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Firma invitada

18/02/2024@19:19:00
Bien asentado en un café literario de Buenos Aires, en compañía de Borges en carne y hueso imaginario, el narrador de “Ajedrez”, el primero de los cuentos de El ojo mágico de Antonio Jurado (EDA Libros, 2023) le espeta al lector: “La lectura me parece la mejor manera de ver la vida sin intermediarios”. O sea, empecé a percatarme muy pronto de que los ojos de su autor son capaces de abarcar 360º grados, que observan como los de un águila real y que su ojo es mágico porque ve lo que no vemos los demás.

Los sajones con bastante precisión distinguen entre “History” y “Story”, que diferenciaría la historia que elaboran los historiadores con datos fidedignos y que acoge hechos y personajes verídicos, de las otras historias, albergues de ficciones y personajes inventados. Los anglos pues, no precisan de explicación alguna para distinguir historia de ficción, basta utilizar la palabra adecuadamente. Dicen por ejemplo: “Love story”[1], o “West side story”[2], y nadie duda de que lo tratado ahí sea una invención. En español sin embargo tenemos idiomáticamente la limitación de considerar historia a ambas modalidades. Decimos: “te voy a contar una historia” para referirnos a una ficción. Cuando aludimos a un hecho verdadero, hemos de reforzarlo con la explicación de que ocurrió realmente, que es un hecho histórico.

[1] Película americana de 1970, basada en el best- seller del mismo título de Erich Segal. Director Arthur Hiller. Protagonistas: Ali MacGraw y Ryan O´Neal

[2] Película musical americana de 1961, dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins. Música de Leonard Bernstein. Protagonizada por Natalie Wood y Richard Beyner

Una fotografía frontal de Juan Luis Goenaga a la manera de una figura de Giacometti, hierático y en pie, el torso desnudo, junto a su amigo invisible o su gemelo fantasma, un esqueleto en la misma postura, tal vez el antediluviano hombre de Alkiza, capta toda mi atención. A su lado, el cuerpo sumario de Juan Luis Goenaga casi parece el de Hércules Poirot. Un paso más y me atrapa un Jorge Oteiza que mira de frente muy enfadado, no sabes muy bien si a quien le ha puesto esa camisa limpia, o quizá a la selecta concurrencia que me acompaña en esta presentación privada de la última muestra de Isabel Azkarate en San Telmo.

El escritor y dramaturgo chileno radicado en Estados Unidos de América Gustavo Gac-Artigas convierte una desgarradora noticia de la actualidad en un sentido poema.

Este año se celebra el 50° aniversario de la muerte de Kate O’Brien y alguno se preguntará quién era esa buena señora. Es natural porque yo no supe de su existencia hasta que llegué a Irlanda como embajador de España. Allí tuve conocimiento de esa escritora, que fue un relevante exponente de las letras angloirlandesas en la primera mitad del siglo XX, y pude leer sus obras, muchas de ellas inspiradas en motivos españoles. Con 25 años se fue a Portugalete (Bilbao) a trabajar como institutriz en casa de los Areilza, donde fue profesora de inglés de José María, Conde de Motrico, que sería embajador de España y ministro de Asuntos Exteriores.

Fedón o de la inmortalidad del alma, como casi todos los diálogos platónicos, es un abanico de varia y abigarrada materia; acaso no incordie una sumaria enumeración: la prueba de la inmortalidad, que ya se anuncia desde el título, sustentada en un minucioso desarrollo argumentativo de Sócrates; el ejercicio de la filosofía como una severa (y ascética) preparación para la muerte; la templanza como virtud cardinal del sabio; la clara alusión a la teoría pitagórica de la metempsicosis; el camino de las almas en dirección al Hades; la hipótesis de que el conocimiento es, por sobre todas las cosas, reminiscencia (“aprender no es más que recordar”, se subraya y reitera); el célebre y último recordatorio de Sócrates: “Critón, debemos un gallo a Asclepio” (no y de ninguna manera a Esculapio, versión romana y, obviamente, posterior de Asclepio; difícilmente Sócrates y sus discípulos pudiesen adivinar, a tantas décadas vista, cuáles serían las correspondencias entre los dioses griegos y los romanos).

De sobra lo sé; ya llevo, en estas páginas, tres centenarios seguidos, con cuanto de museístico, con su ineludible tufillo a naftalina, comporta; pero en el quehacer literario conviene siempre atenerse a las normas del género —en este caso, del artículo, tan dependiente de la volandera actualidad—; de modo que, a pesar de lo mucho que hayan leído y escuchado durante estos días, porque ayer mismo se cumplieron los cien años de su muerte, no podía —ni quería, claro está— sustraerme a echar mi cuarto a espadas sobre esa figura tan determinante del s. XX: Vladímir Ilích Uliánov, Lenin.

