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Sor Juana de la Cruz
Sor Juana de la Cruz

¿Fue la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz de filósofo o de poeta?

Pauperes enim semper habetis vobiscum, me autem no semper habetis Iesus (Ioannem 12: 8)
Por Eduardo Zeind Palafox
sábado 06 de junio de 2015, 18:57h
Sostiene María Zambrano en su libro "Filosofía y Poesía" que sólo en algunos elegidos tienen lugar, sin pugnas, pensamiento y estro (Zambrano, 13). Los filósofos, con la razón, buscan la verdad, y los poetas, con la palabra, buscan la belleza. Los que son filósofos tienen que renunciar, como quería Platón, a las apariencias, mientras que los poetas tienen que resignarse y aceptar que lo bello, lo aparente, es efímero, mortal. Sor Juana Inés de la Cruz, no sabemos, tal vez fue un filósofo con talento poético o un poeta con ansias filosóficas. Dirán algunos, por ver la calidad de sus versos, que era poeta; dirán otros, por leer los razonamientos de sus prosas y poemas, que era filósofo. Sólo Jesucristo fue cristiano, decía Nietzsche; sólo Sor Juana fue sorjuanista, decimos nosotros.
Las líneas que otorgamos al lector procurarán dar claves para descifrar las batallas interiores de Sor Juana, batallas que se manifestaron, sobre todo, en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, que redactó para defender su plectro y sus afanes científicos. Serán las meditaciones que María Zambrano puso en su libro Filosofía y Poesía las llaves para nuestro quehacer.
La Respuesta, por ser una respuesta, una reacción, es decir, algo que se hace después de recibir un estímulo, de ser incitado, loado o agraviado, no contiene una teoría filosófica que sustente su armazón, ni una teoría estética completa que justifique su prosa. El fundamento de toda defensa se halla en el ataque recibido. El texto que escrutaremos es defensivo, lo cual significa que cada proposición del mismo tiene su antípoda, su antítesis, en otro lugar. Éste se hizo para contradecir a un eximio y meritísimo erudito, al jesuita Antonio Vieyra, que no únicamente contaba con el poder de la palabra, sino también con el de la fama y el de la Iglesia, que es decir que tenía poderes casi celestes. Lo que él profería, cuentan los historiadores, era tenido por todos por mensaje divino, excepto por Sor Juana.

¿Cómo disputar con tan gran personaje? Sor Juana, como Santa Teresa, para no ofender las vanaglorias ajenas avisa a los lectores de su Respuesta que todo lo que plasmó puede andar en error, ambiguo, y que es posible que la herejía merodee sus párrafos. Dice:
Y si veo que preguntado el Ángel de las Escuelas, Santo Tomás, de su silencio por Alberto Magno, su maestro, respondió que callaba porque nada sabía decir digno de Alberto, con cuánta mayor razón callaría, no como el Santo, de humildad, sino que en la realidad es no saber algo digno de vos (Sor Juana, 19).

No podía profesar la Filosofía porque era religiosa, alguien que debía dedicar sus horas al estudio de la Sagrada Escritura. Tampoco podía meterse a teólogo y lucubrar, cual fray Luis de León, el nominalismo cristiano, ya que la Teología era asunto de hombres y santos en la época en que vivió. Querían los que la circundaban que leyese más letras sacras y que escribiese, sin trastocar las finezas cristológicas, de materias religiosas, pero ella prefería las ciencias y los libros paganos, leer a Séneca, a Ovidio, a Virgilio, la latinidad y a Descartes.

Ella, más acuciada por el “espíritu científico” que por el Espíritu Santo, renegaba de tales órdenes. Mas cuando no podía soslayar la obligación, mas cuando era forzada a pronunciar frases de su desagrado, para ella vacuas, creemos declaraba cosas así: “es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir” (22).

Sor Juana era harto capaz de glosar el Evangelio, pero no quería porque estaba, posiblemente, poseída por la razón, por el “logos”, ese hermoso descubrimiento griego. ¿Era ella un Platón, la dueña de una pluma ligera, alada y sagrada pero zaherida por la política que vivía? ¿O era un bardo hastiado de la embriaguez de la palabra que quería reposar en la filosofía? La poesía, escribe María Zambrano, fue condenada por Platón, pues ésta es enemiga de la verdad. Oigámosla:
Es en Platón donde encontramos entablada la lucha con todo su vigor, entre las dos formas de la palabra, resuelta triunfalmente para el logos del pensamiento filosófico, decidiéndose lo que pudiéramos llamar “la condenación de la poesía”; inaugurándose en el mundo de occidente, la vida azarosa y como al margen de la ley, de la poesía, su camino por estrechos senderos, su andar errabundo y a ratos extraviado, su locura creciente, su maldición (Zambrano, 14).

