También podría decirse del contenido que encierra el aforismo, o, en fin, cualquier alusión literaria a aquel que ha sido desasido –ahí reside la primera tragedia- de sus principios de identidad como ser humano. Este libro tan consciente como solidario comprende distintos alegatos a favor del hombre, pero sobre todo de su libertad:
Dije: Ya queda poco
Dijo: Ya queda poco
Y dijimos, juntos y por separado, soñadoramente:
Caminaré ligero, mis pasos en el viento,
arco que cosquillea la tierra del violín.
Escucharé mi pulso en la grava
y en las arterias del lugar
Y cuando recurre al aforismo como medio espresivo, volvemos a encontrarnos con un discurso triste más esperanzado, trágicamente real pero al tiempo optimista por la posibilidad que se intuye de que haya un horizonte nuevo y mejor.
Antes, no obstante, es necesario asumir la propia realidad que acosa al desvinculado:
¡Oh, presente! Toléranos. No somos más que transeúntes incómodos
Y una vez asumida la condición de esa soledad que parece privarle de todas sus voluntades, de todos de sus dones, los cantos, a modo de invocaciones, se suceden:
Camino ligero para que no se quiebre mi alegría. Camino pesadamente para no echar a volar. Y en ambos casos la tierra se cuida de que no le endose atributos que no le corresponden
O bien,
A veces, el tiempo y la historia se alían, y a veces se pelean por sus fronteras. El sauce gigante ni se inmuta. Sigue en pie junto a la carretera
Al fin, en la indigencia de esa otredad con la que ha de convivir el que carece de comprensión, la hermandad natural se revela como un bien comprensivo, incluso con los más humildes representantes de la naturaleza:
Paradojas de la rutina: este crepúsculo que se derrama tras el cristal iluminado me ayuda a mitigarla. No he soñado mucho contigo, gorrión. Hace tiempo que un ala no sueña con la otra…
Lo cierto, ay!, es que:
Los dos estamos inquietos
Un libro como reclamo de la necesaria esperanza.