La editorial Encuentro, con su delicadeza y cuidado historiográfico habituales, realiza un acercamiento a la gran Reina de Castilla y de León, tal como ella se definía, que es la casi sin parangón Isabel I “la Católica”. La Reina Isabel nació en el lugar abulense de Madrigal de Las Altas Torres, que había sido el pueblo donde en el año de 1447 se habían matrimoniado sus padres. En ninguna circunstancia existe Juan II de Castilla, por dos razones primordiales y obvias: 1º)-La existencia en su escudo o blasón o reino de la bandera cuartelada, con leones y castillos, QUE DEFINEN CUÁL ES LA NÓMINA DE SUS REYNOS. 2º)-La titulación regia SIEMPRE Y EN TODO LUGAR DE REY DE CASTILLA Y DE LEÓN. Ya es la hora historiográfica prístina de utilizar la ortodoxa forma de autocalificación del propio soberano. El Doctor Juan Rodríguez de Toledo médico y ‘físico’ de Sus Altezas define, claramente, cuando y donde nació la futura Reina de Castilla y de León. Su vinculación a su tierra de nacencia siempre será muy importante para su devenir vivencial. Se refugiará en su ciudad cuando realice lo que el historiador Jaume Vicens Vives define como ‘el salto decisivo en su vida’, desde su ruptura con su hermanastro Enrique IV “el Impotente” de Castilla y de León, hasta la muerte de su hermano Alfonso por causa de una trucha en mal estado, pasando por su rechazo al acceso al trono de la Excelente Señora, Juana “la Beltraneja” y, sobre todo, para poder conseguir aliados para que pueda ser la Reina indubitable de Castilla y de León, enfrentándose al todopoderoso arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Acuña, quien le recriminaba que derechos, como mujer, podía invocar para ser titular del trono de esos reinos, ‘Porque yo soy la Reina e subcessora destos Reynos de Castilla et de León’. En 1476 reunirá las Cortes de Castilla y de León, así reza la convocatoria, en Madrigal de las Alta Torres, en el año de 1476. Serán muy importantes para la gobernación de los Reinos. Desde la: “…reorganización de las finanzas, la reforma de la gobernación, el establecimiento de secretarías reales y la organización de un ejército interior con poderes policiales y judiciales, la Santa Hermandad, que restablecerá el orden en el país y participará en la reconquista de Granada a los moros. Es también en Madrigal, en ese mismo momento, donde Isabel impondrá su línea de acción castellana a su marido Fernando, en uno de sus raros (y dignos) enfrentamientos. Finalmente es en Madrigal, que quedará así confirmado como su fuero interno, donde la reina hará que acojan, en el beaterio y luego convento del lugar, instalado más tarde en el antiguo palacio real, a las dos hijas naturales que durante el matrimonio tendrá Fernando: María y Esperanza. Ésta fue sin duda una de las pruebas de su grandeza de alma, ya que este convento, unido muy pronto a su casa familiar, se ordenará en torno al monumental de su abuela materna, Isabel Barcelos”. El único retrato que se conserva de ella, en el esplendor de su juventud, con solo veinte años de edad, está asimismo en Madrigal de las Altas Torres, la fecha es después de su boda con Fernando II de Aragón, en 1469. Existe una descripción patognomónica del cronista y secretario Fernando del Pulgar sobre el fenotipo isabelino: “Bien compuesta en su persona y en la proporción de sus miembros, muy blanca y rubia; los ojos entre verdes y azules, el mirar gracioso y honesto, las facciones del rostro bien puestas, la cara toda muy hermosa y alegre”. La Reina Católica estará en contra de la esclavitud de cualquier género y condición, y por ello su descontento con Cristóbal Colón. Uno de los momentos culminantes de su boda, sobre todo por lo que supuso para la evolución de los Reinos conformadores de las Españas, será el de su boda, previa dispensa papal, con su primo-segundo, Fernando de Aragón, Príncipe de Gerona. La misma tendrá lugar el 14 de octubre de 1469 en la residencia de Juan de Vivero, en la urbe de Valladolid. Tras la bendición nupcial del día 19, los jovencísimos contrayentes consumaron esa noche el matrimonio. Así daba comienzo lo que se presagiaba como un futuro pleno de dichas y de resultados positivos; pero el albur les tenía reservados múltiples sinsabores, y casi nada de la anhelada buena fortuna. Para demostrar que había existido consumación del matrimonio, se expuso la sábana nupcial. Los aragoneses celebraron la boda con total y absoluto regocijo, pero en Castilla y en León el recato fue absoluto, ya que la infanta tenía muchos enemigos y obstáculos que sobrepasar. Existían, por