Antes de analizar la Respuesta con Zambrano, a la que hemos citando adelantadamente, recordaremos lo que algunos escritores han dicho sobre la obra de Sor Juana. Más que acrecer el infinito caudal de informaciones y noticias que sobre la poética de Sor Juana hay, afanamos acuciar a otros críticos para que estudien mejor el aspecto filosófico del pensamiento de la disputadora de Vieyra, que según Mauricio Beuchot no ha sido atendido dignamente.

Sólo los poetas pueden medir a los poetas. Octavio Paz, que fue poeta de altos vuelos, escribió el clásico libro Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, ilustrativo ejemplar que vale tanto por los datos que da sobre la vida de la poetisa como por las meditaciones literarias que el autor, de vez en cuando, realiza. Asegura Paz que la Respuesta es, ante todo, una defensa del femíneo sexo (Paz, 538). Defender a las mujeres es defender una sensibilidad, una manera de estar en el mundo. No acepta Sor Juana que por sólo ser mujer tenga prohibido frecuentar variedad de libros y regalarse una cultura universal. Por no haber doctas damas, dice en la Respuesta, deben las educandas estar en comunicación constante con varones, hecho de mucho peligro que fácilmente corrompe.

Sor Juana, sostiene el poeta mexicano, además de defender a su sexo batallaba contra la vida conventual, que era, quiérase o no, reflejo microscópico de la política extramuros. “La contradicción que la habita – lo dice una y otra vez – no nace de su naturaleza sino de circunstancias que le fueron impuestas; fue monja porque no le quedaba otro recurso” (538). Quien vive a disgusto, como puede, existe radicalmente, siempre con los sentimientos prestos a florecer. ¿Tal situación excitaba la pluma magnífica de Sor Juana? Ella, espíritu libre, no pudo huir de las iras ni de las modas, ni de las costumbres ni de los retrasos intelectuales que la Nueva España sufría. Paz, con pocas palabras, describe la Respuesta, imagen del mundo de Sor Juana:
Ciertos pasajes – marca de su época y de su cultura clerical – son pedantescos y abundan en latinajos; otros son llanos, escritos en una admirable y fluida prosa familiar. A pesar de sus lunares y sus lagunas, la Respuesta es un documento único en la historia de la literatura hispánica, en donde no abundan las confidencias sobre la vida intelectual, sus espejismos y sus desengaños (537).

Es el texto analizado, luego, un documento lírico, y por serlo es biográfico, digno de ser estudiado por psicólogos y por antropólogos. Pondera Paz los dones de Sor Juana, y dice que era muy apta para la Teología. Sólo pueden dedicarse a la Teología, afirma Zambrano, los que poseen una razón poderosa para tratar a Dios, una como la de Platón. Teología es razonamiento de Dios. ¿Y no son los libros de Santo Tomás, libros leídos por nuestra versificadora, sumas muestras de razonamiento al modo divino? Pero Sor Juana, aunque “tenía talento suficiente para manejar las abstracciones teológicas”, “prefería escribir comedias y sonetos” (539).

Apunta Zambrano que el padre de los poetas modernos fue Baudelaire, pues hizo de la “inspiración” un trabajo, algo que podía ser forzado. Sor Juana, como el francés, forzaba el estro y sacaba de él literatura memorable, mas no se conformaba con hacerlo y afanaba un saber absoluto. ¿Quería la voraz lectora ser mero diletante? Paz, con frías líneas, responde:
No: su ideal de saber era poligráfico; quiero decir: quiso abrazar con cierta profundidad los temas y las ciencias que formaban el núcleo de la cultura de su época, procurando discernir los nexos y eslabones que unían a otros esos dispares conocimientos. Este ideal era inasequible en la Nueva España de fines del siglo XVII aunque ella, probablemente, no lo sabía. Ignoraba casi todo de la gran revolución intelectual que transformaba a Europa (543).

Sacamos en limpio lo siguiente: para Paz fue Sor Juana una mente libertaria y universal oprimida por el entorno y limitada por la pobre cultura de la Nueva España. Con la poesía ella demostró su agilidad intelectual, con la filosofía (escribió súmulas de lógica) su necesidad de orden y con su Respuesta su pasión política.

