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Vicente Barberá
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Vicente Barberá (Foto: Toni Lucas)

"Desde el andén", de Vicente Barberá: epilogonía de un vate enamorado

«El amor tiene una necesidad de absoluto».
Juan Villoro
Por José Antonio Olmedo López-Amor
lunes 24 de octubre de 2022, 00:00h

La palabra `epilogonía´, formada por la unión de los vocablos `epílogo´ y `cosmogonía´, es un neologismo que he creído apropiado utilizar para definir una obra que engloba el origen y la evolución del universo poético de un artista, a la vez que en sí misma, como contingencia, se ofrece un desenlace o resumen sobre una acción no concluida. Si, como veremos más adelante, el origen de este río lírico fue el amor, ese desenlace no concluido no es otra cosa que un mensaje de amor como corolario, amor por la vida, por los amigos, por la pareja, amor a Dios y a la familia, amor por el conocimiento, la alegría, la naturaleza y, cómo no, a la poesía. Porque el amor atraviesa la poesía y la persona de Vicente Barberá. El escritor y naturalista Plinio el Viejo nos dijo: «La verdadera gloria consiste en hacer lo que merece escribirse y en escribir lo que merece leerse». Decir y hacer son verbos que convergen en un poeta íntegro, una persona vital y, si encontramos dolor en esta travesía, es porque es amor.

Desde el andén
Desde el andén

Ese mensaje culminante, tal desembocadura enfrenta un paisaje desértico e inhóspito, el páramo de la edad tardía que invita a reflexión y recapitulación. Cuando se tiene más pasado que futuro observamos la ficción con otros ojos, los sentidos de las cosas se reconfiguran, como también, nuestra noción del tiempo, y nos encontramos lo más cerca posible de nuestra plenitud. Y es que publicar un compendio lírico como este en ciertos pasajes de la vida es mucho más importante y trascendente de lo que pueda parecer.

Vicente Barberá (Castellón, 1937) es un poeta con mucho oficio. Su poesía, trabajada y de formatos y prosodia principalmente clásicos, transparenta una densa vida de viajes y experiencias, pero con toda su riqueza, devela tan solo una pequeña parte de lo que en verdad atesora. Tras dedicar su vida a la docencia, siendo inspector de Educación, pedagogo y autor de varias decenas de libros sobre evaluación pedagógica, Barberá despertó como poeta tardío —según Pedro J. de la Peña en su prólogo a Después del amor—, en el año 2014, con la publicación de De amor y sombras. Esto explica el porqué de su —cada vez menos exigua— bibliografía como poeta.

A pesar de ello, o gracias a ello, la poética de Barberá eclosionó y se desarrolló de manera vertiginosa durante estos últimos años (2014-21), con un promedio de publicación de libro por año (siete libros de poesía), aunque desde 2010 ha participado, además, en antologías, entre ellas, las que ha ido publicando junto a los miembros de El limonero de Homero[1]. Y no solo eso, ha publicado también novela, cultivado aforismos y poesía japonesa, ha impartido talleres sobre la felicidad y puede afirmar con orgullo que es el creador y presentador del ciclo Poetas en el Ateneo[2], un foro por el que han pasado algunos de los más importantes poetas del país, y con el cual ha conseguido hacer historia en la Comunidad Valenciana.

Desde el andén es una antología parcial sobre la poesía global de Vicente Barberá, un proyecto en el que algunos amigos del autor se han encargado de seleccionar los poemas. De esta manera, queda garantizada la objetividad en la selección de los textos, pues han sido los propios lectores los responsables de su contenido. En un postfacio que se encuentra tras los poemas, podemos comprobar en qué proporción participan cada uno de los libros en esta antología, así como podemos dimensionar qué tan grande es la bibliografía que queda fuera: datos interesantes, pues, quien quede deslumbrado por la poesía de Barberá, podrá ir en busca de ese sesenta y cinco por ciento (aproximado) de corpus que no ha sido antologado. Este tipo de datos referentes al proceso de formación del libro no acostumbran a ser integrados en obras de esta naturaleza, su inclusión da buena cuenta del compromiso y la diafanidad que Barberá se exige para con sus lectores.

Ya en el primer poema de De amor y sombras (2014), que encontramos en esta selección parcial de su poesía completa, aparece un impecable soneto blanco que nos habla de la vida y de la muerte, ítems perennes, y también, del azar, la noche, el tiempo, la memoria y el olvido. Toda una preceptiva argumental y formal que funciona como catafórica propedéutica del conjunto. Y es que si el soneto y sus versos endecasílabos son el molde preferido del poeta, el abanico temático de Barberá discurre entre un mosaico de preocupaciones existenciales que una vez sometidas al filtro del artista se convierten en un ensayo artístico y humanista.

