Coincidiendo con el Día Internacional de la Pobreza y echándole cuerpo al tema compareció ante los medios el ministro homónimo, Carlos Cuerpo, para anunciarnos que nuestra tasa de precariedad ha descendido 1,8 puntos desde 2018. “Lo macro pasa a lo micro”, argumentó, dándonos a entender que el crecimiento económico, además de enriquecer a la clase privilegiada también repara la brecha social.
Corría 1909 cuando Marinetti publicó su célebre Manifiesto Futurista: “El esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad”. Su paradigma, esos Bugatti que consideraba más bellos que la Victoria de Samotracia. Un siglo adelante la belleza se plasma en una aceleración del mundo comparable a los ciclones que rotan sobre nosotros a todos los niveles. El poder destructivo del Milton no es nada comparado con lo que subyace en el vigente culto al vértigo. Una distopía simultáneamente cibernética y política. Un sólo ojo del huracán: la velocidad absoluta.
No sabemos si el próximo Festival de Cine de San Sebastián tendrá oportunidad de estrenar la última versión de ‘La Odisea’, según Christopher Nolan. Pero lo cierto es que después de su ‘Oppenheimer’ la bomba de la temporada, y no sólo en las pantallas, pasa por la actualidad de ese canto de dieciséis mil versos memorizado por un poeta ciego, probablemente analfabeto, en el siglo VIII antes de nuestra era.
Desde el silencio, el lento punteo de una guitarra acústica como detenida ante un umbral, como a la espera de otra guitarra, la que ya viene, abrazada a su compás. Dos amigos se encuentran después de mucho tiempo. Se suma una voz. Parece que va a celebrar ese reencuentro, pero siembra la duda. Una duda existencial, entre lo que pudo ser y no fue. Así se abre la composición que marcaría el rock psicodélico de los ’70, la más melancólica y la más icónica, una obra maestra. Aquel ‘Wish You Were Here’ de Pink Floyd, nacido hace cincuenta años, un 12 de septiembre de 1975.
De Galicia a Tarifa, setenta mil hectáreas calcinadas en la última semana. En lo que llevamos de verano, más de trescientas mil. El triple que el año pasado. ¿La mitad que el próximo? La pregunta se sostiene en todo lo que la precede. Desde mucho antes de que se acuñara el término Cambio Climático, España ya presentaba la geografía de un secarral. La inmensa mancha árida por la que cabalgaban Don Quijote y Sancho, gobernada por el “sanchopancismo” nacional. ¿En qué se sustancia? En ese mantra entre irrisorio e irritante que preside todos los informativos: “Seguimos muy pendientes”. La tercera pregunta cabe en dos palabras: ¿De qué?
Cada fin de semana de cualquier operación salida, sea la de julio o la de agosto, un promedio de veinticinco mil vuelos sobre el espacio aéreo nacional. Es de suponer que la mayoría de los pasajeros está deseando embarcar. Ahora bien, sentémoslos en el diván: ¿cuántos preferirían quedarse en casa antes que subir a su avión?
Protocolo de Ginebra, 1977: la comunidad internacional establece la prohibición de bombardear instalaciones nucleares. Junio de 2025: EE.UU. bombardea las iraníes de Nathanz, Ispahán y Fordo, ésta última a sólo cien kilómetros de Teherán, sin que la comunidad internacional mueva una ceja, ni nadie pregunte por los efectos del polvo radiactivo expandiéndose sobre la población.
La muerte de un hijo, para sus padres, convulsiona el sentido mismo de la vida. Tanto más si se trata de un niño afectado por una enfermedad en su fase terminal. Lo cuentan dos películas inolvidables: ‘La habitación del hijo’, de Nanni Moretti, y ‘Alabama Monroe’, de Felix Van Groeningen. En esta, la música bluegrass y la felicidad de la pareja acentúa el drama que les sobreviene: la muerte de sus dos niñas, una accidental, la otra en una lenta agonía. Los padres quedan fulminados, su mundo se desploma, la espiral de dolor los aboca a un duelo que se prolongará hasta el fin de sus días.
