Unamuno, que se siente “más quijotista que cervantista”, pretende “liberar al Quijote del mismo Cervantes”, y se permite en ocasiones “discrepar de la manera como Cervantes entendió y trató a sus dos héroes”. Y puesto que Don Quijote y Sancho fueron extraídos por Cervantes de “la entraña espiritual de su pueblo” para darles su interpretación personal, no es esta la única posible. De ahí que “debe quedarnos a otros libre el tomar su obra inmortal como algo eterno, fuera de la época y aún de país, y exponer lo que su lectura nos sugiere”; “porque -sigue afirmando Unamuno- hoy ya es el Quijote de todos y cada uno de sus lectores, y puede y debe cada cual darle una interpretación, por así decirlo, mística, como a las que a la Biblia suele darse. Y para Unamuno, la locura de don Quijote es ansia de inmortalidad, perspectiva que entronca con el pensamiento filosófico de aquel -Unamuno prefería ser átomo eterno a momento del universo-, y desde la que va comentando los capítulos de la novela. Y mientras que el Quijote cervantino es, en opinión de su autor, obra apacible y agradable, escrita para entretenimiento y “alivio del pecho melancólico y mohíno”, Unamuno pretende que su ensayo -por decirlo con las certeras palabras de Alberto Navarro- “desasosiegue, estimule, inquiete y encienda las conciencias con ideas profundas, con sentimientos elevados, y con pasiones y anhelos fuertes e inquietantes, que lancen a un hablar y a un actuar intensos y esforzados.” [2]
Y así, en el capítulo VII de la Segunda Parte, escribe Unamuno: “Hay, pues, que desasosegar a los prójimos los espíritus, hurgándoselos en el meollo, y cumplir la obra de misericordia de despertar al dormido cuando se acerca un peligro o cuando se presenta a la contemplación alguna hermosura. Hay que inquietar a los espíritus y enfusar en ellos fuerte anhelos, aun a sabiendas de que no han de alcanzar nunca lo anhelado.” [3] No son, por lo demás, difíciles de encontrar en la obra fragmentos en los que Unamuno alza su voz contra los espíritus apáticos. Sirvan estos, a modo de ejemplo clarificador: “Mira, lector, aunque no te conozco, te quiero tanto que si pudiese tenerte en mis manos, te abriría el pecho y en el cogollo del corazón te rasgaría una llaga y te pondría allí vinagre y sal para que no pudieses descansar nunca y vivieras en perpetua zozobra y en anhelo inacabable. Si no he logrado desasosegarte con mi Quijote es, créemelo bien, por mi torpeza y porque este muerto papel en que escribo ni grita, ni chilla, ni suspira, ni llora, porque no se hizo el lenguaje para que tú y yo nos entendiéramos.” [4] “Procura vivir en continuo vértigo pasional, dominado por una pasión cualquiera. Solo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas.” [5]
Y si hay un libro que merezca el título de “clásico universal” con todo merecimiento, ese es El Quijote. Tantas veces editado, traducido a los idiomas de los cinco continentes, comentado hasta la saciedad en monografías y millares de artículos por grandes especialistas… Resulta, pues, casi imposible escribir algo sobre El Quijote hoy en día sin caer en el tópico. Con su lectura cualquiera pueda sonreír, reírse a carcajadas, profundizar en los recovecos más íntimos de la personalidad, e incluso volver a confiar en la bondad natural del ser humano…
Y cabe también una visión de El Quijote desde una perspectiva ética, que es la que vamos a afrontar en estas líneas aun a riesgo de ser poco o nada originales. Porque cuando, por edad, se ha “madurado en humanidad” y se posee una mínima formación cultural, sensibilidad y capacidad crítica, es el momento de plantearse esa lectura ética de El Quijote a la que aludimos. Vamos, pues a extraer de la inmortal novela cervantina algunas ideas -de las muchas que se podrían seleccionar- que pueden servirnos para orientar nuestra conducta, intentando de paso responder a la pregunta de “Por qué leer El Quijote”. Porque -insistimos en ello-, si tuviéramos que radiografiar la novela cervantina desde alguna perspectiva concreta –a partir de la puramente literaria–, esa es, a nuestro entender, la de la dimensión ético-moral: la que nos presenta a don Quijote batallando en favor de la dignidad del ser humano.
- Sumémonos a la utopía vital quijotesca.
“—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra”.
