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"Historia mínima de Estados Unidos", de Erika Pani

Por Álvaro Alcázar
martes 17 de abril de 2018, 01:00h
Historia mínima de Estados Unidos
Historia mínima de Estados Unidos

Hablar de Estados Unidos siempre resulta atractivo aunque en ocasiones los comentarios puedan no estar excesivamente fundamentados o recurrir más tópicos que a hechos reales. La obra de Erika Pani demuestra conocimiento de su objeto de estudio, lo que le permite efectuar una narración dinámica, vertiginosa las más de las veces.

En efecto, la autora se propone una meta ambiciosa, como refleja en el título del libro. Por ello, a lo largo de su trabajo da cabida numerosos elementos políticos, económicos, geopolíticos y sociales que forman un todo homogéneo. Asimismo, subraya algunos rasgos genéricos perceptibles en Estados Unidos desde su nacimiento, como por ejemplo su diversidad (racial, religiosa, étnica…) o la tendencia al individualismo de sus ciudadanos.

Erika Pani acude a los orígenes mismos, esto es, a la llegada de los puritanos ingleses a esas tierras que más tarde, tras una revolución previa (que no generó tantos traumas como la patrocinada por Robespierre, subraya la autora) rompió institucionalmente con la metrópoli (Inglaterra), para irrumpir como una nueva nación en el mapa mundial.

A partir de ese momento, desde Estados Unidos se van a difundir una serie de ideas políticas, en cierta manera novedosa. En primer lugar, se descartó toda vinculación del Estado con una dinastía o con un mandato religioso. En segundo lugar, el rol del gobernado adquiría naturaleza propia y distintiva, de tal modo que dejaba de ser súbdito para convertirse en depositario de la soberanía.

Sin embargo, como indica Pani, estos notables avances fueron ligados a ciertos déficits, algunos de los cuales se mantuvieron durante un tiempo, como por ejemplo la pervivencia de la esclavitud o vincular el derecho a voto con la propiedad. Sobre esta última cuestión: “sólo eran lo suficientemente responsables para votar, se argüía, los dueños de bienes raíces, cuyas tierras los arraigaban a la comunidad y los comprometían con el orden, el bienestar de la comunidad y la defensa de la propiedad” (p.72).

En paralelo a la consolidación del entramado institucional interno también aparecieron, aún con limitaciones en cuanto a su alcance, las primeras señales de una política exterior propia. Al respecto, como expone la autora, en el siglo XIX surgieron la doctrina del Destino Manifiesto o la Doctrina Monroe (“América para los Americanos”) con vocación de perpetuidad.

El siglo XIX, asimismo, asistió al crecimiento económico de Estados Unidos como consecuencia de un ingente desarrollo de las infraestructuras y de los transportes. De la misma manera, las crisis recurrentes del capitalismo también tuvieron cabida en la recién creada nación, si bien mostrando capacidad para solventarlas exitosamente.

Con todo ello, el salto cualitativo de Estados Unidos tiene lugar en pleno siglo XX, en particular a partir de 1945. En efecto, su intervención en la Segunda Guerra Mundial resultó determinante para derrotar al totalitarismo. Al respecto, el entonces presidente Franklin Delano Roosevelt defendió ante el Congreso que “las tendencias expansionistas, antidemocráticas y liberticidas de las potencias del Eje Roma-Berlín-Tokyo no sólo representaban un espectáculo deplorable sino que eran un peligro para civilización” (p.205).

Por tanto, al contrario de lo que había sucedido en 1918, desde 1945 los diferentes gobiernos de la superpotencia asumieron que su país debía jugar un rol de actor principal en el escenario internacional, bien mediante relaciones bilaterales (por ejemplo, con los países de Europa Occidental), bien a través de su presencia como miembro en organizaciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o Naciones Unidas.

La influencia norteamericana en el mundo se mantiene a día de hoy, si bien en un contexto diferente al del periodo 1945-1991 (“Guerra Fría”). También, como la autora refleja, en el interior del país persisten carencias o problemas (por ejemplo, la desigualdad que afecta a determinados grupos sociales) cuya resolución no debería posponerse.

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