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Fernando J. Múñez
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Fernando J. Múñez (Foto: Miguel Garrote)

Entrevista a Fernando J. Múñez: “Cuando escribo pienso y siento más en la necesidad de lo que yo quiero contar”

Autor de “Los diez escalones”
Por Javier Velasco Oliaga
martes 01 de junio de 2021, 19:35h

Fernando J. Múñez parece tocado por la varita de un mago del Medievo. Todos sus libros se convierten en obras de una gran aceptación por los lectores y consiguen unos índices de ventas asombrosos. Ya le ocurrió con su querida cocinera de Castamar y ahora le está sucediendo con “Los diez escalones”, un thriller histórico fechado en el siglo XIII y que publica la editorial Planeta.

Fernando J. Múñez
Fernando J. Múñez (Foto: Miguel Garrote)

En esta ocasión, el escritor nos traslada a la Edad Media, a un paraje bastante apartado en medio de un bosque rodeado de montañas. Allí, en un monasterio se producen ciertos acontecimientos que harán las delicias de los lectores. El misterio y la intriga tendrán mucho que ver con cierto libro que podría cambiar la percepción de la cristiandad. Fernando J. Múñez es un gran especialista en crear atmósferas, en esta ocasión en un entorno muy hermético y absorbente. Lo mejor es dejarnos llevar de la mano del diestro escritor para introducirnos en un mundo tan hermético como atrayente. En la entrevista, nos da muchas pistas de cómo es su nueva novela. Eso sí, sin desvelar muchas cosas.

“Los diez escalones” es su segunda novela para adultos y del género histórico, parece que le gusta escribir novelas históricas. ¿Qué le atrae de dicho género?

Me atrae por esa necesidad interna que tengo de bucear en la historia, de investigar los mundos de los que somos herederos. En Los diez escalones me acerco a momentos de ese pasado y no dejo de observar por una mirilla, como un espía, y descubro que hay cosas que sabemos que ocurrieron y cómo ocurrieron pero muchas otras no, y es ahí cuando hay que interpretar ese momento, el pensamiento, el modo de vida, la intrahistoria. Sin embargo, a pesar de este gusto por el viaje hacia el pasado, la elección de la época es una cuestión más narrativa, no predetermino dónde va ocurrir la historia, sino que parto de los personajes, de sus conflictos, de sus pulsiones internas, y me dejo guiar, investigo dónde cuadrarían mejor todos ellos hasta encontrar el momento histórico concreto. Por eso, si mis personajes y su narrativa me condujeran a tiempos actuales no tendría problema tampoco por situar mi historia ahí.

Con “La cocinera de Castamar” está cosechando un gran éxito con su adaptación a la televisión, además de las grandes ventas que sigue teniendo. ¿Le está dando muchas satisfacciones esa primera novela histórica suya?

Sin duda. Admito que cuando escribo pienso y siento más en la necesidad de lo que yo quiero contar, no tengo en cuenta las apetencias de los lectores porque sería como de escribir una novela concentrando los gustos de miles de personas. Ahora bien, si mi necesidad concuerda con una mayoría de los lectores yo estoy más que encantado. En mi caso no deja de sorprenderme — el éxito suele hacerlo— y ver a muchas personas que me escriben y me dicen que les ha gustado, que se han perdido entre las páginas de Castamar, es toda una satisfacción. Al final, la literatura, tanto en el contenido como en la forma, tiene que inspirar, arrebatar, transformar, producir placer estético e intelectual y también entretener, provocar evasión o disfrute. La literatura cobra sentido cuando se cierra el círculo, ese viaje que se inicia con el escritor y se cierra con los lectores/oyentes de audiolibros.

¿Ve a “Los diez escalones” con posibilidades de dar el salto a la pequeña pantalla?

Bueno, es una posibilidad de futuro, como también que no lo haga. Los diez escalones tiene los mimbres para poder ser adaptada, pero eso no implica que tenga que serlo. A mi entender, el libro debe encontrar su espacio entre los lectores, abrirse camino entre ellos, entre sus recomendaciones, porque está hecho para ser leído, no visto en una pantalla. De la misma forma, la obra audiovisual tiene otro lenguaje y tiene a su vez otro espacio que ganar, el de los televidentes o espectadores. Cierto que los libros siempre han inspirado películas, son vasos comunicantes, pero no dejan de ser obras diferentes, en este caso una derivada de la otra, pero con formas narrativas propias

En la anterior novela trata el siglo XVIII y en esta última en siglo XIII. ¿Ha tenido que adaptarse a la mentalidad del Medievo?

