“Que el señor del Olimpo, Zeus, precisara convertirse en lluvia de oro para penetrar en la cámara de Dánae pone de manifiesto el escaso margen de maniobra con que cuentan los amantes empobrecidos” Bien, sea, no cuentan con grandes medios, pero sí con el fin, con la voluntad, y ello garantiza la necesidad de la literatura durante un tiempo.
Algo así parece pretender el autor, extender el gusto por la literatura mediante fórmulas breves ingeniosas, un tanto desafiantes a la vez que poniendo de manifiesto la conveniencia y la necesidad de que el deseo permanezca intacto en los amantes, de que la curiosidad a la que invita Platón no decaiga. Nos va mucho en ello. Y el acudir a la cita de los clásicos es una intención perfectamente válida, acuñada por el tiempo.
Al amparo de la erudición, así, disfrutamos de nuevas interpretaciones de la historia, una fórmula muy oportuno para poner a prueba nuestras mejores facultades: el conocimiento, la interpretación irónica de los acontecimientos. Armas muy apropiadas para sobrevivir en el mundo tan romo que hoy acucia el pensamiento. Si lo que pretendemos es desarrollar la capacidad de análisis, consideremos, por ejemplo, que “El abandono de la torre de Babel no obedeció a ninguna confusión de lenguas, sino sólo a la relajación de sus gobernantes, que con el paso de los años se olvidaron del verdadero motivo que justificaba el alzamiento de un edificio tan elevado: guarecer a su pueblo de un segundo diluvio universal”.
Dotados como vamos, aparentemente, de reflexión, ¿por qué no atender a estas sensatas y oportunas consideraciones que nos propone el autor acerca de algunos acontecimientos de la historia para valernos de ellas como medio de supervivencia, a sabiendas de la enmarañada realidad en que nos mete cada día la política (¿de empresa?)
Ánimo lector, el esfuerzo es satisfactorio, seguro. Vale la pena.
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