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artículo literario

27/08/2023@17:38:41

La costumbre de contar historias responde a la persistente necesidad de oírlas que tienen todos, a todas las edades, siempre, en todas las épocas. Desde Aristóteles, los tratadistas han venido hablando de la verosimilitud como un requerimiento básico para aspirar a que quienes oyen los detalles o ven las escenas de una narración puedan viajar al mundo de sus protagonistas e identificarse con sus avatares, pretendiendo de esta manera hacer factible lo que es ficticio y conseguir que lo irreal parezca real.

Aprovechándose de los clementes dictados de la excelentísima señora ministra doña Irene Montero Gil y de su jefe, don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, un preso de Fontcalent se declaró transexual —aunque con los atributos todavía en su sitio y en excelente funcionamiento— para obtener el traslado a la sección femenina de la cárcel y, zas, dejó preñada a una compañera de penal. El caso es que el mozo ya avisaba como los pablorromero cuando salen de varas, porque también aseguró que era tan transexual como exigiese el reglamento pero, ojo, de orientación lesbiana. Comentario que debieron tomarse los funcionarios como una muestra de confianza, en cambio, ya digo, era toda una advertencia. Y ahora, ahí tenemos a la embarazada sin remiendo, mientras el muy lindo, aprovechando un permiso, se ha esfumado como los capitanes de Flandes en los romances antiguos, y eso que era búlgaro.

George Steiner en “The New Yorker” (F.C.E., México, 2009, pp. 257, 258), Steiner delinea acabadamente, a propósito de Gershom Scholem, el perfil del erudito, aquel que “se hace uno con su material, por abstruso, por recóndito que sea. Funde la fuerza de su propia personalidad y su virtuosismo técnico con la época histórica, el texto literario o filosófico, el tejido sociológico que está analizando y presentándonos. A su vez, ese tejido, ese conjunto de fuentes primarias, adoptarán algo de la voz y el estilo de su intérprete.”

Aun a riesgo de que estos artículos, con tanto conmemorar decesos célebres, parecieran una sucesión de pomposas necrológicas, me había propuesto recordarles que el próximo jueves se cumplirán cien años de aquel viernes cuando, dadas ya las diez de la noche, moría en Cercedilla Joaquín Sorolla Bastida.

La alarma suscitada por los avances en Inteligencia Artificial no contemplaba el éxito arrollador de la comedia de moda, naturalmente ‘Barbie’, la primera película en imagen real de la terrorífica muñeca creada por Mattel, convertida en icono del feminismo posmoderno. La teoría de las sincronicidades sí contemplaba que pudiera coincidir con un biopic aparentemente antagónico como ‘Oppenheimer’, basado en la vida del físico teórico que inauguró la Era atómica.

Mi trayectoria existencial podría resumirse en el paso de una primavera a otra” -declaraba Alain Finkielkraut el día de la muerte de Milan Kundera-: “de la primavera lírica a la primavera escéptica”. Dos primaveras en el mismo año, 1968, la de París y la de Praga. O lo que viene a ser lo mismo, del lirismo al desencanto. En París los jóvenes de la izquierda revolucionaria gritaban “Élections, pièges à cons” -Elecciones, trampas para idiotas-. En una generación llegaron al poder y todo cambió. Ellos entrañaron los valores del sistema y el sistema, muy progresivamente, fue derivando hacia el imperio del kitsch y la oligarquía del “infoentertainment”.

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra

El meritorio escritor y experto del humor cervantino Eduardo Aguirre Romero, él mismo con mucho de humorista, autor de los notables libros, entre otros, Cervantes, enigma del humor (2017); Cine para caminar (2021); Blues de Cervantes (2018); y Entrevista a Cervantes (2022), pone en letras de molde su nueva obra: Vivan las Humanidades, siempre vivas (2023), llevada al escenario como “conferencia jocoseria teatralizada”, e impartida en el Aula Magna de la Facultada de Filosofía y Letras de la Universidad de León durante sus alegres fiestas patronales por San Isidoro el 18 de abril de 2023.

Las noticias inesperadas suelen ser buenas; las malas, ya se las rumia cada cual con anticipación y hasta con desvelo, y cuando fatídicamente se cumplen, carecen de novedad. Pues bien; una de esas alegres sorpresas nos sucedió en Drácena cuando editamos el año pasado Las cerezas del cementerio (1910), de Gabriel Miró. Se agotó apenas transcurrido un mes para nuestra satisfacción pero, sobre todo, para nuestra perplejidad, porque cuando publicamos esta novela —el primer relato largo de Miró con las costuras bien ajustadas— pretendíamos dos cosas; en primer lugar, proseguir nuestra quijotesca cruzada contra la ignorancia y la pedantería con que los mass media y las actuales novedades librescas pisotean nuestro idioma, y en segundo —y si quieren más sentimental—, rescatar a un escritor que, muy a pesar de serlo hasta la médula, sufrió tal cadena de desaires que, hoy, entre el común, su nombre apenas significa algo distinto a una calle o a una plaza.

