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“El marino que cazaba lagartos…” de Santiago Iglesias de Paúl

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
El marino que cazaba lagartos... y que luchó con Blas de Lezo
El marino que cazaba lagartos... y que luchó con Blas de Lezo

Santiago Iglesias de Paúl acaba de publicar su tercera novela en JM Ediciones titulada El marino que cazaba lagartos…y que luchó junto a Blas de Lezo. Un título largo para una narración breve. La obra es la historia, poco tratada y bastantedesconocida, del navegante de Pasajes, Blas de Lezo, un marino de tierra dentro, concretamente del valle del Tiétar.

La novela, contada en primera persona, es la historia personal de un marino abulense del valle del Tiétar, Fernando Galtier. Éste -tras la estancia en el castillo de su padre de un joven Blas de Lezo, que con 17 años ya lucía una sonora pata de palo- sufre la llamada del mar, que se concretaría bastante años después del encuentro con el marino vasco, pero también del amor, porque la obra contiene una bonita y sorprendente historia de amor a través de muchos años y casualidades.

Fernando Galtier vivió durante el reinado del Borbón Felipe V, a comienzos del siglo XVIII, lo que para muchos fue la época dorada de la Armada Española, como bien conoce el autor, marino de profesión y enamorado de una historia que, aún siendo desconocida para muchos, guarda episodios de una valentía militar probablemente sin parangón en nuestra memoria.

La historia comienza con un infantil Fernando correteando por tierras de la sierra de Gredos, enamorado desde la más tierna infancia de Mariana, la marquesita de Mombeltrán, engreída, arisca, pero hermosísimaa ojos de Fer. Por el castillo de su padre pasa Blas de Lezo, héroe juvenil marítimo que marcaría su porvenir. Fernando, desubicado emocionalmente, dirige sus pasos a trompicones por sus tierras abulenses, por Madrid y Cádiz, donde estudia para guardiamarina. De allí es embarcado en el navío de don Rodrigo de Torres destinado a la protección del Cantábrico contra el inglés. Tras sufrir disentería vuelve a su tierra y de allí vuelve a embarcar para dar con sus huesos en Cartagena de Indias, donde en 1741 sufre el sitio de la ciudad por parte del almirante británico Edgard Vernon, que con una armada de 186 naves y 23.600 hombres conformaban la mayor flota de la historia hasta ese momento.

Esta es la trama, pero Santiago Iglesias de Paúl no se queda sólo en eso y lo cuenta de una forma peculiar, muy a su manera, mezclando los datos históricos con situaciones y personajes inventados y todo con humor, con mucho humor. El libro está escrito con agudeza e ingenio. Son muchos los ejemplos, pero señalaremos unos pocos: su perro y su caballo favoritos se llamaban Capitán y Trueno, ya sabemos cuáles eran las lecturas favoritas del novelista. En la página 167 relata la negociación que sostuvieron las tropas inglesas y españolas para la rendición de Cartagena de Indias. Los ingleses estaban representados por los tenientes James McCartney y Paul Bond, y su jefe era Haddock, un capitán que brindaba por la valentía de las tropas al grito de ¡archipámpanos!, y los americanos estaban representados por Simon, de nombre Paul. Con ello ya conocemos sus gustos musicales, cinematográficos y de cómics. No podría haber encontrado una forma mejor para expresarlos.

Pero ahí no acaba la cosa. Aparecen cocineros tan famosos como Ferrán Adriá o Arguiñano, trastocados en tiempo y forma. Para terminar, hay un pasaje en el que el protagonista reconoce su amor por Mariana, pero en pasado, ya que estaba felizmente casado con la mulata María. Mirándola fijamente a los ojos la dijo: Déjame. No juegues más conmigo, esta vez en serio te lo digo, tuviste una oportunidad y la dejaste escapar. Son palabras que siglos más tarde utilizaría el grupo madrileño Los Secretos en una de sus primeras y míticas canciones.

De esta fina ironía está lleno el libro. Son una serie de “trampas” que el lector avezado irá descubriendo poco a poco. El sentido del humor es pues una parte fundamental del texto. Lo va combinando de forma magistral con la veracidad histórica. La descripción de la batalla del Cantábrico o el desarrollo del cerco de Cartagena de Indias son los pasajes mejor narrados del libro. Con una rigurosidad aplastante va contando cómo se desarrolló una defensa numantina en una plaza donde sus defensas no superaban los 3.000 efectivos, muchos de ellos voluntarios civiles. La inclusión de un mapa de la zona ayuda a la comprensión de los movimientos militares.

El pasaje de la batalla del Cantábrico está narrado en un estilo naval sencillo, pero con una fuerza exuberante y emotiva. Las relaciones entre la marinería y sus mandos, sus sentimientos, sus pensamientos antes y en la batalla, están bien detallados, de tal forma que intimamos con los protagonistas. En sus descripciones no abusa de la terminología técnica y cuando lo hace lo explica para que la lectura sea más amena, más en un estilo parecido al de Pío Baroja que a escritores petulantes de la historia naval.

Estamos pues ante una novela fácil de leer, que se lee de una sentada, con una trama eficaz, bien desarrollada, que se mueve en dos direcciones: la trama militar naútica y la trama sentimental y familiar. Es rigurosa en las descripciones históricas y de las batallas, aunque se permite ciertas licencias, como el paso de Blas de Lezo por Piedralaves. Recuperar a un personaje como el marino de Pasajes ha sido una buena idea y habría que llegar un poco más lejos y reivindicar a unos militares del siglo XVIII, auténticos héroes, que como dice el autor no serían tan malos cuando soportaron a sus espaldas un imperio de 400 años y en numerosas ocasiones en inferioridad de condiciones y sufriendo la incomprensión de gobernantes. El papel de la mayoría de los virreyes fue nefasto para nuestra historia y en la novela se da cuenta del enfrentamiento entre el virrey y el comandante encargado de la defensa de la plaza colombiana y el común de la población.

Mientras el perdedor Edgard Vernon está enterrado en el mausoleo de la Abadía de Westminster; el cuerpo maltratado por las heridas de Blas de Lezo -hay que recordar que además de cojo, era tuerto y manco- no sabemos dónde está. Hay que romper de una vez por todas con esa tradición, muy española, de ignorar a nuestros héroes y de vivir de espaldas a nuestra historia y al mar. Esta novela lucha en ese sentido. No hubiera estado de más que se hubiese extendido en más hazañas. A veces nos encontramos con novelas a las que le sobran páginas, pero ahora nos encontramos con ésta, a la que le faltan. El lector habría leído encantado 100 o más páginas de una historia tan interesante como emotiva.

No me resisto a copiar un párrafo de la novela para que admiremos el estilo del autor. En él creo que se refleja su forma de escribir. El protagonista enfermo, en el castillo paterno, se recupera de la disentería que le mantiene postrado y dice:
“Y llovía de cojones en el Valle. Sí ya lo sé, podría expresar esto con otras palabras (…). “los trazos gruesos de las gotas de lluvia se dibujaban agonizantes sobre el quicio de la ventana”,pero tengo que decir que eso de expresarme con palabras de esa índole me hastía así como bastante, y la realidad era esa: llovía de cojones”. (Pág. 114).

Pues eso, la realidad fue así y está contada de esta forma tan divertida. El libro merece que se lea y que tenga una mayor difusión. Sería un pecado que por ignorancia dejasen de leer una novela tan entretenida como ésta. Además, si quieren saber qué pintaba el lagarto en esta obra, tendrán que leerla.


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