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Este espejo no devuelve la sonrisa |
Desde la aparición, en 2018, de su primer volumen de aforismos, El último refugio, el escritor y periodista Jesús Díaz Hernández (Madrid, 1954) ha visto consolidada su presencia en el panorama literario y editorial de nuestro país. Autor previamente de poemarios como Los sueños perdidos (2003), Olvidos eternos (2007), Quizá en otro mundo (2010) y En mil pedazos (2014), en 2020 vio la luz Invisible: nueva entrega poética que se mostró capaz de condensar todos los aciertos estéticos y discursivos anteriores, lo cual halló continuidad muy pronto, ya en 2022, con la publicación del volumen Nadie recuerda la última lluvia, en colaboración con el pintor Pablo Baeza. La aparición ahora de "Este espejo no devuelve la sonrisa", segunda obra aforística del autor –y que da inicio, además, a un nuevo período en todo cuanto concierne a la difusión de su trabajo-, coincide, pues, con el paulatino asentamiento de un verbo lírico donde conviven orgánicamente las reflexiones existenciales en torno a la condición humana y una hondísima preocupación social y cívica. Por si esto fuera poco, el nombre de Jesús Díaz, en los últimos años, se ha convertido también en habitual dentro del ámbito escénico independiente que viene cristalizando en las salas alternativas de Madrid.
Si El último refugio, allá por 2018, presentó 401 aforismos repartidos en diecinueve segmentos, Este espejo no devuelve la sonrisa ofrece ahora 500 aforismos cuyo espectro temático acierta a ser desplegado en una estructura en siete partes, notablemente más concisa que la anterior. “La vida de la política y la política de la vida”, “El amor, la felicidad y otras tristezas”, “Estupidez, ignorancia y otros poderes fácticos”, “El desconocido arte de ser un artista”, “El sueño de la libertad o la libertad de soñar”, “La vida, la muerte y otras melancolías” y “Desvaríos de pura lógica” son los significativos títulos de cada una de las siete secciones; títulos que deliberadamente apuntan a la paradoja como estrategia fundacional de conocimiento, habida cuenta de lo desconcertante que resulta el mundo contemporáneo y nuestra forma de vida.
En semejante orden de cosas, el autor permanece fiel a su modo de concebir la creación aforística: argumentación más que lirismo o pura pulsión poética, actitud de denuncia del desmán y el absurdo, ironía y humor a cataratas, afinación emparentada con el vértigo, general concisión rebosante de un mundo interior fuertemente comprometido con el progreso y lo mejor del ser humano. Además, puntuales y eficaces intersecciones con el género del microrrelato abren nuevas perspectivas de discurso, al tiempo que se afianza esa creciente influencia del hecho musical en la obra de un melómano de pro como lo es Jesús Díaz; influencia perceptible aquí, fundamentalmente, en cómo las diferentes temáticas del libro tejen redes armónicas secretas que contribuyen a una profunda unidad, y también a la forja de una impresión de virtual exhaustividad respecto de los conceptos y asuntos abordados.
“La vida es un espejo: si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa”: tal cita de Mahatma Gandhi, paradójicamente, sirve de pórtico a toda esta nueva obra de Jesús Díaz Hernández. Y es que, para el autor, si Este espejo no devuelve la sonrisa es porque la vida ha acabado convirtiéndose –o ha acabado convirtiéndose del todo- en una suerte de diabólico azogue capaz de helarle la sonrisa a cualquier ciudadano dotado todavía de un adarme de espíritu crítico –y también de un poquito de vergüenza y dignidad, recordando aquello de Agua, azucarillos y aguardiente, de Federico Chueca-. Así, Este espejo no devuelve la sonrisa nos recuerda, entre otras cosas –y haciéndonoslas ver como por vez primera-, que “los pueblos que han sufrido mucho pueden hacer sufrir aún más”; que hay “muchísimos pobres que poseyendo un teléfono móvil y una televisión se consideran las personas más felices del mundo”, porque la tecnología “ha terminado con la lucha de clases”; que sólo los pesimistas “pueden llegar a reír por amor”, o que el amor, a veces, “resulta un gran problema”, dado que “nos queremos demasiado a nosotros mismos”; que el nostálgico de imperios se sabe “un don nadie” en realidad; que “en el imaginario colectivo (…), la mera pronunciación de la palabra “dinero” despierta un instinto irracional que no tiene igual en ninguna otra palabra del diccionario”, y que la tierra, que “siempre nos ha hablado”, ahora “empieza a suplicarnos”, mientras ya hay gente que dice “haber visto a personas caer por los bordes del mundo”. Y en mitad de todo esto, la cuarta sección del libro, con sus valientes reflexiones sobre el arte y los artistas, añade un interesantísimo punto de novedad: el papel que juega la suerte en el reconocimiento del talento.
“Parece que no creemos en nada, pero lo queremos todo”, escribe Jesús Díaz, y también esto otro, casi al término ya de su excelente libro: “Los sueños son lo único que nos mantiene despiertos”. Sin embargo, bien sabemos de la guerra cruenta que se viene librando cada día; una guerra despiadada contra los máximos soñadores, los poetas, quienes “son aniquilados por omisión”. Al final sólo cabe abonarse, siquiera lúcidamente y con una buena dosis de ironía, a la siempre esquiva esperanza: “Un hombre solitario, desesperado, se tiró desde la ventana de su casa y cayó encima de una multitud. Le salvó el contacto con la gente”.
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