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George Steiner
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George Steiner

EL TRUE CRIME DE LA CULTURA EN LIBERTAD

domingo 18 de mayo de 2025, 12:11h

Uno de estos pasados días, mientras sus compañeros cardenales –no sé si con una pizca de mala idea- elevaban a Prevost al trono de Pedro, un amigo que trabaja en un conocido programa de Televisión Española, me reveló en un mensaje privado de X que en todos los años que viene desarrollando su carrera profesional en el ente público (palabra, por cierto, esta de “ente”, que ya por sí misma nos transporta a una atmósfera distópica y orwelliana) jamás había visto algo parecido a lo que sucede estos días. Se refiere, por supuesto, a las ideas -fruto de una doble inspiración, proveniente de los espíritus amalgamados de Nerón y Berlanga- del nuevo director de la pública, en términos de programación. Y sobre todo, habla del maltrato brutal a algunos programas culturales de gran solera. Como comprenderán, no puedo revelar la identidad de ese amigo para no comprometerlo, pero quienes me siguen en X y sufren mi terne y contumaz cinefilia, sacarán seguramente las conclusiones adecuadas.

Ínsula 779
Ínsula 779

Sucede que en España es precisamente un gobierno progresista el que ampara, cuando no promueve, esta clase de dislates, lo que no sorprende, teniendo en cuenta el conocido espíritu sectario y antiliberal de buena parte de la izquierda. Ese rasgo, la pulsión antiliberal, es precisamente el que facilita hoy el nefando toqueteo de los extremos, al que alude la conocida frase hecha. Si juzgamos sabiamente, notaremos que la alternativa a este gobierno lamentable es otro peor, encadenado a la ultraderecha liberticida. Y digo liberticida, porque todo liberalismo bien entendido, de Hobbes y Locke a Stuart Mill, pasando por Montesquieu, Tocqueville y Benjamin Constant, entre otros muchos santos patrones, empieza por poner límites a la libertad, precisamente con el objetivo definido de preservarla en la mayor medida posible para todos. Quien aboga por la libertad de unos pocos (tecnócratas, plutócratas, oligarcas) más allá de esos límites, quien propone o defiende un individualismo extremo y sin contemplaciones, no es en absoluto un liberal, sino un libertario, y al final, en mi opinión, un liberticida; como ese bandido apropiadamente llamado Liberty Valance de la sublime obra de Ford. Liberty se habría adherido con entusiasmo, látigo en mano, a las filosas y oxidadas tesis de la peligrosa Ayn Rand, mofándose de su rechazo de la violencia.

Nunca, en ningún momento reciente, desde la derrota del fascismo en 1945, la libertad y la cultura han estado tan amenazadas como hoy en Occidente. En mi anterior colaboración para TL sostenía la extrema gravedad de la cancelación del libro de Luisgé Martín. Hemos asistido a la primera detonación de una bomba sucia de censura. La onda expansiva apenas ha sido perceptible –de hecho, los jueces autorizan la publicación y ha sido la propia editorial la que ha renunciado- y no hay hongo atómico visible. Ni siquiera explosión. Todo sucede de un modo solapado, blando, insidioso. La libertad muere sin ruido. La radiación se extiende y cae, invisible, sobre el sumiso rebaño, que no percibe que algo grave esté pasando.

Hace unos días recibía mis ejemplares de la revista Ínsula que en su “número almanaque” reseña mi novela “Muerte de atlante”, publicada en 2024, y la califica de original e intensa. Es un juicio crítico irrelevante para las ventas del libro, y no pasaría de ser una anécdota minúscula si no habláramos del vehículo más importante del hispanismo literario en el mundo. Una simpática y amable filóloga que pertenece al staff de Ínsula me advertía, por email, de su escasa trascendencia más allá de los círculos filológicos, como si me estuviera descubriendo el chocolate caliente.

Probablemente, cuando era un puente entre la resistencia cultural del interior y el exilio, cuando había que sortear la censura franquista o asumir sus consecuencias, como aquella suspensión de un año (1956) en castigo por la publicación del número homenaje a Ortega y Gasset, concitaba mayor atención que en la actualidad. La enumeración de las firmas rutilantes que aparecieron en sus páginas (Juan Ramón Jiménez, Vargas Llosa, Jorge Guillén, María Zambrano, Américo Castro, Francisco Ayala, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Miguel Ángel Asturias, Carmen Laforet, Camilo José Cela, Luis Cernuda, Julián Marías, Octavio Paz, Max Aub, Dámaso Alonso, Julio Cortázar, Gabriela Mistral o el propio Ortega y Gasset) me transporta a un verdadero mundo perdido de libertad arduamente conquistada, y realmente me parece oír la banda sonora de Jurassic Park, en esa escena espectacular en la que los protagonistas ven desfilar por primera vez, con el entusiástico acompañamiento orquestal de John Williams, a dinosaurios vivos ante sus ojos.

En un artículo reciente, titulado “Las editoriales tienen muy poca vergüenza”, Pérez Reverte ha denunciado la deriva excrementicia de los mercaderes de papel impreso, que se conjuga en perfecta sinergia (esto lo digo yo, no Pérez Reverte) con la ávida coprofagia de muchos lectores. Creo que Rosa Montero se ha sumado a la fiesta con otro artículo. Celebro esas justificadas invectivas de mis colegas veteranos, por supuesto, y no les resto mérito, pero sí me permito anotar que ya tienen poco que perder, y que otros no paramos de echar carne cruda al asador sin garantías de cocción.

Esta muerte de la libertad, y en particular de la libertad creativa, la vio en lontananza con escalofriante lucidez George Steiner, y nos dejó párrafos proféticos en uno de sus libros más logrados y reveladores: “Gramáticas de la creación”:

De Boecio a Cervantes, de don Quijote a Sade, es muy amplio el catálogo de obras compuestas en prisión que han perdurado. Chénier, llegó a la cima de su arte lírico unas horas antes de la guillotina; y aunque la sospecha sea sin duda retrospectiva, la ejecución planea sobre los versos más bellos de Lorca.

Abunda en el argumento unas páginas después.

La paradoja es innegable. Bajo el efecto de presiones extremas, de la prohibición política y de la censura ideológica, en el samizdat, en la imprenta clandestina, se han producido una gran parte de las mejores obras de nuestro patrimonio.

Y remata con rotundidad:

Muy posiblemente es más difícil engendrar una obra estética e intelectual de talla en el seno de un vacío sin resistencia propio de una libertad más o menos completa e indiferente. Las democracias populistas no tienden a lo excelso. El patrocinio de los medios de masas y del libre mercado, el oportunismo distributivo del consumo de masas podrían ser más nocivos para el arte y el pensamiento que la censura de los regímenes del pasado. (…) La ignorancia y la condescendencia pueden paralizar tan eficazmente como la prohibición.

Si esa libertad vacía y mercantilista se combina con las redes sociales y el refuerzo del discurso mainstream que propicia la IA, si a todo ello se agrega una eficaz censura blanda como la que hemos visto en el caso de “El odio”, cancelado por Anagrama, me parece que ya no hay escapatoria. Este es el verdadero y deliberado true crime de la cultura. Pero no creo que las aludidas masas se conmuevan ante estos peligros, ni que la ministra Carmen Redondo y los demás ignorantes de la banda que nos gobierna, o de la otra banda que aspira a gobernarnos, se detengan ante las advertencias de nuestro sabio crítico. Y mucho menos, desde luego, ante las mías.

Ana María del Carmen Redondo García
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Ana María del Carmen Redondo García
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