Cuando leí la noticia de la concesión del Princesa de Asturias de Humanidades a un perfecto desconocido para mí, Byung-Chul Han, me tentó pensar que se trataba de un nuevo Jianwei Xun. Jianwei, el autor de Hipnocracia, un presunto filósofo chino formado en Berlín, bajo el que se ocultaba una inteligencia artificial. Han, un filósofo coreano formado en Múnich, autor de una serie de libros en su misma línea, pero sin chatbots por medio, luego humano. Con una paradoja que dejo para el final.
Horas antes de que se produjera el Cero energético, y al conocerse la noticia de procesamiento del hermano del presidente, el Gobierno respondía con su clarividencia habitual: “Va a quedar en nada”. ¿Por qué? Conocemos la respuesta, por más que se acumulen las pruebas de cargo: todo es ruido, bulos de la extrema derecha. Sucedió con la Pandemia, ¿lo recuerdan? : “mata más el machismo que el virus”. Sucedió con el escándalo Tito Berni, como sigue sucediendo con las declaraciones de Aldama -¿qué ha sido de él?-, o con el caso Begoña Gómez. Y, por supuesto, como sucederá con Gran Apagón.
A finales de 2023 senté a Nostradamus a la mesa de Navidad. ¿Qué vaticinaba para 2024? La muerte de un Papa y su relevo por otro “de piel sombría”. Así se publicó en esta página el primer martes de ese año. Un año de error parece bien poco a cinco siglos de distancia. ¿El próximo Habemus Papam coronará a un pontífice de piel sombría?
Con el estreno del año, el gran suceso editorial de 2025: "Hipnocracia. Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad". Lo firmaba un filósofo chino, Jianwei Xun, de quien nada se sabía. El misterio se acrecentaba con lo disruptivo de su tesis. Somos cobayas de una nueva forma de control social, la Hipnocracia: vivimos en un estado de trance permanente, manipulados, teledirigidos, hipnotizados por los medios.
De entrada, una mano que habla, y sigue hablando: la de Irulegi. La de esa placa de bronce que se exhumó cerca de Pamplona, datada en el siglo I a.C. Tres años después de su hallazgo, los investigadores ya no tienen tan claro que la famosa inscripción, “sorioneku”, sea la primera escrita en lengua vascónica y advierten parentescos con la ibérica.
De las fiestas patronales de cada territorio a las de Navidad, enseguida los desfiles procesionales de Semana Santa y todo lo que arrastran. Celtiberia Show, todo lo celebramos. Pero, en realidad, ¿qué celebramos, si en nuestro mundo todas las fiestas han perdido su sentido y no dejan de ser la misma? Un infinito Día de la Marmota donde vale cualquier pretexto para zambullirse en el Carpe Diem. Sólo cambian los disfraces, no las máscaras. Precisamente por eso el Carnaval, tal como lo vivimos hoy, sea el evento que mejor ejemplifica lo que perpetúa, naturalmente, a su pesar.
La nueva temporada primavera-verano viene definida por un filósofo con alma de periodista. Su crónica continua: las metamorfosis de la hipermodernidad. Tras ‘La era del vacío’ y ‘El imperio de la efímero’, Gilles Lipovetsky vuelve con ‘Le nouvel âge du kitsh’, un ensayo sobre la civilización del exceso.
O del Peligro Amarillo al Shock del Futuro, pasando por el Sputnik. De todo eso va esta columna, con mucha IA y otros fantasmas virtuales por medio. Pero comencemos por la Teoría del Shock. En 1970 Alvin Toffler publica ese libro -Future Shock- en el que anuncia un horizonte de pánico global ante la progresiva aceleración de las innovaciones tecnológicas. El miedo como motor de la historia viene de más atrás. Y el que remite al Peligro Amarillo se desdobla en dos tiempos.
Para San Sebastián, al compás de los tambores en su día grande, el 20 de enero, un libro y una película no menos resonantes. La película seguro que les suena: ‘La sustancia’. El libro, ‘Narciso desatado’, quizá no tanto. ¿Pero qué tienen que ver Demi Moore, la protagonista de la película, el Narciso de Matt Colquhoun y el santo patrón de Donostia? Precisamente eso: la tiranía de la belleza, tal como se cataliza en el mártir más icónico de la imaginería cristiana desde el Renacimiento en adelante.