[Primera parte, capítulo VIII].
|
Nadie, leyendo atentamente El Quijote, suscribiría que el comportamiento del hidalgo manchego en las múltiples aventuras en las que se ve inmerso a lo largo de la obra es el de un loco ridículo; antes por el contrario, cualquier lector ve en ese comportamiento el de un idealista cuya conducta se mueve impulsada por los más nobles sentimientos: don Quijote cree en la utopía de un mundo mejor –pretende encarnar el espíritu de la caballería andante en una sociedad en la que ya no tienen cabida los caballeros andantes–. Y, por ello, su locura es, en sí misma, una manifestación de la grandeza de su espíritu: don Quijote representa la lucha por la justicia, por los derechos de los oprimidos frente al poderoso opresor, por la honra y el honor, por la libertad...; en definitiva, por la grandeza espiritual de las personas. El “aquí” y “ahora” de nuestra sociedad nos exige mucho quijotismo para que esta no se desmorone. Seamos como este providencial caballero andante y convirtamos su locura -si es que a esto se le puede llamar locura- en el camino para lanzarnos a la conquista de un mundo más verdadero en el que la dignidad del ser humano ocupe un lugar de privilegio. (A ello nos invita Don Quijote en la primera parte de su obra, capítulo VIII).
- Luchemos por conservar la libertad.
«—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve [heladas], me parecía a mí que estaba metido entre las estrecheces de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad con que lo hubiera gozado si hubieran sido míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!».
[Segunda parte, capítulo LVIII].
|
En momentos de baja moralidad pública, donde todo tipo de corruptelas se han instalado en el seno de la vida social, el ejemplo regenerador que propone don Quijote pasa por devolver al concepto de libertad su más genuino significado –una libertad «física» de la que tantas veces careció Cervantes de forma injusta–. Y muy elocuentes son, pues, esas palabras anteriormente transcritas de don Quijote, que aunque repetidas y conocidas, resuenan hoy en nuestro oídos con la misma contundencia –o incluso mayor– con que debió de escribirlas Cervantes –y que siempre relacionó el tema de la libertad con la dignidad del hombre; libertad entendida en la línea de la célebre sentencia de Publibio Siro: «El aceptar un beneficio equivale a vender la libertad» [Beneficium accipere libertatem est vendere]. Esforcémonos, pues, por ser personas libres y luchemos por conservar la libertad como uno de los signos más reveladores de la dignidad humana; libertad entendida como la entendía don Quijote, sin ataduras que nos opriman arrebatándonosla.
- Conduzcámonos de forma reflexiva y prudente.
“—¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones! Apeaos, buen hombre, y pues sois el leonero, abrid esas jaulas y echadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré a conocer quién es don Quijote de la Mancha, a despecho y pesar de los encantadores que a mí los envían”.
“—Señor caballero [le dice el Caballero del Verde Gabán a don Quijote, que está dispuesto a enfrentarse con dos peligrosos leones], los caballeros andantes han de acometer las aventuras que prometen esperanza de salir bien de ellas, y no aquellas que de todo en todo la quitan; porque la valentía que se entra en la jurisdicción de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza”.
[Segunda parte, capítulo XVII. Fragmento del diálogo que mantienen Don Quijote y el Caballero del Verde Gabán [Diego de Miranda].
|
Si bien no es bueno acobardarse ante las dificultades, tampoco lo es sobrepasar los límites de la prudencia. La insensatez -o, por decir mejor, la necedad- nada tiene que ver con el valor, y en modo alguno puede tacharse de cobarde la actuación de quien se conduce en la vida de forma sensata.
- Convirtamos la buena lectura en una práctica habitual.
“Llegó, pues, la hora de cenar, recogióse en su estancia don Quijote, trajo el huésped [mesonero] la olla [2], así como estaba, y sentóse a cenar muy de propósito. Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote:
—Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto traen la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de La Mancha.
Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie, y con oído alerta [atento] escuchó lo que de él trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió:
—¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates? Y el que hubiere leído la primera parte de la historia de don Quijote de La Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda.
—Con todo eso –dijo el don Juan–, estará bien el leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí en este más desplace [desagrada] que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso”.
[Segunda parte, capítulo LIX].
|
El fragmento reproduce el diálogo —escuchado por don Quijote desde un aposento contiguo– que mantienen don Juan y don Jerónimo acerca de la conveniencia o no de leer la Segunda parte de Don Quijote de La Mancha. Don Jerónimo cree que no debe perderse el tiempo leyéndola, pues la Primera parte solo contiene una relación de disparates; mientras que don Juan mantiene la opinión contraria —aunque le disgusta que en esta Segunda parte don Quijote se halle desenamorado de Dulcinea–, ya que no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena; sentencia de Plinio que, sin duda, expresa la opinión de Cervantes.
[El señor don Juan se está refiriendo al Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras; el nuevo texto está «compuesto por el bachiller Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas». Sea quien fuere el autor de esta continuación apócrifa, pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso, por lo que pasará a llamarse «el Caballero Desenamorado»].