supuesto, bastantes reticencias con respecto a cómo se comportaría el taimado monarca Juan II de Aragón, un Trastámara muy inteligente y astuto, y que sobrepasaba en virtudes y en defectos a sus regios familiares en los Reinos de Castilla y de León. «La incomparable Isabel la Católica trata de forma sintética y precisa todas las cuestiones que rodearon la fundación de la España católica en el Siglo de Oro por Isabel y Fernando, abordando con fuerza y claridad temas ‘espinosos’. A través de un estilo ameno y accesible, Dumont nos sumerge en la época de Isabel y nos presenta a una mujer de gran inteligencia, astucia y determinación, que supo enfrentar los desafíos de su época y consolidar la unidad de España. Una obra imprescindible para cualquier amante de la historia y de las grandes mujeres que marcaron un hito en su época. CÉSAR VIDAL: En este ensayo sobre Isabel la Católica no sólo se da una recuperación de un personaje histórico excepcional sino también un abordamiento valiente de cuestiones como la expulsión de los judíos, el final de la Reconquista, los inicios de la Inquisición o el descubrimiento de América. Todas y cada una de las cuestiones son respondidas con una solidez excepcional». Desde 1474, los Reyes Católicos se ven obligados a crear un Estado de Castilla y de León fuerte, ordenado, y que pueda plantar cara a unas absurdas y ahistóricas diferencias con el quinto reino hispánico, tras León, Navarra, Aragón y Castilla, que es el de Portugal, muy apoyado por las apetencias voraces imperialistas de Francia, y de sus monarcas Luis XI y Luis XII. Durante su viaje, en 1477, a Andalucía, Isabel y Fernando llegan a la convicción de que la tarea de consolidación es ingente y muy compleja; concretando los problemas que observan ya en esta comunidad, porqué la anarquía nobiliaria, judicial y religiosa son muy grandes. En ese momento histórico, la guerra entre dos magnates potentados, el duque de Medinasidonia, y el joven y alocado marqués de Cádiz, proveniente de la familia legionense de los Ponce de León, está en su mayor apogeo. “El más anárquico y virulento es el marqués de Cádiz, fuertemente marcado por enlaces con los conversos y que se había inclinado en favor de las pretensiones de Alfonso V de Portugal. Hay que meterlos en cintura y terminar con sus exacciones, tomando al asalto si fuera necesario sus fortalezas y haciendo justicia. Es lo que hace Isabel en persona al escuchar en directo, como san Luis bajo su roble, a los querellantes”. En la cuestión religiosa, existe el problema retorcido de los conversos, que generan muchos recelos, ya que se tiene la convicción, falsa de toda falsedad en gran parte de ellos, que siguen practicando los ritos judaizantes. No obstante, y como siempre, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición está ojo avizor y, en algunas ocasiones, se equivoca de forma palmaria, pagando justos por pecadores. Crean bastantes más problemas y conflictos los magnates, que deben ser controlados de forma fehaciente. Gómez Manrique (Amusco/Palencia, 1412-Toledo, ca. 20 de noviembre de 1490. Obra: Regimiento de príncipes/1475-1482), escribe, sin circunloquios, que se debe conjugar la palabra misericordia, lo que conlleva a premiar más y castigar menos, repartiendo de forma equitativa los oficios, para ello Fernando V de Castilla y de León creará toda una serie de secretarios, formados con mucho predicamento, y que conformarán una especie de gobierno ministerial. Y al que los monarcas hacen caso, en muchas ocasiones. “Si añade que la reina debe anteponer las tareas de gobierno a las prácticas piadosas, las oraciones y los sacrificios de cilicios y disciplinas de mortificación que ella practicaba, es para hacer efectiva en el siglo esta obra de Dios que él describe y espera”. Estamos, por consiguiente, ante una obra valiente, documentada y diferente sobre la gran Reina de Castilla y de León, que intentó crear una estructura más evolucionada y perfecta de esos territorios, plagados de Historia y de tradiciones. Por consiguiente, recomiendo la lectura de la biografía isabelina de este humanista, nacido en Lyon, la antañona Lugdunum, equivalente al León hispano, el 10 de octubre de 1923, y fallecido el 4 de julio de 2001, por ser otra referencia distinta, pero asimismo muy esclarecedora, sobre la vida y la obra de la Reina Isabel I de Trastámara “la Católica” de Castilla y de León. ¡Muy necesaria obviamente! «Reformare homines per sacra, non sacra per homines». Puedes comprar el libro en:
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