Hasta cuatro veces aparece en “Anestesia”, el citado poema inaugural, el determinante posesivo tu, marca léxica de la deixis personal. El hablante lírico se dirige a un interlocutor elidido y el discurso poético se convierte entonces en una apelación: «Sólo al azar tu despertar se debe / si la suerte se alegra al contemplarte / y el reloj no detiene tu desahucio». Como buena poesía dialogística, el decir poético de Barberá invita al lector a sumergirse en el poema, la interpelación humaniza el texto y busca su complicidad. Este rasgo es una constante en la poesía del autor.

Pero sigamos avanzando. En el poema titulado “Autobús”, Barberá imbrica la descripción de un vehículo público de fabricación industrial —icono de la modernidad— y el aparente desencanto de sus ocupantes, con un formato de soneto clásico de rima consonante (ABBA/ABBA/CDE/CDE). A través de este contraste el poeta nos revela que la vida en la urbe es un trance tedioso en el que nunca ocurre algo relevante. Hay pues una reivindicación velada de la vida natural y sencilla, una apología del tópico literario «alabanza de aldea», el cual, en los Siglos de Oro, por ejemplo, iba acompañado —por defecto— por un sentimiento de menosprecio de corte.

En este sentido, el poema que lleva por título “En el pozo de la rambla” contribuye todavía más a refrendar dicha apología. Por una parte, Barberá nos lleva a ese paisaje idílico de la infancia en el que alrededor de la rambla (epicentro de la felicidad antigua) despertaba la vida; y por otra, conocemos a través de una cita a uno de los referentes del autor: Rafael Alberti. No en vano, este poema se estructura —en cuatro movimientos— por cuatro cantares de arte menor, divididos en estrofas de cuatro versos octosílabos con rima asonante en los versos pares (romance): «Del pozo vienes, del pozo, / con ese cántaro lleno, / del pozo de sacar agua / con las penitas por dentro». Evidencian estos versos un cariz musical, de copla, en cuyas resonancias no podemos dejar de percibir dejes lorquianos.

Mayorazgos de su patrimonio lírico, asistimos a un despliegue de recursos técnicos que develan la enorme riqueza del estilema barberano. “Hodie mecum eris in paradiso” es un ejemplo de poesía religiosa en el que el poeta emplea las mayúsculas para exaltar su devoción ante toda referencia a la divinidad: «por tenerte a Ti, con fe porfía». Con fervor salmódico, el poeta canta acerca del culmen de todo creyente en la fe católica: la vida eterna.

Como marcado por una infancia vivida en los tristes años de la Posguerra española, el poeta construye con “Hoy vago con pie incierto” un particular homenaje a su abuela (personaje que aparecerá en más ocasiones), pero, también, al primer beso, a las primeras lecturas conscientes, a los primeros juegos y la extinta felicidad que producen en los infantes; aunque no sin el recelo provocado por un reciente pasado bélico que palpita en su memoria como una vetusta latencia: «el sosiego calmaba nuestros ojos, / la inquietud de la guerra terminada».

Los poemas se convierten en vívidas crónicas o reconstrucciones de un pasado deformado por el tiempo, pero, también, en ficciones, pulsiones que erupcionan sin saber por qué. Y es que la poesía no es ajena al atavismo que encarnamos como seres humanos, ni al dolor que nos transforma: esa fuerza ulterior que nos obliga a expresar lo nunca dicho. Un paratexto de Juan José Vélez desdibuja a la perfección el posible paisaje que enfrenta el poeta en su melancolía: «El terrible momento en que a un hombre le queda solamente el pasado». En esta tesitura, es comprensible cierto pesimismo, la necesidad retrospectiva y toda su nostalgia: «Inciertos el esfuerzo y la alegría / en noches de tormenta y de inquietud / si no encuentras cobijo en el silencio». Un carrusel de imágenes y sensaciones desfila ante nuestros ojos provocándonos estupor, inoculándonos la advertencia de nuestra futura condición de espectros.