En realidad, la aludida sentencia, convertida en un tópuico en el renacimiento, la atribuye Plinio el Joven (en su epístola a Bebio Macro) a su tío Plinio el Viejo: “Solía decir que no hay libro tan malo que no aproveche el alguna parte”. [Dicere etiam solebat nullum esse librum tam malum ut non aliqua parte prodesset]. La sentencia ha circulado con alguna que otra variante, como, por ejemplo, “Nullus est liber tam malus, ut non aliqua parte prosit”]. Lo que si queda claro es que la lectura contribuye al desarrollo global y armónico de la persona, potenciando sus capacidades cognitivas, el sentido estético, la capacidad críitica y también la dimensión espiritual; todo lo cual coadyuva a que uno se conozca mejor a sí mismo.
- Labremos nuestra propia fortuna con nuestro esfuerzo personal.
Don Quijote se va a enfrentar en duelo al Caballero de la Blanca Luna —que no es otro que el bachiller Sansón Carrasco—, porque ha tenido el atrevimiento de poner la belleza de su dama por encima de la de Dulcinea del Toboso. Ambos pactan las condiciones del duelo. Si vence el Caballero de la Blanca Luna, «serán tuyos los despojos de mis armas y caballo —dice este a don Quijote—, y pasará a la tuya la fama de mis hazañas». Y don Quijote acepta otras condiciones, pero no esta: «Solo excepto —le responde don Quijote— de las condiciones la de que se pase a mí la fama de vuestras hazañas, porque no sé cuáles ni qué tales sean: con las mías me contento, tales cuales ellas son».
[Segunda parte, capítulo LXIV].
|
Frente a la indolencia y la chapuza –males congénitos de carácter nacional–, don Quijote se nos presenta como adalid del esfuerzo personal, única forma de progresar en la vida. El texto reproducido es un ejemplo emblemático de que cada cual es el artífice de su propia biografía. Y Cervantes insiste en ello, al comienzo del capítulo LXVI de la segunda parte.
Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído y dijo:
—¡Aquí fue Troya [a]. ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias, aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aquí se escurecieron mis hazañas, aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse!
Oyendo lo cual Sancho, dijo:
—Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades [b]; y esto lo juzgo por mí mismo, que si cuando era gobernador estaba alegre, agora que soy escudero de a pie no estoy triste, porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo ciega, y, así, no vee lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza.
—Muy filósofo estás, Sancho —respondió don Quijote—, muy a lo discreto hablas. No sé quién te lo enseña. Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura [c].
[Segunda parte, capítulo LXVI].
|
El fragmento reproducido contiene varias referencias clásicas, perfectamente entrelazadas para, en definitiva, subrayar la cultura del esfuerzo:
[a] ¡Aquí fue Troya!. ¡Aquí se acabó mi gloria! Virgilio, Eneida, III, 10-11: “Llorando dejó las costas de la patria y sus puertos / y los llanos donde un día se alzó Troya.” [Litora cum patriae lacrimans portusque relinquo / et campos ubi Troia fuit].
[b] Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades. Horacio, Odas, II,III, versos 1-4: “Acuérdate de mantener serena la mente en los momentos difíciles; así como en los favorables sosegada y lejos de la alegría desbordante.” [Aequam memento rebus in arduis / servare mentem, non secus in bonis / ab insolenti temperatam / laetitia].
[c] Cada uno es artífice de su ventura. Sentencia de Apio Claudio el Ciego. [Faber est suae quisque fortunae]. Es decir, que cada cual tendrá el futuro al que le haga acreedor su trabajo responsable.
- La verdad está por encima de las flaquezas humanas.
En su enfrentamiento con el Caballero de la Blanca Luna, don Quijote cae al suelo y aquel le pone la lanza sobre la visera y le dice:
—«Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío». En efecto, don Quijote, que ha sido vencido, debe reconocer que Dulcinea no es tan hermosa como la dama del Caballero de la Blanca Luna.
Pero don Quijote, «molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no está bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra».
[Segunda parte, capítulo LXIV].
|
Cuando la mentira —que es la cara sucia de la hipocresía social— parece tener atenazada la conciencia colectiva, de nuevo don Quijote nos traza, con su ejemplo, el camino para recuperar la honorabilidad y grandeza de espíritu. En su enfrentamiento con el Caballero de la Blanca Luna, don Quijote nos ofrece una grave lección moral: la verdad está por encima de las flaquezas humanas —de los triunfos o de los fracasos personales—, y no es acomodable a los caprichos de cada cual en función de sus propios y egoístas intereses. Y de nuevo resuenan aquí las palabras de Sancho Panza, con Horacio en el trasfondo: «Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades».
- Neguémonos a admitir el fracaso de los ideales de don Quijote.
