casa. Porque hacías vereda con tus incansables paseos. Porque se te perdían las cosas. Porque hablabas durante las películas. Porque será difícil llenar la nevera con alimentos ricos que caducarán sin remedio. Porque mi amiga no tendrá a quién echar la culpa de sus equivocaciones… Porque eras tú.

La muerte nos iguala a todos, independientemente de la clase social, de la etnia o del color de nuestra piel. Es irreversible y la parca nos alcanzará, inexorable. Lo tenemos asumido. Lo esperamos. Pero no el sufrimiento innecesario y cruel. Eso no tiene sentido cuando se ceba en la buena gente.

No te has ido, amigo, aunque ahora no podamos disfrutar contigo y tu imagen acabe difuminándose en las sombras. Pero ahora, que por fin descansas, permíteme que piense en ellas, en tus mujeres. La pequeña, luchando contra su propio dolor y la añoranza de ti. Mi amiga querida, rota por ambos. ¿De dónde saca tanta fuerza? Seguirá siendo un castillo inexpugnable que las hordas no pueden derribar. Esconderá sus emociones íntimas porque no puede mostrarse vulnerable. Se mantendrá erguida a pesar del vendaval que azota su corazón y sus entrañas. Mantendrá la cabeza alta como solo pueden hacerlo aquellos que están hechos de una madera especial. Y su paso no se detendrá, puedes estar tranquilo. Rebelde y única. Quebrada por el peso que sostiene, pero firme. Llorará a escondidas y te seguirá queriendo. Hasta el infinito y más allá…

Escucharás nuestras risas cuando vayamos de tardeo, no tengo la menor duda, y algún día, cuando las cosas no duelan tanto, nos encontraremos para recordar aquellos tiempos en los que teníamos la vida por delante. Y escucharemos vuestra canción…

¡S.T.T.L, amigo! Que la tierra te sea leve.

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