En principio, este artículo va de números y se sustenta en tres estudios científicos compilados por ‘Newsweek’, ‘Naure’ y ‘FLSciencie’. El primero se pregunta cómo seremos los humanos, nada menos que dentro de cincuenta mil años. El segundo cuestiona el mito de la eterna juventud, en base a los avances de la biomedicina y la ingeniería genética, concluyendo que “llegar a los ciento cincuenta años dentro de este siglo parece muy improbable”. Dejo el tercero para el final por lo que tiene de correctivo en todo lo que respecta a los sueños de nuestra especie, sea por la vía arcangélica o por la galáctica.
El que suscribe todavía llevaba pantalón corto cuando vio caminar a Neil Armstrong sobre la superficie de la luna en el televisor blanco y negro de su colegio, en casa no lo teníamos -un lujo-. En aquel 1969, sin embargo, los receptores en color habían inundado EE.UU. junto con otros mil avances tecnológicos en todos los órdenes. Lo propio de ese tiempo optimista era tararear el ‘Good Morning Starshine’ de Oliver o el ‘Gliddy glub’ de Hair. Pero de pronto, un dúo de Nebraska escalaba las listas del Billboard con una balada de tono apocalíptico. Escuchabas ‘In the year 2525’ y se te helaba la sangre en las venas.
Una catedral medieval como un prodigio de alta tecnología. Esta es la idea. Una idea que se abre a un juego de binomios: forma y función, tiempo y espacio, sentido y sensibilidad. Hablamos de la catedral de Notre Dame, en París, restaurada en todo su esplendor cinco años después de que un incendio arrasara el “bosque” de su techumbre y esa aguja que se desplomó envuelta en llamas.
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Dios está de moda, enfatizaba el titular ante la expectación suscitada por el último álbum de Rosalía, ‘Lux’, en cuya cubierta la cantante muda sus hábitos. De ‘Motomami’ a ursulina. Como soporte, el fenómeno de la temporada, ‘Los domingos’. La película en la que Alauda Ruiz de Azúa cuenta la historia de una adolescente que decide ingresar en un convento frente a la oposición de su familia. Ambos vectores parecen apuntar a un repunte espiritual entre los jóvenes. Pero, ¿hasta qué punto esas dos líneas son paralelas?
En ese espacio central para la vida cultural de San Sebastián que viene abriendo la galería homónima, ‘La Central’, tocaba inauguración. Sinónimo de fiesta híbrida de artes y letras. Todas lo son. En 2024 aquella ‘Florakción’ donde los diseños de Isabel Zapardiez y las pictoesculturas de Brutus bailaron al compás de Mikel Erentxun. Elena Arzak a los postres. Hoy una dimensión desconocida del periodista y escritor David Cantero, en compañía de Elena Setién al teclado. Para dar voz a sus ‘gatopájaros’, entre las enramadas de Jon Mirande y los rizomas de Deleuze. Conjuro y sortilegio “en la tierra de los muchos ojos”.
Tiene que ser difícil llevar la vida de un ermitaño en una aldea perdida de Os Ancares, lejos del mundanal ruido, y rendir culto a los estruendosos eventos de música rave conocidos como ‘Sirats’. Autobiografía y metaficción parecen resolver tan ardua antinomia en la última película de Oliver Laxe, concebida desde el sentido original de esa palabra. En la mística islámica, como Sirat se conoce al puente que conduce del Infierno al Paraíso, “más estrecho que una hebra de cabello y más afilado que una espada”. El que habrán de cruzar las almas el Día del Juicio.
Seguían fuera de control más de cincuenta incendios del largo centenar que vienen asolando el territorio nacional, y los informativos daban cuenta de la demolición de la primera vivienda de las otras tantas que devastaron el Levante tras la Dana, de la que pronto se cumplirá un año. Diez meses de demora, y una “ayuda” de cinco mil euros para el propietario que lo había perdido todo. “¿Qué hago yo ahora con cinco mil euros? ¿Qué hago…?”, le faltaban las palabras que se volvían llanto, el de la desesperación, el de la desolación, el del más absoluto desamparo.
Si aún te quedan días en la maleta y buscas un libro para ponerte en camino, ninguno mejor que el que acaba de publicar el argentino Bruno Galindo, ‘Nadie nos llamará antepasados’. Cuenta la historia de su familia, una familia de emigrantes, trenzándola con la de un vasco excepcional, Guillermo Larregui, más conocido como el Vasco de la Carretilla a cuenta de una proeza difícil de calificar. Entre 1935 y 1949 llevó adelante cuatro viajes a pie empujando una carretilla con todas sus pertenencias -ciento ochenta kilos-, el primero desde la Patagonia a Buenos Aires, hasta anclarse frente a las cataratas de Iguazú, donde encontraría la muerte.