“Sancho, todo triste, todo apesarado, no sabía qué decir ni qué hacer: parecíale que todo aquel suceso pasaba en sueños y que toda aquella máquina era cosa de encantamiento. Veía a su señor rendido y obligado a no tomar armas en un año [que era la auténtica condición del duelo exigida por el vencedor]; imaginaba la luz de la gloria de sus hazañas oscurecida, las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas, como se deshace el humo con el viento. Temía si quedaría o no contrahecho Rocinante, o dislocado su amo, que no sería poca ventura si dislocado quedara» [es decir, curado de su locura].
[Segunda parte, capítulo LXVI].
|
Nuestra sociedad está exigiendo mucho quijotismo para que esta no se deshaga «como la sal en el agua» (en referencia al condado prometido por don Quijote a Sancho Panza en el imaginario reino de Micomicón). Porque cualquier ocasión es buena para negarse a aceptar el fracaso de los ideales quijotescos.
Es obvio que leyendo El Quijote se percibe a la perfección esa distancia entre el mundo ideal y el de la realidad: el de los libros de caballerías, en los que el héroe siempre sale airoso de los peligros a los que se enfrenta; y el real —el de los personajes y situaciones con que don Quijote se encuentra en su deambular por los caminos y los pueblos de la España de los primeros lustros del siglo XVII—; una realidad que don Quijote transforma para acomodarla a los libros de caballerías; y un don Quijote —ejemplo de valentía y heroísmo, siempre deseoso de emprender cualquier aventura que se le presente para enderezar entuertos v que responsabiliza a unos encantadores de todos sus fracasos, empeñado en proclamar su verdad, aunque la experiencia le desmienta (y que, incluso ya derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, sigue afirmando la superioridad de su dama frente a todas las demás, en un incomparable gesto de grandeza moral).
Hasta el propio Sancho –el pragmático y avispado Sancho–, en la dolorosa aventura de la playa de Barcino, reconoce su total «quijotización», negándose a admitir el fracaso de los ideales de su señor.
- Cuando nos pueda el pragmatismo, contagiémonos de ese idealismo quijotesco al que no es ajeno el propio Sancho.
—«¿Qué te parece esto, Sancho? —dijo don Quijote—. ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura; pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible».
Segunda parte, capítulo XVII.
|
No olvidemos que don Quijote, derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, regresa a su pueblo “vencedor de sí mismo”, que es —según afirma Don Quijote por boca de Sancho— “el mayor vencimiento que desearse puede”. A fin de cuentas, en los momentos de abatimiento y desaliento, convendría hacer realidad las palabras de don Quijote a a Sancho, convirtiéndolas en el motor que siga alimentando la andadura vita. Sin duda, estas palabras resumen con total nitidez la filosofía de don Quijote: no importa tanto el éxito, cuanto el esfuerzo.
Reflexión final: el optimismo frente a la adversidad.
La vida de Cervantes fue un cúmulo de calamidades: soldado herido por dos arcabuzazos en la batalla de Lepanto; apresado por los piratas berberiscos cuando regresaba a España, y trasladado a Argel para sufrir un duro cautiverio que sobrepasó los cinco años, hasta que fue rescatado por las frailes trinitarios “in extremis”, a punto de ser conducido a Estambul para ser vendido en el mercado de esclavos; encarcelado en Sevilla por irregularidades —en las que nada tuvo que ver— en su gestión como “comisario real de abastos”, encargado de recoger provisiones para la Arrmada Invencible (se le acusó de venta ilegal de trigo y estuvo preso en Écija, Sevilla y Córdoba); encarcelado en Valladolid (en la puerta de su casa fue herido el caballero Gaspar Ezpleta, que murió dos días después, y fue Cervantes, sus hermanas e hija quienes acabaron en la cárcel, al haberse encontrado ropa de dicho caballero en su casa); su talento literario no fue suficientemente reconocido por sus coetáneos —e incluso un tal Avellaneda se apropio de sus personajes, editando un Quijote apócrifo—; rodeado por estrecheces económicas que le persiguieron a lo largo de su vida… Y, sin embargo, Cervantes en modo alguno fue un resentido social. Antes por el contrario, sus obras rezuman optimismo, y en ellas triunfa la bondad del corazón humano. Leámoslas, pues, cuando ante las adversidades de la vida sintamos momentos de abatimiento.
__________
[1] Vida de Don Quijote y Sancho, según Miguel de Cervantes Saavedra, explicada y comentada por Miguel de Unamuno. Madrid, editorial Cátedra, 1988. Colección Letras Hispánicas, núm. 279; págs. 146-147. Edición de Alberto Navarro.
[2] Ibídem, pág. 91. [3] Ibídem, pág. 342. [4] Ibídem, pág. 505). [5] Ibídem, pág. 150.