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"La casa está en orden", de Paula Winkler

Apeirón Ediciones, Madrid. 2025. 82 páginas
domingo 08 de junio de 2025, 12:11h
La casa está en orden
La casa está en orden

Que la escritora argentina Paula Winkler es, sobre todo, narradora de distancias cortas, por encima de su indudable calidad como ensayista o como reputada jurista y semióloga e incluso novelista, lo demuestra esta magnífica colección de relatos, "La casa está en orden", que se presentó hace unos días en la librería madrileña Crazy Mary; en la que, hace poco más de un año, presentó, también, su última novela, "Sabias, santas, rebeldes".

Lo primero que hay que decir de los cuentos reunidos bajo el muy significativo título de La casa está en orden es que están primorosamente escritos, inmersos en una corriente de relatos cortos reconociblemente cortazariana; lo segundo es que Paula Winkler domina estilos, registros y géneros muy diferentes, pero no por inútil exhibición técnica, sino por la necesidad de adaptar el tono y el enfoque de cada historia a la intrínseca naturaleza de las mismas, como sucede, por ejemplo, con esa exhibición del registro oral isleño en el relato titulado “En el Delta”, donde un isleño iletrado, tras unas inundaciones, toma conciencia del oportunismo de los políticos, en medio de ese caos transversal que a todos afecta…

«Mire que en esta parte estamo´ aislao´, pero no sé cómo entran de pronto por la puerta uno´gordo´ con bandera´ y cartele´, hijo e´ puta, político´sucio´. Se creerán que somo´tonto´, falta que pasen la gorra. Y dentre todo´, el más lungo quiere que no´ afiliemo´, y lo ´sacamos a patada´».

Si bien, en todas las historias reunidas en este libro, el elemento detonante de los conflictos viene, por una parte, del agobio ansioso y fracturado de los personajes y, por otra, de la pesada hostilidad de los espacios en los que sus acciones se desarrollan; en general, de un mundo desolado y sin esperanza; los temas centrales son, aparte el general pesimismo y descreimiento que sobrevuela por casi todas las historias (también de la política y de la ciencia), la fragilidad de los sujetos ante un mundo hostil y decepcionante, la realidad sentida como agresión para la mujer, sea cual sea su estatus social o cultural (por ejemplo, en los titulados “El deber-ser urbano de una mujer cualquiera” y “feminismo diferido”), la consideración de que la única alternativa es la huida a los mundos interiores, bien para el disfrute de la belleza, bien para el ejercicio libre y consolador de la imaginación, aunque esa tentación suele esconder siempre una cierta trampa dañina, especialmente en la edad de la inocencia infantil.

Casi en ninguno de estos relatos parece quedar resquicio para, al menos, una cierta ilusión de equilibrio y de orden gozoso, salvo, quizás, en “Desiertos de hielo”, que cierra simbólicamente la serie y en el que se percibe un cambio de tono, más amable, tierno y esperanzador: no por casualidad, este último relato, pertenece al género de la literatura fantástica propia de los cuentos infantiles, como si este tono amable y relajado solo pudiera, hoy, darse de un modo poético y fantástico, al margen de lo que ‘acontece’ en lo real.

De un modo distinto, pero semejante, una cierta oportunidad para la reconciliación se encontraría escondida y refugiada en el mundo acuático: ámbito de equilibrio y lucidez, como sucede en el relato titulado “La naturaleza no es ninguna ronda”, que refiere la historia de un grupo de científicos que trabaja, desde hace unos años, en fórmulas para traducir lenguajes del mundo animal acuático y descubren que

«Las especies acuáticas hacen algo parecido para (sobre)vivir… Pudimos concluir, así, que prima la significación construida por sobre el instinto y que no hay “progreso”: nadan, se reproducen o duermen en comunidad, participan y entienden la configuración de las formas en relación con su medio. En definitiva, nos dimos cuenta de que existe una suerte de preconciencia articulada a la naturaleza.»

En fin, en estos relatos, nada es lo que parece, el propio título resulta de una alusión irónica y muy intencionada a una afirmación del expresidente argentino Raúl Alfonsín, dicha con la intención de tranquilizar a los argentinos de entonces, pero que a nadie tranquilizó.

No es casual que “Las hermanas sean unidas” sea el primero de todos los relatos reunidos, aquí; y que el personaje de la hermana desde la que vemos y, finalmente, intuimos la realidad narrada, trate de justificarse de esta manera… «Mi refugio es mi casa. Me aburre la mayoría de la gente y prefiero disfrutar de objetos bellos».

El problema radica en que la belleza, el orden y la rutina no nos salva del caos, pues el mal no solo está afuera, también está adentro, un mal, a menudo, más terrible, como se muestra de modo sutilmente magistral en los relatos titulados “Margarina saludable”, “Al que madruga, Dios lo ayuda”, “Cordero de Dios” o “Crimen perfecto”, este último, el relato más extenso.

Finalmente, tampoco es casualidad que el cuento “Deber de amistad” sea la summa perfecta de este mirar desolado de Paula Winkler, desde una clase media moribunda, la suya, en un mundo moribundo, el nuestro…

«¿Adónde va a parar el mundo con tanto desgraciado: no aprendieron después de exterminios, malaria, guerras y estafas, y se les viene encima el clima pero se lo pasan asistiendo a congresos internacionales para hacer como que hacen cuando no hacen nada? …/… Mejor, mira fotografías de época, de esas cuando el mundo era un poco más amable».

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