El Viejo León, Winston Churchill, soporta a duras penas el interminable discurso de su oponente, bosteza, cierra los ojos. El orador se indigna: “Lord Canciller, ¿es absolutamente necesario que se duerma mientras hablo?”. Churchill apenas eleva una ceja: “Al contrario, es absolutamente deliberado”. Misma situación un año después: “¡Winston, otra vez estás dormido!”. Nueva respuesta, ahora sin abrir los ojos: “Oh, my God, ojalá fuera cierto”. Sólo una anécdota más. Lady Astor increpa al lord Canciller: “Winston, si yo fuera tu mujer, te echaría veneno en el té”. Respuesta de Churchill: “Y si tú fueras mi mujer, querida Nancy, yo me lo bebería”.
"A moro muerto, gran lanzada”. Basta esta sentencia del Refranero para entender la mutación de los medios afines al Gobierno tras el estallido del informe UCO acerca de la incalificable trama de corrupción implementada dentro del PSOE. Hay que posicionarse de cara a la sucesión: los bulos de la víspera se invierten en pruebas de cargo, y las palmas en lanzas. Pero el “moro”, el presidente, no asume su defunción. Aun reducido a su esqueleto -físico y político-, resucita con una patética huida hacia adelante.
Costaría discernir que fue lo más patético en ese corral de peluches electroacústicos y horteridad urbi et orbi, que conocemos como el festival de Eurovisión. Si la performance de casquería que representó a España o el mensaje previo de RTVE, no sólo fuera de lugar, sino digno del analfabetismo coronado que acreditan sus asesores: “Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Justicia y paz para Palestina”. ¿Cómo que “frente a los derechos humanos”? Será “frente a la vulneración” de los derechos humanos, que es de lo que se trata y en lo que todos estamos de acuerdo.
A medida que Margarita los nombraba se diría que iban entrado uno tras otro en la sala, despacio, sin hacer ruido. Primero, el bisabuelo Blas, maestro armero eibarrés. Luego el abuelo Eusebio, el primero en recabar prestigio internacional, cuyas piezas, presentada en la Exposición Universal de Londres de 1851, se cotizaban por encima del millón de libras. Luego el padre, Plácido, el genio del damasquinado, que nació con él, y no en Toledo, como el acero toledano tuvo su primera veta en Mondragón. Al fin el gran Ignacio Zuloaga, pintor.
Nada de calor, nada de luz, cielos negros. El día es una tumba. Invierno, la espantosa estación”. Así la describe Víctor Hugo, en ‘Los Miserables’. Una mirada desencantada, como la de Démeter cuando crea el invierno para cubrir el mundo con un manto de tristeza mientras su hija pena en el Hades. Sin embargo, los griegos contemplaban los solsticios -el de verano y el de invierno- como dos puertas, la de los hombres y la de los dioses. Las mismas que guarda con sus dos rostros el romano Janus, el que nombra al mes de enero. El que sería cristianizado en dos Juanes igualmente solsticiales. Conocemos bien al san Juan de verano, el de las hogueras y los cantos. ¿Qué sabemos del san Juan de invierno?
Sin contar el golpe de remo con que Gabriela Mistral -no en vano de madre vasca- contuvo las licencias amatorias de Pablo Neruda durante un paseo en barca, seis premios Nobel de Literatura para un continente dicen mucho de su contenido. La “Maestra de América” lo recibió en 1945, Miguel Ángel Asturias el mismo año en que García Márquez publicaba ‘Cien años de soledad’, 1967. Tres años después, Neruda. En el ’82, García Márquez, en el ‘90, Octavio Paz. Finalmente, en 2010, Mario Vargas Llosa.
El concepto surgió de la mente de Isaac Asimov. Entendía por psicohistoria un cruce de historia, sociología, psicoanálisis y matemáticas destinado a predecir el futuro de nuestra especie. Ciencia ficción, pero abierta a una visión más amplia que la que nos sirve la historia convencional en la que se incluyen motivaciones inconscientes, pulsiones latentes y, por supuesto, manipulación de mentalidades. En base a este modelo, el protagonista de ‘Fundación’, el matemático Hari Seldon, vaticina el colapso de su imperio galáctico. Debe ser por eso que cada vez recurrimos más al Big Data y la Inteligencia Artificial para evitar el nuestro.