Me gusta que la historia sea ese celofán que recubre la ficción que deseo contar. Por eso es tan importante que la época esté bien definida, bien documentada, para que el viaje, las atmósferas sean lo más veraces posibles. En Los diez escalones viajamos a la Edad Media de la mano de un cardenal obispo de la curia papal, Alvar. Un hombre erudito que es un amante de los libros y que se ve obligado a regresar a Castilla a petición de su antiguo mentor, el abad de Urbión, quien es como un padre para él. La mentalidad de este hombre representa en muchos sentidos esa dualidad entre razón y fe, entre filosofía y religión que tantos debates ha ocasionado a lo largo de la historia. Es difícil comprender el sentido de esta dualidad en el Medievo, pues no es como la entendemos hoy en día, y parte de la labor del escritor es traducir estos códigos en la medida de lo posible para que la obra se entienda hoy. Los diez escalones es una novela, no un manual de historia medieval.

Como escenario ha escogido un paraje agreste. solitario y frío. ¿Cuál era su intención al mostrar un ambiente tan opresivo y cerrado como el de la abadía de Urbión?

Mi intención siempre está en el viaje, en que el lector pueda caminar por esas atmósferas, no solo de la abadía, también del castillo de Sancho Osorio o los parajes de Urbión. Por eso en Los diez escalones me interesaba generar ambientes cargados de significado propio. Ya lo hice así en La cocinera de Castamar con la cocina, el tinelo, los salones señoriales... cada dependencia de la casa tenía su función y su atmósfera. En Los diez escalones se trataba de reconstruir por un lado ese significado medieval de la abadía y de sus estancias: la abadía como parte de ese retiro espiritual, de sosiego, donde todo ocurre conforme a una regla y los días se suceden monocordes. Ese edificio cuyas salas están definidas para sus funciones: el refectorio para la comida mientras se lee la regla, las celdas para el descanso, el calefactorio para los días de invierno duro, la sala capitular donde se reúne el abad con la comunidad, etc. Sin embargo, el contraste viene cuando toda esa carga de significado se transforma en otra cosa para los personajes. Mario es un buen ejemplo. Es un oblato —un hombre criado en de la abadía desde niño— que no conoce nada más que ese remanso de paz, esa vida cenobítica. Sin embargo, los acontecimientos van a distorsionar esa imagen y la abadía se transforma para él en un lugar peligroso, en una batalla intelectual y física en la que debe participar si quiere sobrevivir.

¿Cómo vivían los monjes cistercienses en el Medievo? ¿Cuál era su pensamiento?

Vivían aislados, sin comodidades y bajo una regla que les dictaba cómo era su vida entre trabajo y oración. El Císter nace como una necesidad de renovación, de aislarse de las grandes donaciones que había recibido Cluny. Sin embargo, con el paso del tiempo terminó siendo una orden que se extendió por toda Europa. En Los diez escalones trato de mostrar esta sobriedad, que se conjugaba con el manejo de grandes tierras, diezmos etc. La sociedad medieval, a caballo entre la vida y Dios, comprende toda la realidad por medio de la religión. El ser humano de entonces conoce y explica su mundo por medio de lo sagrado, de lo divino. Por eso supersticioso, sobre todo el pueblo llano, que es analfabeto. Por otro lado, está el hombre culto, que es leído y se interroga por el mundo que le rodea, por la forma en la que Dios opera en él, en la relación que tiene con la divinidad. En este sentido, el momento histórico de Los diez escalones es un momento de ebullición, el de esa segunda escolástica, cuando toda la sabiduría grecolatina que había viajado a Bagdad y Alejandría, se reencontraba con Europa regresando por el Al-Ándalus hasta la escuela de traductores de Toledo. Es una época donde se demandan traducciones al latín o al romance de los libros árabes y judíos. Por eso, al asimilar a los griegos y latinos como Aristóteles, se producen grandes debates.

“El androcentrismo anulaba cualquier posibilidad de que la mujer y el concepto de independencia fueran juntos”

¿Eran años de un patriarcado muy severo?

No es que fuera severo, es que no existía nada más que patriarcado. El androcentrismo anulaba cualquier posibilidad de que la mujer y el concepto de independencia fueran juntos. En Los diez escalones, el personaje femenino, Isabel, sufre en sus carnes esta opresión a niveles muy duros. Está casada con Sancho Osorio, un noble acostumbrado a matar sarracenos en la frontera con los reinos musulmanes y a atesorar riquezas. Para él, su mujer no es más que una extensión de estas, un vientre paridor cuya función es darle un vástago heredero. La veja, la maltrata y la viola como parte del derecho natural que un marido tenía sobre la mujer en aquella época. Isabel, tras tanto dolor, se siente abandonada por todos: por Alvar del que se separó hace veinte años, por su padre que la casó con Sancho, por la Iglesia que no la protege, y por toda una sociedad que entiende que nadie puede intervenir en esa relación entre marido y mujer. Sin embargo, ella será la heroína de esta historia; es una mujer que se reconstruye a sí misma, que encuentra el valor que siempre tuvo. Su coraje nunca fue destruido realmente porque solo estaba sepultado bajo la bota de un hombre-bestia en una sociedad que a él le privilegia por su sexo. No obstante, a la vez todo lo que hace Isabel, lo hace desde la mentalidad de una mujer de su tiempo, que contempla la existencia bajo los parámetros de esa mentalidad medieval, y esto me parece importante: no edulcorar el pasado, precisamente para que no volvamos a él, para que no repitamos errores. Es necesario saber de dónde venimos para elegir hacia dónde dirigirnos.