Encontrarnos en ese punto del camino en el que advertimos que los actores poemáticos son, casi todos, fantasmas, nos autoriza para convertir el dolor en arte; el grito, en cántico; el estremecimiento, en flagelo. El silencio del ejercicio memorístico transparenta la soledad de fondo. Dicha soledad es otro de los factores activos de la paulatina erosión, otro correlato del temido y acechante vacío. Ese destierro involuntario es desamparo, clausura del tiempo, incomunicación. Por ese motivo, la poesía necesita alzar el vuelo y herir en su acrobacia a los lectores, como en el poema titulado “La herida de una madre”: «En un sillón / a mi derecha, ensimismada, ella, / / mi madre, sin mirar a ningún lado. / Tal vez buscando algún recuerdo para / entender el presente que no encuentra». La soledad de la madre, el silencio de la madre, es la misma soledad en la que el poeta se encuentra en el momento de su enunciación, es el mismo silencio. Estremecedor y lúcido a partes iguales.

Soledad como conclusión o efecto, última estación, andén desde el que, como bien ilustra la imagen de cubierta, observamos cómo se aleja la vida. Ese estado de aislamiento, de alejamiento de la alteridad, tan detestado cuando es impuesto, como valorado cuando es voluntario, no lo es tanto de la evocación, de la autoprospección, de ese tiempo necesario para el balance e inventario de interiores al que en algún momento nos obliga el itinerario vital. En alguna entrevista escuché a Vicente Barberá explicar que aquello que motivó que comenzara a escribir poesía; es decir, la génesis de su poética, fue ver a su madre sufrir. La poesía, entonces, era una corona votiva, un arma que empuñar para ganar, motivar o regalar la felicidad. ¡Cuántas cosas nos podría decir al respecto nuestro querido poeta! Felicidad como alimento, una ofrenda de amor analgésica y paliativa como pocas.

Ante tanto desasosiego y decadencia, el presente es un lugar hostil y la infancia se revela como un paraíso perdido, ya por siempre irrecuperable. Una infancia a la que el hablante lírico regresará continuamente para buscar refugio. Nada hay más incierto y ficticio como el futuro, y el presente, no existe, un segundo después ya es pasado; por lo tanto, la tierra del pasado es ese presente actualizado, el natural páramo para una voz poética que se expresa —en carta abierta— desde la cima de su vida. Al igual que la luz en su increíble viaje por el espacio, la poesía de Vicente Barberá se rehace a partir de un fulgor que ya fue pero aún reverbera en su memoria.

«La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes» (Schopenhauer). Vicente Barberá es un espíritu excelente y su suerte (ahora solitaria) se convierte en la suerte de todos, pues su afán comunicativo exige a su poesía transparencia. En más de una ocasión ha manifestado que le gustaría que su poesía llegue a todo el mundo, es por ello que, a pesar de su vasta formación, su léxico es preciso y no muy rebuscado, interpela al lector de manera constante y encuentra en lo cotidiano una correlación con el mundo interior que universaliza sus pensamientos, recuerdos o ficciones.

Todo andén —lugar de quietud— es un enclave neurálgico, punto de fuga para la partida o la llegada de esas líneas cinéticas del movimiento, que es la vida. Reflexionar desde ahí convierte al mundo en un diorama, un juego de transparencias, en una holografía en la que se confunden el bien y el mal, la belleza y lo grotesco, realidad y fantasía. ¿Estamos ante el velado ensayo de una despedida, con todas sus resonancias brineanas? El camino transitado como poeta por Vicente, se muestra ahora, al volver la vista atrás y al apreciar en su plenitud la secuencia de movimientos, como una suerte de adiós y celebración.

La soledad y el silencio incitan a la contemplación, a vaciarse de uno mismo y a dejarse imbuir del mundo después. Los haikus de Vicente Barberá correspondientes a su libro Flor en el agua (2018) se basan más en una contemplación descriptiva que en la sensorialidad del olor, el sonido o el tacto. Su mirada recorre el paisaje natural en busca de esa pequeña belleza que no solo encierra en sí misma el funcionamiento y orden del mundo, sino también representa el equilibrio entre fuerzas antagónicas que permite y en el que sucede la vida.

Como ejemplo, el haiku donde la quietud de la chicharra contrasta con el movimiento de las hojas mientras conviven en un mismo árbol: «Chicharra inmóvil / en el tronco del árbol. / Las hojas tiemblan». Este mismo poema cumple también ese grado de indeterminación que se exige al haiku verdadero, pues no sabemos por qué tiemblan las hojas; el poeta deja la causa del temblor de las hojas en una elipsis, recurso que utilizará en otros poemas. A su vez, es un buen ejemplo de la antítesis implícita (inmovilidad, movimiento), como sesgo del alma taoísta que debe tener todo buen haiku.