Rosa Perelmuter Pérez escribió un trabajo llamado La estructura retórica de la Respuesta a Sor Filotea, que analiza la trabazón del texto que estudiamos. La Respuesta, sostiene, aunque es una pieza literaria, está hecha bajo los preceptos de la retórica, que se usaba en el tiempo de Sor Juana también para escribir bellas letras. Asegura que Sor Juana, que conocía a Cicerón, a Aristóteles y a Quintiliano, escribió su defensa echando mano del exordio, de la narración, de la demostración y de la peroración, partes que hacen del texto una epístola a lo clásico (Perelmuter, 149). Pero en aquella época casi todos los letrados conocían a los autores citados, lo que significa que si se escribía retóricamente era antes por costumbre que por necesidad de método.

La Respuesta, así las cosas, es un “discurso forense”, dice Perelmuter, uno con el estilo de la “carta familiar”, o sea, uno que combina la llaneza e intimidad con la solemnidad de la oratoria que quiere mover los sentimientos y la razón (151). También nos recuerdan que la detractora de Vieyra conocía los libros de “ars dictaminis”, que servían para hacer cartas y que tenían su raíz en la retórica (151). Nadie ignora que la retórica era para Aristóteles un modo de racionalizar al pueblo, método y técnica de la persuasión.

También nota nuestra comentadora que la narración es la parte más extensa de la Respuesta (152) ¿Por qué tanto énfasis en ello? Porque el problema en que estaba sumida Sor Juana, ciertamente, estaba mal enfocado, o enfocado maliciosamente por sus enemigos. Ella a cada paso se empequeñece, como Santa Teresa, para fingir inocencia, incapacidad. Perelmuter, en síntesis, dice:
Bajo la sencillez y naturalidad que todos notan, se oculta una elaboración cuyo máximo acierto consiste precisamente en no hacerse notar. Una lectura atenta advierte la continua selección operada, la maestría de Sor Juana en la argumentación y presentación de su caso, porque eso es lo que en esencia viene a ser la Respuesta: una lograda defensa, un discurso que en cuadra perfectamente en la línea de la oratoria forense (148).

En los inicios del libro Sor Juana: una filosofía barroca, de Mauricio Beuchot, semiólogo y filósofo, leemos:
En su ambiente novohispano del siglo XVII, en plena época barroca, ella reunió una notable erudición filosófica y teológica, que manifiesta en su poesía, tanto lírica como dramática. La antigüedad, la escolástica, el hermetismo y aun la modernidad, le dejan su huella (Beuchot, III).

En los días de Sor Juana la teología era culmen del saber, y la filosofía, como solía decirse, la “criada” de aquélla. “La base de su filosofía es la escolástica aristotélica, pero también deja un lugar muy importante al neoplatonismo, al hermetismo y a la incipiente filosofía moderna”, dice Beuchot (ibídem). ¿Qué acaece cuando lógica, misticismo y racionalismo se fusionan en una cabeza barroca? O nacen síntesis que más son intrincación que unidad o nacen análisis que más son destrucción que desarticulación científica. ¿Y qué cuando en una como la de Sor Juana? Poesía filosófica.

La lógica siempre ha sido preámbulo de la filosofía, por lo que Sor Juana la cultivó, la asimiló y la usó para redactar sus textos. Señala Beuchot:
Una cosa que llama mucho la atención es que en las bibliografías se reportan unas súmulas de lógica escritas por Sor Juana, ahora perdidas. Es lástima que no se conserve esa obra lógica de la monja, ya que nos mostraría muy a las claras su vena escolástica, pues no había nada más escolástico que las súmulas (2).

La escolástica es para los modernos saber desdeñable porque oyeron que existe la lógica simbólica. Por ésta desdeñan cualquier otra notación, como la iniciada por Aristóteles. En la escolástica hay, dicen los “modernos”, mero saber despreciable, quisquilloso, postura que los hace caer o en el escepticismo ramplón o en el dogmatismo odioso. Fue Santo Tomás de Aquino quien supo mediar ambas filosofías. Sor Juana, como el Aquinate, medió, versificó razonando y razonó sus versos. ¿Por ser cosa inútil la escolástica los filósofos modernos como Zubiri o como Copleston siguen apoyando sus libros en ella, en Cayetano, en Suárez y en Santo Tomás? Beuchot se suscribe a nuestro parecer, pues apunta: “Se ha llegado a querer presentar una Sor Juana más bien hermética, neoplatónica y hasta moderna, pero no escolástica, como si ello fuera en desdoro y vergüenza de sus talentos” (61). Y a renglón seguido dice:
Sor Juana recoge la enseñanza escolástica de la epistemología, relacionada con la ontología de las causas. Estas causas son los principios explicativos de la cosa, por lo cual ella emplea el esquema causal aristotélico para explicar lo que es un instrumento musical. La Música misma, al aclarar el funcionamiento de un instrumento musical, explica las cuatro causas de éste [material, formal, eficiente y final], siguiendo el esquema explicativo dado por Aristóteles en los Segundos Analíticos, y preservado por los escolásticos. En ese instrumento, el fin es la melodía, la materia y la forma están dados por el ente, que lo fabrica para lograr ese efecto armonioso, pero si la causa eficiente, a saber, el ejecutante, no es adecuada, sonará mal (64):

Destemplado un instrumento,
(aunque tenga la madera
más apta para el sonido;
aunque las más finas cuerdas
se le pongan; y en fin, aunque
en la forma y la materia
se apure el primor del Arte),
como sin concierto suena,
más que deleita, disgusta;
más que acaricia, atormenta.