La novela aunque tiene un entorno histórico, el misterio y la intriga está muy presente. ¿Encuadraría su novela en el género del thriller histórico?

Los géneros son herramientas útiles porque permite a los lectores saber el tipo de novela que están llevándose a casa, es decir, qué ingredientes hay en esas páginas. En ese sentido, me gusta que mis obras tengan algo de inclasificable: Los diez escalones es un thriller histórico, tiene el misterio, las muertes, el suspense, pero tiene mucho de las novelas románticas del siglo XIX como «Cumbres Borrascosas», con esos amores turbulentos. Y bebe de las novelas de detectives, en el sentido de las pistas que llevan a pasadizos y estos a puertas secretas.

El misterio, además de en las muertes que ocurren, se basa en un libro que posiblemente tuviese la impronta de Jesús. ¿Hubo libros como ese que se ocultaron en los monasterios durante aquella época?

No se trataba tanto de ocultarlos como de recopilarlos y conservarlos. El pueblo en general era analfabeto y no sabía leer, ni tenía necesidad tampoco de hacerlo. Los que sabían les traducían aquello que fuera necesario y el lenguaje simbólico del románico y el gótico les narraba el resto. Las abadías se conformaron en copisterías de libros y, gracias a esto, hoy en día tenemos una deuda impagable con aquellos copistas que copiaban o traducían obras. De no ser por esto, una parte importante del saber grecolatino se hubiera perdido o habría llegado mucho más tarde a Europa. En Los diez escalones el tema que se pone de relieve no es tanto el del libro en general, sino el de los libros peligrosos. Aquellos que contenían ideas que contradecían las establecidas de la época, ideas que, de sostenerse, podían poner en problema el status quo. Es aquí cuando Alvar propone un modelo nuevo, para enfrentarse a esas ideas, y es el del pensador crítico: una persona que calla cuando no sabe, que habla de lo que sabe pero mantiene la duda razonable de poder estar equivocado, que mantiene la actitud socrática de declararse ignorante para poder aprender y finalmente que ha desarrollado la empatía por los demás, esa capacidad auténtica del ser humano que nos permite ponernos en la piel de otro.

Me da la impresión que autores como Umberto Eco le ha influido en su novela. ¿Es así? ¿Qué otros autores le inspiran?

Me ha inspirado El nombre de la rosa desde que la leí, una obra magistral sin duda. Pero también la película de Jean Jacques Annaud. Alvar no deja de ser el correlato de Guillermo de Baskerville, aunque diferente, pues es un hombre que ostenta un poder muy importante dentro de la jerarquía eclesiástica y esto hace que ya sea otro tipo de persona. Mario, por ejemplo, más allá de las diferencias de edad con Adso (este es un muchacho de apenas dieciséis años y Mario tiene más de veinte), posee en común con él la candidez, la ingenuidad ante el mundo, pero su desarrollo es completamente diferente, pues Mario se enfrentará a la perversión de los hombres malvados y esto le transformará para siempre. Para mí este imaginario no deja de ser el punto de partida para contar la ficción que yo deseaba. Esto no quiere decir que sea la mayor influencia que tengo, tal vez es la más notoria, pero hay muchas otras. La más intensa tal vez sea la de La regenta. Yo creo que está en todo lo que escribo: la polifonía de historias, el perspectivismo, los ambientes como personajes, etc…

Los diez escalones pretenden suscitar la reflexión sobre la intolerancia en general

¿Cómo afectó la intolerancia religiosa a la sociedad medieval?