Otro ejemplo de esto se encuentra en el haiku donde inferimos que el motivo por el que las hojas se doblan es la nieve «Nieve de otoño. / Dobladas por el peso / caen las hojas», poema en el que a su vez salen representados antitéticamente el cielo (nieve) y la tierra (hojas que caen) como polos de un microuniverso, además de señalarnos con la palabra `otoño´ una referencia estacional, el factor kigo.

En ocasiones, la escena descrita en estas acuarelas de aura japonesa es tan sugerente que al terminar el poema nos quedamos pensando en lo descrito, pero también en lo que podría suceder después, como en los poemas «Canta un jilguero / en la espiga del trigo. / El gato acecha», «Se va el verano. / La rambla se desborda / por todo el valle». Por lo general, los poemas suelen ser muy gráficos, algunos de atractivo efecto cromático: «En el estanque, / cardumen de colores. / Vuela un zorzal». Teniendo en cuenta el valor fundacional de este libro con referencia a la relación entre su autor y la poesía japonesa, el balance es esperanzador y positivo.

“Los límites del cielo” es el título de la segunda parte de esta Flor en el agua, dedicada al senryu. Este tipo de poesía, a pesar de conservar la métrica imparisílaba de la anterior, permite verter en ella pensamientos, temas variados, como el amor o relaciones sociales, incluso añadiendo ironía y humor, entre otras cosas. Aquí, la torrencial voz de Barberá parece resolverse hábilmente, pues crea hermosas metáforas ya liberado de las ataduras del haiku: «El cenicero / contiene las cenizas / de mi pasado».

El yo lírico aparece y adquiere suma importancia, se alternan en él sus observaciones «Hogar vacío. / Aunque no haya comida / lo tengo todo» con pensamientos «Como el amor, / la vida se alimenta / de sol y sombras» e incluso con apelaciones a un apóstrofe amado: «Ven. Sentirás / que el mar por la mañana / brilla y murmura».

Pero sobre todo, los poemas en esta parte del libro y de aquí en adelante, nos descubren a un poeta romántico que encuentra en el amor la viga maestra sobre la que construir su reino verbal: «Siento el perfume / de claveles y rosas: / es tu recuerdo». Este romanticismo estará totalmente justificado en “En brazos de su amante”, el siguiente bloque del libro, dedicado a los tankas, una composición poética milenaria en Japón que fue concebida como medio de comunicación de los amantes furtivos, quienes después del nocturno encuentro amoroso se enviaban abanicos o ramos de flores a través de mensajeros e incluían en ellos pequeños poemas en los que hablaban de su encuentro, pero de manera encriptada, para que —aun a pesar de que su mensaje pudiera ser interceptado por un tercero— solo ellos lo pudieran comprender. Estos poemas conservan la métrica del senryu anterior en sus tres primeros versos, pero añaden dos versos más, una culminación o cierre de heptasílabos.

Como singularidad sintáctica, el tanka incluye la posibilidad de vincular la idea y elementos de los dos primeros versos con la idea y elementos —aparentemente diferentes— de los dos últimos, a través del tercero, punto de inflexión y eje clave para relacionar los argumentos expuestos en ambas partes.

Así pues, como ejemplo del tercer verso con función de pivote encontramos el poema en el que la chicharra aparece en ese proverbial núcleo ofreciendo la clave para interpretarlo todo: «No cesa el canto / estridente y monótono / de la chicharra, / mientras, alguien reposa / en brazos de su amante». La adición de los dos últimos versos permite al poeta ampliar su abanico creativo y rematar de alguna forma la idea sugerida en los primeros: «Rambla perdida / en montes del Maestrazgo / —romero y ruda—. / En tus rocas plateadas / retienes mis recuerdos».

Flor en el agua se inaugura y clausura con sendos sonetos, formato clásico donde el poeta se siente en su hábitat natural y donde su pericia como funambulista del lenguaje alcanza cotas de virtuosismo: «Voluble como viento enardecido, / agraz cuando lo esperas y no llega, / terrible cuando hiere el corazón, / feroz como la boca del tormento».

Ensayo para un concierto y otros sonetos (2016) es el libro con mayor presencia en esta compilación, un trabajo en el que su autor invirtió hasta ocho años de vida. Cien sonetos conformaron el libro original, donde la temática amorosa sobrevuela el escenario cotidiano en el que se problematiza y representa la certidumbre de la muerte. La música es una fuente referencial y un pretexto nominativo para traslucir la armónica base de los poemas. El afinado rasgo fonético de las composiciones, la pulcritud formal de Vicente Barberá devela el perfeccionismo. La acotación del soneto, la extensión de sus cuatro estrofas de cuartetos y tercetos, parece propicia para exponer, desarrollar y culminar una idea.