Finalicemos el recorrido de opinantes citando un artículo de Gabriel Zaid, de nombre Lo jerónimo en Sor Juana, autor que aunque no es erudito en el asunto que nos incumbe, nos da noticias dichas con el frescor necesario para no caer en la ceguera de la mucha especialización; dice:
San Jerónimo creía que las mujeres tienen que hacer cosas más importantes que casarse. Promovió que se dedicaran al estudio, la contemplación y la oración, con tanto éxito que fue acusado de subversivo de la buena sociedad y líder de aristócratas rebeldonas.
Su ejemplo era un apoyo frente a la pequeñez moral que no ve en la cultura más que vanidad y perdición. Era posible tener cultura y fe. Era posible ser mujer y letrada. Era legítimo tener una gran biblioteca y dedicarle mucho tiempo. San Jerónimo no quería ser sacerdote, y, cuando lo presionaron, aceptó, a condición de que no lo distrajeran de sus libros, con misas y esas cosas.

Y pues hora es de analizar la Respuesta. María Zambrano, pulcramente, resume la tesis de su libro Filosofía y Poesía con algunas líneas:
A PESAR DE QUE en algunos mortales afortunados, poesía y pensamiento hayan podido darse al mismo tiempo y paralelamente, a pesar de que en otros más afortunados todavía, poesía y pensamiento hayan podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que pensamiento y poesía se enfrentan con toda gravedad a lo largo de nuestra cultura. Cada una de ellas quiere para sí eternamente el alma donde anida Y su doble tirón puede ser la causa de algunas vocaciones malogradas y de mucha angustia sin término anegada en la esterilidad (Zambrano, 13).

Ella no fue estéril. Produjo una obra riquísima, variada y profunda. Pudo ser gran filósofo y fue gran poeta. Declara que estudiar “caracteres sin alma”, libros sin tutor, era su “descanso”, y que por ser hija de San Jerónimo debía ser docta (Sor Juana, 32).

Argüía que para penetrar las Sagradas Escrituras era necesario saber Retórica, Física, Música, Aritmética, Geometría, Arquitectura, Historia, Astrología, “ambos Derechos” y leer a los Santos Padres de la Iglesia. Fue, notamos, ecléctica. Fue envidiada por entender más que el “average man”, es decir, por saber escribir mejor que los otros y por tener más ganas de saber que los otros. El pecho de Sor Juana, diría Zambrano, parece fue afortunado, pues en él estilo y ciencia cabían.

Sor Juana eligió una vida ascética, y lo prueban las anexas palabras: “no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno” (31). ¡Podaba sus cabellos cuando su cabeza no comprendía en determinado tiempo las lecciones que se imponía! Tampoco quiso someterse a los rigores del matrimonio. Quiso “vivir sola”, sin “ocupación obligatoria que embarazase la libertad” del estudio (ibídem).

Zambrano, en casi todo su libro, explica que el filósofo verdadero abandona el mundo, que es asceta, y que el poeta, por el contrario, se deja arrastrar por el mundo. La vida de convento que escogió Sor Juana era filosófica, pues la retiraba de los tesoros y riquezas, pero también poética, pues la obligaba a acatar ciertos regímenes vitales. “El filósofo, el que ya sabe, no tiene que sentir impaciencia porque la última pared del tiempo caiga, él ya sabe y la determinación del tiempo no le va a revelar nada nuevo” (Zambrano, 31). Sor Juan fue impaciente, pues “no estudiar absolutamente”, según dice, no caía en su “potestad” (Sor Juana, 52).

Nuestra autora, aunque la dejaran sin libros, estudiaba el del mundo. Nada había de lo que no sacara siempre coloridas reflexiones. Su escrutar era constante; dice:
Este modo de reparos [análisis de las cosas] en todo me sucedía y sucede siempre, sin tener yo arbitrio en ello, que antes me suelo enfadar porque me cansa la cabeza; y yo creía que a todos sucedía esto mismo y el hacer versos, hasta que la experiencia me ha mostrado lo contrario; y es de tal manera esta naturaleza o costumbre, que nada veo sin segunda consideración (54).