Conecto el televisor y me asalta un anuncio de la serie que pretende superar ‘Dune’: intrigas políticas y dilemas existenciales en un futuro galáctico, el que creó Isaac Asimov en ‘Fundación’. Abro mi correo y otra noticia paranormal: los Xenobots, una nueva especie de organismos pluricelulares diseñados por IA, capaces de reorganizarse tras su muerte aparente y crear un tercer estado de la vida. En ese tercer estado me llega el último libro de Santiago Pazhín, ‘Historia oculta de la Ufología’, un viaje a través del tiempo en torno a eso que Jung definió como el último mito moderno: el fenómeno OVNI.
Hace tres semanas lo avanzamos en esta sección de Todoliteratura: el segundo mandato de Trump precipitará un cambio de paradigma global. Hace tres años nos atrevimos a más: Ucrania no ganará la guerra y quien la perderá será Europa. No resulta reconfortante acertar en un diagnóstico cuando sus derivadas van a ser funestas para todos nosotros.
Convertir Gaza en la Riviera del Mediterráneo Oriental. Ya le he encontrado un sentido al último disparate de Donald Trump: alojar en esa Riviera a las víctimas de la guerra interna que sobrecoge a su país. Cada siete minutos, un norteamericano pierde la vida en el Frente del Fentanilo. Una droga sintética altamente adictiva, cincuenta veces más mortal que la heroína, cien veces más potente que la morfina. Cincuenta mil caídos en 2015, más de cien mil en el ’22. Tantos como los ocasionados por las masacres de Gaza y Ucrania, en su propia casa.
El Grandioso Regreso -The Greatest Comeback-. Así fue valorado el de Nixon en 1968, cuando arrebató la presidencia a Humphrey contra todo pronóstico. Nos guste o no, el de Trump lo supera. No sólo porque se enfrentase a la cultura dominante y a buena parte la de élite mediática. Su Make America Great Again, más que una nueva edad de oro para EE.UU. apunta a un cambio de paradigma global.
El pasado 26 de Febrero el Ayuntamiento de San Sebastián -en cuyo equipo de gobierno se integra el partido socialista que en tiempos pasados incluyó en su ejecutiva guipuzcoana a escritores de la talla de Luis Martín-Santos (¿Quién os ha visto? ¿Quién os ve?)-, rechazaba por una mayoría de 24 a 3 conceder a Pío Baroja la Medalla de Oro de la ciudad, en este año en que celebramos el 150º aniversario de su nacimiento.
Lo que suena podría parecer una balada de los Apalaches en la voz de una mezzosoprano fantasmal, una melodía del viejo Broadway cruzada con rock psicodélico, o, simplemente, una canción del alma fuera de todo tiempo y lugar. Escuchar a Josephine Foster es toda una experiencia al margen y en los márgenes de lo convencional. La idónea para iniciar este nuevo año al lento vibrato de su ‘I’m a dreamer’.
Primero como Maestre Jehan, luego como Preste Juan, soberano y pontífice, descendiente de los Reyes Magos, y príncipe de su sacerdocio por designio del bíblico Melquisedec. Así se conocía en la Edad Media a un legendario Rey del Mundo cuyo reino se imaginaba en Asia Central, entre Tíbet y Mongolia. También en un inaccesible centro supremo, como la Agartha esotérica, el Avalon artúrico, o el castillo del Grial. A tanto alcanzó su crédito que el papa Inocencio III envió misiones a Tartaria en su búsqueda, Incluso el emperador Federico II llegaría a atestar que había recibido de su mano el elixir de la eterna juventud.
Esta historia comienza en el Museo Histórico de La Haya, donde se preservan una lengua y un dedo humanos pertenecientes a uno de sus más insignes primeros ministros durante el Siglo de Oro neerlandés, Johan de Witt, víctima de un truculento episodio de canibalismo en la Europa del XVII. Pero llevemos el caso a la actualidad. La lengua que habla y el dedo que acusa. ¿Con qué podríamos relacionarlos?
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