Pues como cualquier intolerancia, provocando dolor y odio. Bajo el thriller de Alvar y Mario, la historia de amor entre Alvar e Isabel, o el enfrentamiento con Sancho Osorio, el marido de esta última, Los diez escalones pretenden suscitar la reflexión sobre la intolerancia en general, poniendo a la luz el de la intolerancia religiosa. Enarbolar la defensa de la religión, de Dios, etc, ha sido un instrumento perfecto para justificar luchas y guerras. Hoy en día también lo es. El concepto de guerra santa que no deja de ser en cierta forma antitético, se usa hoy en día. De la misma forma, en el medievo, poner en entredicho que la Tierra no era el centro del universo o el misterio de la Trinidad, podía salir muy caro. Sin embargo, a la vez podías entrar en una ciudad como Toledo y encontrarte a judíos, musulmanes y cristianos en convivencia plena, cada grupo a lo suyo. Era parte de las contradicciones de su tiempo: convivencia de religiones mientras a la vez se combatía al musulmán enarbolando la bandera de la fe. En ese sentido, nosotros somos herederos de aquellos conflictos. Musulmanes, judíos, cristianos, todos tenemos grupos extremos a los que les cuesta entablar un diálogo, a los que les cuesta salirse de sus posiciones y que no aceptan otras posturas que no sean la suya. La intolerancia es solo la consecuencia de admitir los prejuicios e ideas totalitarias. La única suerte de intolerancia que deberíamos practicar es la que nos defiende de las ideas que socavan los derechos humanos.

Otro tema que trata es el de la xenofobia. ¿Contra qué pueblos se ejercía?

Forma parte del repertorio de las ideas inapelables, si bien en el Medievo no podemos hablar de xenofobia como tal, sino de rechazo al diferente. Sancho Osorio practica en toda su extensión este rechazo sobre Al-Nasser, el hermano mahometano de Isabel, como un musulmán que está fuera de su espacio, que viene de una cultura a extinguir y no sirve a un señor cristiano habitando en tierras cristianas. No hay que olvidar que en realidad la cultura musulmana llevaba en la península desde el siglo VIII. El rechazo al diferente no es exclusivo de un pueblo, es una idea totalitaria, inapelable y puede ser defendida por cualquier grupo o pueblo contra otro. Esto es una de las cosas que se ponen de manifiesto en Los diez escalones: que este tipo de ideas, carentes de lógica, arraigan como parásitos que abocan al ser humano a los conflictos.

¿Eran los cristianos de aquel siglo xenófobos?

Decir que los cristianos de aquel siglo eran xenófobos sería falso, primero porque el concepto de xenofobia como lo entendemos no existía como tal, como no existía el concepto de nación. Sin embargo, sí se daba el rechazo al diferente entre los cristianos como entre otras comunidades religiosas o incluso dentro de las mismas. En este sentido es mejor hablar de intolerancia o tolerancia. En Los diez escalones hay una escena en la que Mario pregunta sobre esto a Alvar, sobre las diferencias y el rechazo que suponen.

La violencia de género aparece con el papel de Isabel de Osorio. ¿Era común en aquellos tiempos? ¿Qué papel jugaban las mujeres de la época?

El patriarcado era la forma nuclear de la sociedad medieval, junto con el vasallaje. Y si a día de hoy siguen muriendo mujeres a manos de sus parejas masculinas, es de suponer que en aquella época, donde la mujer solo era una extensión de las propiedades del hombre, el maltrato estuviera más extendido. Desde el punto de vista medieval, un concepto como el de violencia de género no tiene sentido, porque la mujer estaba sometida a una visión del mundo androcéntrica, completamente subsumida en este. Hay una escena en Los diez escalones en donde Isabel decide que su mejor opción es escapar de su marido, y este, que lo sabe, le susurra al oído que puede escapar donde quiera, que puede ir donde ella desee, porque vaya donde vaya, todo el mundo seguirá pensando que ella es una mala mujer por abandonar a su esposo: seguirá siendo «suya» y llamará la atención por viajar sola. Las mujeres en aquella época eran monedas de cambio en matrimonios porque aseguraban descendencias.

Por la novela deambulan muchísimos personajes. ¿Le ha resultado complicado manejar a tantos personajes y situaciones diferentes?

No es una cuestión de cantidad, sino de necesidad. Por ejemplo, Castamar tenía muchos más personajes con voz narrativa propia que en Los diez escalones, porque me era necesario para generar ese fresco que yo deseaba del siglo XVIII. Es decir, se trata de decidir qué personajes tienen voz propia y cuáles no para narrar la historia. En el caso de Los diez escalones me interesaba tener menos personajes, centrarme solo en Alvar, Mario, Isabel y Sancho pues de esta manera el lector solo sabría las cosas que les ocurren a estos personajes. De esta forma, yo conseguía que la comunidad religiosa fuera en sí mismo un personaje global, conformado por muchos otros, como Mateo, el cocinero, Fausto, el boticario, etc.

Para finalizar, usted dijo en la presentación de “La cocinera de Castamar” que quiso escribir un libro que le gustase leer a su madre. ¿“Los diez escalones” es el libro que le hubiese gustado a usted leer a usted?

Es una buena pregunta. Siempre que una historia me atrapa es porque es la que me gustaría leer a mí, incluso cuando me lo sugiere mi madre (risas).

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