Ni en sosiego filosófico, platónico, ni en atolondrado quehacer vivía Sor Juana. Podía plasmar altos versos que no la complacían y podía sacar secretos del mundo que no la satisfacían; se preocupaba por la virtud de las doncellas, que eran viciadas por la mucha comunicación con hombres, y también la ofendían las visitas y cantos que interrumpían su estudio. Ser disconforme con todo era Sor Juana. Zambrano, distinguiendo el vivir del poeta del filosófico, apuntó:
Vivir es delirar. Lo que no es embriaguez, ni delirio, es cuidado. Y ¿a qué el cuidado por nada, si todo ha de terminarse? El filósofo concibe la vida como un continuo alerta, como un perpetuo vigilar y cuidarse. El filósofo jamás duerme, desecha de sí todo canto halagador que pudiera adormirle, toda seducción, para mantenerse lúcido y despierto. El filósofo vive en su conciencia, y la conciencia no es sino cuidado y preocupación (Zambrano, 35).

Ya se comprende que a Sor Juana no la dejaron ni vivir poeta ni ser filósofo. Si fue poeta fue porque su entusiasmo, su “inspiración divina”, era incontrolable, indomable, y si no fue filósofo fue porque no tenía cerca con quién lucubrar cuestiones metafísicas. Los eclesiásticos, por no querer ofender la tradición, el dogma, se ceñían a repetir las opiniones de los doctores, actitud que imposibilitaba todo filosofar. Sor Juana, socrática, pregunta: “¿Llevar una opinión contraria a Vieyra fue en mí atrevimiento, y no lo fue en su Paternidad llevarla contra los tres Santos Padres de la Iglesia?” (Sor Juana, 72).

¿Era Vieyra un inspirando, un santo, un místico del tamaño de San Juan de la Cruz capaz de transcribir las voces de Dios? Mal veía Vieyra que Sor Juana escribiera poesía porque ésta es infiel a la Verdad y a la Justicia. La poesía no dice verdades, según Platón, y por tal debe ser expulsada de la república. Pero tampoco el místico dice verdades. Sólo el filósofo las dice.
La autora de la Respuesta, finalmente, al redactarla quiso explicar sus gustos, sus afanes, que en el siguiente párrafo principal se muestran a las claras:
(…) porque como es menester mucho uso corporal para adquirir hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios ejercicios; pero en lo formal y especulativo sucede al contrario, y quisiera yo persuadir a todos con mi experiencia a que no sólo no estorban [las ciencias y artes], pero se ayudan dando luz y abriendo camino las unas para las otras, por variaciones y ocultos engarces – que para esta cadena universal les puso la sabiduría de su Autor –, de manera que parece se corresponden y están unidas con admirable trabazón y concierto (37).

Es lástima que la jerónima, rodeada de tanto docto, haya sido tan apretada, tan herida, tan denostada. Incapaz fue de renunciar a la poesía, que tenía que escribir para complacer a sus superiores, e incapaz fue de filosofar con soltura, pues ojos inquisidores la estaban siempre vigilando. María Zambrano, con una poesía de San Juan de la Cruz, afirma que resume “todo Platón y toda la poesía” (Zambrano, 70):

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en las entrañas dibujados.

No halló Sor Juana, aunque poetizó y filosofó, lo que en las entrañas llevaba dibujado. Pereció joven. Será tenida por poeta que escribió casi siempre con “repugnancia”. Monjas merecedoras de disciplinas siempre habrá entre nosotros, pero no siempre espíritus como el de Sor Juana.

Fuentes de consulta:
BEUCHOT, Mauricio, Sor Juana: una filosofía barroca, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 2005.

Recuperado de: http://www.cervantesvirtual.com/portales/sor_juana_ines_de_la_cruz/obra/sor-juana-una-filosofia-barroca--0/
DE LA CRUZ, Sor Juana Inés, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Editores Mexicanos Unidos, México, D.F., 2013.

PAZ, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Seix Barral, Barcelona, 1982.

PERELMULTER, Ros, La estructura retórica de la Respuesta a Sor Filotea, Hispanic Review, Vol. 51, No. 2 (Spring, 1983), pp. 147-158.

Recuperado de:
https://es.scribd.com/doc/250193247/La-estructura-retorica-de-la-Respuesta-a-Sor-Filotea-pdf
ZAID, Gabriel, Lo jerónimo en Sor Juana, Letras Libres, septiembre de 2011.

ZAMBRANO, María, Filosofía y Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 2001.



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