Después de amor (2018) nos propone un baño de realidad, tras el paso del amor en nuestras vidas ¿qué nos queda? La certidumbre de que confundíamos valor y precio, pues las cosas, por sí mismas, no tienen ninguna valencia, y tampoco adquieren el valor que les otorgamos sin más, sino que son las personas y nuestro vínculo emocional con ellas, aquello que vuelve a algo inerte y pueril en algo importante, quizás insustituible, y capaz de evocarnos emociones de antaño: «Unas fotos encima de la cómoda, / enigma de impresencia, / y la cama vacía / que parece mirarme consternada / dejando un abandono / intenso de ternura».

Este dintel, estas palabras liminares no deben desvelar más de la cuenta. Por tanto, concluiré esta invitación a la lectura proponiendo algunas reflexiones sobre el amor, motor vital y literario para Vicente Barberá, razón de vida y escritura. Porque todo amor es un sentimiento que todos —alguna vez— experimentamos, pero pocos acertamos al definir, al tratar de dibujarlo con unas pocas palabras, debido a su gran trascendencia y complejidad. El concepto de amor que manejamos es una vaga reducción, poco más que un consuelo. El verdadero amor se nos escapa. Vicente Barberá dimensiona de una forma muy singular su noción de amor. Podemos estar de acuerdo en que nos impulsa, nos otorga fuerzas que no sabíamos que teníamos, nos alimenta y da felicidad, pero, en ocasiones, también conlleva sufrimiento, tristeza y dolor; sobre todo, cuando no es correspondido o cuando es mal entendido. No olvidemos que querer olvidar a alguien no es más que una forma de recordarlo. Los poemas consiguen transmitir esa vorágine interior de alguien que ama. El amor es de naturaleza bicéfala, ambiguo e inabarcable, tan poderoso como misterioso, y cuando nos elige es casi inevitable que nos rindamos ante sus efectos.

Todo esto lo conoce muy bien Barberá, a quien muchos años de vida le han curtido y facultado para verbalizar, o debería decir versificar su pensamiento. En nombre del amor el poeta ha erigido de forma heroica esta obra poética, libro angular que constituye una privilegiada puerta que nos conduce a la oscuridad más íntima del ser humano, pero también a la celebración de sus recordadas luces. La aventura del amor no escapa a errores ni obstáculos, tiempos muertos o confusiones, en ella, nosotros somos los protagonistas, lectores de un amor que se nos da, o escritura, inspiración como formas de un amor incontenible y expansivo.

Amar es leer (ser el motivo de la escritura del otro) y ser la inspiración de los demás, experiencias reversibles de las que depende la humanidad, pero también resultan complejas y arriesgadas. Abrir nuestro corazón y entregarlo nos vuelve vulnerables en manos de la persona equivocada. Cuando regalamos nuestro tiempo estamos ofreciendo lo más valioso que tenemos, el amor nunca es extemporáneo, solo mal recibido o comprendido. Siempre nos quedará el consuelo de que la bondad y la autenticidad, en sus formas más amplias y profundas, nos redimirán y conectarán con la totalidad, con la experiencia divina,

Autenticidad, bondad, inspiración, redención, todo esto y mucho más encontramos en este hecho de amor que es Desde el andén, una obra llamada a perdurar por su universalidad y honestidad, como por su humana y justa exaltación de la vida, porque: «la muerte es el final de lo que amamos, / apócope de vuelos y esperanzas, / punto donde la lanza vomita contra el labio».

NOTAS

[1] Grupo literario fundado en 2007 y en activo, formado en sus inicios por Blas Muñoz, José Luis Prieto, Vicente Barberá, Antonio Mayor y el recientemente desaparecido Joaquín Riñón. La poeta valenciana Mª Teresa Espasa sustituyó a José Luis Prieto, y Pascual Casañ sustituye a Riñón en la actualidad. Una selección de poemas publicados por Barberá en las cinco antologías que ha publicado El limonero de Homero hasta la fecha, se encuentra en la parte final del libro.

[2] El 24 de enero de 2022, y tras seis años de andadura (se inauguró el 12 de noviembre de 2015), se clausuró el exitoso ciclo Poetas en el Ateneo, evento que se celebró siempre en el Ateneo Mercantil, de Valencia, y al que tuve el honor de asistir como poeta invitado. Hay que añadir, en beneficio de Vicente, que el 4 de abril de 2022 inauguró en la misma sede otro ciclo que no se restringirá a la poesía y abarcará otros ámbitos de la literatura, se trata de Tardes de Literateneo.

Puedes comprar el poemario en:

9788418759925
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