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra
El benemérito historiador Fernando Jesús Bouza Álvarez, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Complutense de Madrid, Director de la revista Cuadernos de Historia Moderna, y autor de los excelentes libros, sirva de ejemplo, Palabra, imagen y mirada en la Corte del siglo de Oro: historia cultural de las prácticas orales y visuales de la nobleza (Abada Editores, 2020); Del escribano a la biblioteca: la civilización escrita europea en la alta Edad Moderna (siglos XV-XVII), (Akal, 2018); Felipe II y el Portugal “dos povos”: imágenes de esperanza y revuelta (Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2010); descubrió dos nuevos documentos tocantes a la aprobación de la primera parte Don Quijote de la Mancha en las escribanías de la Real Cámara del Consejo de Castilla, cuyo presidente era el I duque de Peñaranda de Duero, Juan de Zúñiga Avellaneda y Bazán (1541-1608), para la tramitación de la licencia y el privilegio de impresión pedidos para «un libro llamado El ingenioso hidalgo de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra» (F.J. Bouza Álvarez, Dásele…, 5).

En tiempos de fundamentalismos, de fanatismos orientales y occidentales, en época de turbulencias varias, de engaños y trampantojos masivos, de la ofensiva de los gurúes de la Inteligencia Artificial que buscan anular la inteligencia, el sentido común y la sensibilidad artística, es muy saludable aferrarse a salvavidas insumergibles y refugiarse entre las páginas de los clásicos del pensamiento, es decir, de todos aquellos que, desde hace muchos siglos, nos vienen alumbrando sobre la condición humana, la misma que observaron ellos y podemos ver hoy, la que no podemos cambiar, pero sí conocer mejor.

Científicos alemanes y suizos descubrieron hace unos años que los versos de Homero pueden ser un buen medicamento contra la hipertensión. Su lectura, dicen, acompasa los latidos del corazón porque nuestro cuerpo encuentra en ellos el ritmo adecuado. Casi tres mil años ha necesitado el poeta griego para que los humanos le encuentren utilidad a su obra.

La conciencia ambiental es una filosofía de vida que se preocupa por el medioambiente y lo protege con el fin de conservarlo y de garantizar su equilibrio presente y futuro. Debemos ser conscientes de que uno de los aspectos que más deteriora la naturaleza es el hombre. La deforestación, la contaminación del aire, la contaminación del agua y el calentamiento global, por ejemplo, son consecuencia del estilo de vida que impera en nuestra sociedad. Así, la educación ambiental y la conciencia ambiental nos ayuda a darnos cuenta de que cada acción que realizamos en nuestra vida cotidiana tiene una repercusión en el medioambiente. El medio de transporte que utilizamos para ir a trabajar, el uso de bolsas de plástico, el tipo de energía que consumimos, todo influye.

Ayer, con las votaciones, concluyó una campaña electoral sudorosamente larga: ni más ni menos que comenzó al día siguiente de los comicios municipales; es decir, el mismo suma y sigue prolongado durante mes y medio. Aunque no niego que haya presentado sus alicientes como el monumental atasco de Correos que el probo empeño de los funcionarios ha podido salvar con decoro, o esa otra novedad de los trackings diarios bajo la cabecera de los periódicos, que la ha envuelto con un aire de competición donde se admitiesen apuestas. Por lo demás, los mensajes de los candidatos resultaban tan archisabidos que servidor solo aguardaba ese momento estelar cuando se descuajaringa el tablado entre alaridos de espanto o, en su defecto, ese otro cuando el orador se tropieza y acaba de morros a los pies de la primera fila; pero, vaya, no hubo tal y debí como ustedes conformarme con la menestra de repetidas soflamas, de manidas acusaciones y de pronósticos fatalistas que hoy ya son mero olvido.

Si eres muy joven, encuentras la estupidez de los demás, e incluso la tuya, casi divertida, estimulante o por lo menos risible. En la madurez la estupidez te irrita. Y cuando te haces viejo sólo te produce melancolía. Así estoy yo, melancólico, como atrapado en una canción del Sabina de finales de los ochenta, mientras tontos de todos los colores se enseñorean de los foros de discusión en los medios tradicionales y, sobre todo, en las redes sociales. El lamentable éxito de VOX en las recientes elecciones municipales ha puesto en circulación de manera incontrolada el término “fascista”, utilizado a cascoporro por quienes no han leído jamás un libro de historia o un ensayo riguroso de teoría política. Algunos libramos, nec spe nec metu, una batalla perdida de antemano para poner una nota de sensatez en medio de la histérica algarabía, pero sabemos que no hay nada que hacer. De ahí la melancolía.

Cuando se cerró la puerta del ascensor, permanecimos un buen rato en silencio, entre asombrados y admirados. Nos sentamos en el balcón y, sin más preámbulos, reconocimos que Mary es una ciudadana poco habitual. Acabábamos de vivir una tarde casera, acampados en el espacio de felicidad que proporciona el diálogo con una mujer que, además de saber leer y escribir, solo pudo estudiar cómo alimentar y educar a tres hijos limpiando casas. Con Mary, que nos visita con cierta frecuencia, no recordamos haber comentado nunca el último telediario ni asfixiarnos en la burbuja morbosa de Antena 3, Telecinco y similares pantallas despistantes.