Poema de Vicente Aleixandre (1898-1984) que permaneció por muchos años olvidado en las páginas del diario español Ahora[1] con motivo de los bombardeos contra la población civil sufridos por la ciudad de Madrid durante la Guerra Civil Española. Aleixandre, poeta de la llamada generación del 27, ocupó, desde 1950, el sillón con la letra “O” de la Real Academia Española y obtuvo el Premio Nobel de literatura en el 1997.

[1] Ahora, diario de la juventud (J.S.U.), núm. 17, lunes, 18, enero, 1937, p. 11.

FIRMA INVITADA

Por Eva Losada Casanova

Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.

Permítasenos otorgar un realce, acaso inmerecido para estos rudimentos, reproduciendo, a manera de introducción y resguardo, dos citas de incontrovertible ponderación; en La tragedia griega (Gredos, Madrid, 2011), la erudita Jacqueline de Romilly afirma: “Haber inventado la tragedia es una hermosa medalla de honor; y esa distinción pertenece a los griegos”. Por su parte, el padre dominico André-Jean Festugière, filólogo, filósofo y notable traductor, comienza su imprescindible ensayo La esencia de la tragedia griega (Ariel, Barcelona, 1986) con la siguiente aseveración: “Sólo una tragedia hay, y es la griega.”

Imaginar, que no inventar. Porque solo es posible imaginar si se ofrece un pie real a nuestras ensoñaciones; lo mismo que don Quijote, que no hace surgir sus molinos de la nada. Imaginar como un salto, no como un vuelo; una cabriola que puede llegar muy alto, pero que no desdeña su origen, la firmeza de lo real.

De seguir así, este par de paginas va a parecer una capilla de responsorios con tanto centenario, porque ya suman cuatro seguidos. En mi disculpa, argüiré que no tenía escapatoria al tratarse de La vorágine, el más formidable relato que se haya escrito en el fulgor verde de Nueva Granada, la de José Celestino Mutis y la de Alejandro von Humboldt, la de don Pedro de Ursúa y también la de aquel Bolívar, ensopado de lluvia hasta la calavera y tiritando renuncios hacia la muerte, cuando ya no era sino el escueto Longanizo y Santander le había birlado la partida de la Historia.

PLAZA DE GUIPÚZCOA

Seguro que alguna vez te has preguntado quién será el iluminati que pone nombre a las tormentas. Vale cualquier pregunta por absurda que sea. Cualquiera, excepto ¿Qué es terrorismo? dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. Eso ni se toca. Pero sigamos con rayos y truenos.

PLAZA DE GUIPÚZCOA

Dirás que siempre hablo de los mismos. Tamara, Letizia, Puigdemont o Yoli Díaz. Tienes razón. Es que no hay mucha gente que de verdad esté en el machito. Que no te coman la oreja con el Foro de Davos ¡2800 invitados! Jefes de Estado, billonarios y élites empresariales.

PLAZA DE GUIPÚZCOA

Hacer de la necesidad virtud, dijo Sánchez para justificar la Amnistía. Es como decir hacer de tripas corazón. Supongo que se refería a las tripas y no a las virtudes teologales de la doctrina católica: Fe, Esperanza y Caridad. O a las virtudes cardinales platónicas. Vete a saber. Mejor lo dejamos. Apaga y vámonos, que es como decir, aquí paz y después gloria.

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra

En el cervantismo también tenemos nuestros santos lugares, y Esquivias es uno de ellos. Lo afirmo desde el máximo respeto, consciente de que en esta villa toledana he asistido a un espectáculo tocado por los ángeles. Otras localidades hacen legítimas cábalas sobre esto y aquello, pero aquí lo que conmemoran ocurrió de verdad. Aquí se conocieron Miguel y Catalina, pues ella era esquiviense. Aquí celebraron el desposorio, el 12 de diciembre de 1584. ¿Cómo no sentir simpatía por Esquivias? No han hecho de dicha conmemoración un festejo más, sino una proclamación de felicidad colectiva y un ejemplo de lo que ha de ser tanto el buen turismo cultural como su gestión desde una institución pública. Sin un ápice de chovinismo, pero con un orgullo que les irrumpe del corazón. Felicito, pues, a la alcaldesa, Almudena González. Pero empecemos por el principio.

FIRMA INVITADA

Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"

A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.