Y cuando la muerte llega sin que se la espere, después de haber estado bromeando con ella, ¿cómo hacemos entonces? ¿Y si la muerte estuviera solo en las palabras? ¿O si no llegamos a saber que estamos muertos en vida? La cuestión es que Elisa Arbesú nos habla de la muerte, del suicido para ser concretos, en El ruido de Júpiter, sin ambages, ni tapujos, sin miedos y de frente, como algo, quizás, inevitable e inherente al ser humano, porque como bien es sabido, la muerte forma parte de la vida. Su planteamiento está alejado del dramatismo. Es un juego, es una posibilidad, es un forzamiento, la vida no tiene sentido, sin más. Jugando, y me parece un gran acierto, con el equívoco ante el propio público, donde los personajes forman parte de la puesta en escena en sí misma, es decir, ahora es la habitación de un hotel, ahora es un teatro, ahora pido el abrazo de un espectador, donde “vemos la voz de la esperanza”, forjando una complicidad que ha sido muy de mi agrado. El montaje en sí mismo, nos cuenta un cuento y nos ofrece axiomas, preguntas, palabras, silencios también, meditación, sonrisas, paz eterna, nueva experiencia. Hay que agradecer a Elisa Arbesú, y a todo el equipo, dirección de Ana Muñoz y Manuel Muñoz que, de forma valiente, nos cuenten que hay que mirar las cosas desde otra perspectiva, aunque haya adversidades y estas, convertirlas en oportunidades. Eso no significa que eludamos el dolor, sino que lo afrontemos como algo evidente y consciente. Y plantearnos si vivir merece cuando miles de seres humanos mueren sin pretenderlo; pero no es menor el dolor que uno siente por dentro que el dolor universal de una sociedad putrefacta, decadente y plagada de intereses. Estamos poco preparados para la muerte, sabiendo que es inevitable, pensando, quizás, en nuestros seres queridos, los que se quedan, que son los que sufrirán realmente. Arriesgado montaje revestido de comedia, valiente, distinto, con una interpretación más que notable por parte de la propia Elisa Arbesú, y de Rodrigo Arahuetes y Verónica Almeida. Júpiter lanza sus rayos indiscriminadamente. A veces, hace más ruido que daño, pero no hay que menoscabarlo. Júpiter, hoy en día, es la política, la economía, el poder, la autoridad y el dominio sobre el mundo. En este caso que hoy nos ocupa, es el suicidio el tema central del argumento, pero cuántas parejas, pongo por caso, en estos momentos convulsos y terribles no quieren traer hijos al mundo porque el deterioro es tal, que les impide dejar criaturas a la indefensión de “este planeta podrido y abominable”, como decía León Felipe. La vida no tiene sentido si no hay unos ojos que te miren a los ojos. No tiene sentido la vida si no hay una mano que te coja de la mano. ¿Qué sentido tiene la vida si no hay palabras que llenen los silencios? ¿Qué sentido tiene la vida si no hay silencios que refuercen las palabras? La vida no tiene sentido si no hay sonrisas que absorban las lágrimas. No tiene sentido la vida si no hay lágrimas que limpien el sentimiento. ¿Qué sentido tiene la vida si no hay recuerdos que nos ayuden a sobrellevar el futuro? ¿Qué sentido tiene la vida si no creemos que el futuro será bueno? La vida no tiene sentido si no hay besos robados. No tiene sentido la vida si el sol solo calienta por fuera y no lo hace por dentro. ¿Qué sentido tiene la vida si las distancias no pueden salvarse? ¿Qué sentido tiene la vida si la soledad no puede romperse o si no podemos compartir las alegrías? La vida no tiene sentido si no somos capaces de superar los reveses de la muerte.
FICHA ARTÍSTICAEL RUIDO DE JÚPITER Dramaturgia: Elisa Arbesú Dirección: Ana Muñoz y Manuel Muñoz Elenco: Elisa Arbesú, Rodrigo Arahuetes, Verónica Almeida Producción Ejecutiva: Diego Tierra y Helena Ovalle Espacio: Teatro Lara – Sala Lola Membrives todos los miércoles de agosto
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