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Emil Cioran: "En las cumbres de la desesperación"

Hermida eds., Madrid, 2020
Por Ricardo Martínez
jueves 21 de enero de 2021, 22:00h
En las cumbres de la desesperación
En las cumbres de la desesperación

Esta obra primeriza de Cioran es un buen preludio de la obra de un autor que tanta repercusión había de alcanzar en las generaciones posteriores de jóvenes, impulsada, mucho me temo, por la sed reivindicativa que distinguió el comportamiento social en todo el mundo en torno a los años sesenta del pasado siglo: libertad para exigir, riesgo en las propuestas, osadía en las formulaciones más o menos espiritualizadas o lindando una cierta moral.

Analizada ahora, en perspectiva, diríamos que delata un cierto tono de anatemas de adolescente. Y entiéndase esto en el sentido de que, como tales formulaciones ético-morales parecen sostenerse sobre bases un tanto enfebrecidas; eso justificaría después, junto a sus obras posteriores si bien de una línea de pensamiento similar, el consumo preferente de una adolescencia ansiosa de libertades (Al tiempo de su vigencia filosófica en los mentes juveniles, en España, uno de sus admiradores predilectos, Fernando Savater, nos entregaba aquél título tan desafiante: Panfleto contra el todo).

Ahora bien, ahí radica si acaso la oportunidad de este libro a día de hoy toda vez que permite comparar sus planteamientos con lo que luego había de resultar como realidad real, como paradigma de su actitud social. Hubo de ir desvistiéndose de una radicalidad teórica implícita (de la que nunca se alejó del todo, es cierto) por unos planteamientos -incluso en la propia actitud- y un comportamiento social que le ayudarían a adaptarse mejor a los nuevos tiempos, más calmos y de un contenido reflexivo más pausado (Asóciese, sin más, este libro con uno de los últimos en esta misma editorial: ‘Por nada del mundo’).

Los temas sobre los que incidía en sus inicios reflexivos venían bien fundamentados para mostrar una postura propia en aquellos años esencialmente trágicos en que nació, y es que las secuelas de una guerra –y la amenaza latente de otra próxima- no dejaban lugar al optimismo a una mente tan inquisitiva como reivindicativa de libertad, de identidad social; a la presencia de los desheredados. Leamos: “Me pregunto, ¿por qué sufren sólo algunos? ¿Hay alguna razón en esta selección que del rango de la normalidad aparta una categoría de elegidos para arrojarlos a los suplicios más terribles? Ciertas religiones suponen que mediante el sufrimiento la divinidad nos prueba o que mediante él se expía el mal o la ausencia de fe (…) El fenómeno del sufrimiento no se justifica por ningún criterio. Es absolutamente imposible fundar el sufrimiento sobre una jerarquía de valores. Por lo demás, queda por ver si una tal jerarquía es posible”.

Y este pensar se prolonga aún más adelante en una lucha interna, espiritual, que llama, inflamada, a una revolución del espíritu “Quisiera estallar en una explosión radical con todo lo que hay en mí, con toda la energía y contenidos, fluir, descomponerme (…) Realizarme en la destrucción, crecer con el brío más demencial hasta más allá de los límites y que mi muerte fuera mi triunfo” Lo cierto es que hoy, incluso como soflama, podría decirse que resulta un tanto exagerada, abrupta. Ahora bien, corrían negros tiempos de esperanza, y él tenía el lenguaje y el discurso bien adaptados y firme, al parecer, su convicción.

Y en este punto plantearía una sospecha que alude a nuestra realidad actual ( es sólo una sospecha), y es ella si la obra de muchos autores –sobre todo aquellos que aludieron en su día a la trascendencia- no quedará después muy mediatizada en su juicio posterior por la presencia, por la opinión e influencia de Internet -esa no manifiesta globalidad un tanto inane que arrastra como pura práctica virtual. El efecto edulcorante de este producto es una merma en el pensamiento. Y no estoy nada seguro que Cioran, en su obra, sea uno de los beneficiados; no tanto por él mismo sino, sobre todo, por sus volubles seguidores. Nietzsche, sin embargo, creo que habrá de ser necesariamente más duradero. Es más vivo, tiene más luz; tiene más raíz.

La obra de Cioran, sin embargo, parece también ajustada a la actualidad, como observador y en su pervivencia allí donde dice: “Describir el entusiasmo es señalar una forma de amor de todo punto particular, es individualizar un modo de abandonarse el hombre al mundo” Y resulta avanzada como premonición: “La interiorización conduce a la ruina, pues mediante ella el mundo ha entrado en ti de algún modo y te oprime más allá de cualquier resistencia” Y concluye, acaso como desesperanza dentro de su ideario interior, tan exigente: “¿Puede ya extrañarnos por ende que algunos se sirvan del deporte, la vulgaridad, el arte y la sexualidad al solo fin de olvidar?” He aquí ya, presente, el mal obnuvilante que se le atribuye a la posible herencia de la virtual-reseca globalización.

Al fin, quedémonos si acaso, como definición, con su propia propuesta personal, expresa en uno de sus deslumbrantes aforismos, los que luego cultivaría con tanto éxito, si bien presumiblemente pasajero: “Yo no tengo ideas, sino obsesiones. Ideas puede tener cualquiera. Nadie ha zozobrado a causa de ellas”.

En el destino estará la verdad.

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