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LA NOCHE DE LOS LIBROS (25 DE ABRIL DE 2025)
Rafael Alberti (Puerto de Santa María/Cádiz, 1902-1999) se trasladó a los quince años con su familia a Madrid. Hasta 1923, su actividad principal es la pintura, que cambiará pronto por el quehacer poético. En 1925 obtiene el Premio Nacional de Literatura por Marinero en tierra. A partir de 1931, y ya afiliado al Partido Comunista, empieza a trasladar a la poesía sus preocupaciones político-sociales. Como consecuencia de la Guerra Civil se exilió primero en Argentina -hasta 1962- y, después, en Italia -en Roma desarrolló tanto su vertiente creativa de pintor como de poeta-, hasta que en 1977 regresa definitivamente a España. Los avatares políticos, los cambios de residencia y el paso de los años en ningún momento han condicionado la continuidad de su labor poética y literaria.
(Una reflexión ética) Unamuno publica la Vida de Don Quijote y Sancho en 1905 [1], “coincidiendo por acaso, que no de propósito, con la celebración del tercer centenario de haberse publicado por primera vez el Quijote. No fue, pues, una obra de centenario.” -según afirma el autor en el Prólogo a la segunda edición, en enero de 1913-.
En esa luz que surge en lo más oscuro, era en la única en que confiaba el poeta San Juan de la Cruz. Cervantes mucho sabía de oscuridades. Seis fueron los años que permaneció en la de una mazmorra africana. Y algún otro en la de una cárcel sevillana purgando irregularidades arancelarias de las que resultó inocente a la postre.
Homenaje a Cervantes
Llegóse en esto la sazón y punto en que bajó el señor Monipodio, tan esperado como bien visto de toda aquella virtuosa compañía. Parecía de edad de cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, alto de cuerpo, moreno de rostro, cejijunto, barbinegro y muy espeso; los ojos, hundidos. Venía en camisa, y por la abertura de delante descubría un bosque: tanto era el vello que tenía en el pecho. Traía cubierta una capa de bayeta casi hasta los pies, en los cuales traía unos zapatos enchancletados; cubríanle las piernas unos zaragüelles de lienzo, anchos y largos hasta los tobillos; el sombrero era de los de la hampa, campanudo de copa y tendido de falda; atravesábale un tahalí por espalda y pecho, a do colgaba una espada ancha y corta, a modo de las del perrillo: las manos eran cortas, pelosas, y los dedos, gordos, y las uñas, hembras y remachadas; las piernas no se le parecían; pero los pies eran descomunales, de anchos y juanetudos. En efecto, él representaba el más rústico y disforme bárbaro del mundo. [1]
[“Monipodio”]
Sería dos mil cuatro, por lo que recuerdo. Arrabal vino a Murcia y lo entrevistó Gontzal Díez para el diario La Verdad. La habitual doble página con Arrabal en el centro. Una foto espectacular tomada en El Rincón de Pepe, la víspera. El poeta había desplegado sus alas negras sobre la alfombra de la recepción del hotel –una especie de estola que llevaba a modo de capa- delante del robusto mostrador de madera barnizada. Se transformó en híbrido de fauno y murciélago.
Miguel de Cervantes Quisiera yo, si fuera posible, lector amantísimo, escusarme de escribir este prólogo, porque no me fue tan bien con el que puse en mi Don Quijote, que quedase con gana de segundar con éste. Desto tiene la culpa algún amigo, de los muchos que en el discurso de mi vida he granjeado, antes con mi condición que con mi ingenio; el cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja deste libro, pues le diera mi retrato el famoso don Juan de Jáurigui, y con esto quedara mi ambición satisfecha, y el deseo de algunos que querrían saber qué rostro y talle tiene quien se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo, a los ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato:
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mismo, y los días de entre semana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad.
Don Quijote de la Mancha
Uno de los posibles y múltiples modos de acceder o, al menos, atisbar el genuino fenómeno literario (y tal es el caso de Alberto Boco: un fenómeno inequívocamente genuino y literario, como se constata en su reciente antología de poemas, titulada Enigmática gracia de las cosas) sería establecer, grosso modo, cuál de los cinco sentidos predomina en la producción de un autor. Acaso un par de ejemplos, entre tantos, resulten lo suficientemente ilustrativos: Proust huele y transmite con admirable –y aún no igualada- precisión la textura y los matices de cada aroma: el césped recién cortado, la pátina que deja la lluvia sobre el empedrado de las calles parisinas y hasta las fachadas de las catedrales; en la cadencia de la prosa faulknereana, por su parte, cada sonido halla su asiento y todo murmullo hace su habitación: las frases astilladas de un débil mental, la crepitación de un vestido de seda o el estruendo de un martillo que hunde los clavos sobre la tapa de un ataúd. La poesía de Boco, en principio, mira; mira con ojos incendiados y voraces.
La benemérita escritora chipriota Andry Cristofidou-Antoniadou, Secretaria General del Consejo Coordinador de Cultura de Limasól, fundadora y Vicepresidenta de la Sociedad de Escritores de Limasól, miembro de la Asociación Internacional de Escritores «PEN», de la Sociedad Nacional de Escritores Griegos y ex directora de Υπουργείο Παιδείας , Αθλητισμού y Νεολαίας es autora de trece excelentes libros, ensayos y artículos, entre ellos: Chipre en la obra cervantina (2021 & 2023), El tesoro de España (2020), y Llamas y Mar (2017), donde difunde dos ensayos: «Cervantes y la creación de Don Quijote » y «Cervantes y El Greco, ¿conocidos y amigos?»
«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra
Valdés nació en La Habana, Cuba, de padre cubano y madre española. Asistió a clases de danza y arte. Estudió arte dramático en el Instituto Cubano de Radio y Televisión con Eslinda Núñez. [1] Es una activista conocida por su trabajo en apoyo de los derechos humanos, particularmente en las áreas de igualdad de género y diversidad sexual. Su compromiso con estas causas se ha visto reflejado en libros y campañas que tienen como objetivo erradicar la homofobia y promover un entorno más inclusivo para todas las personas, independientemente de su orientación sexual o identidad de género. Vivió y viajó por toda España desde 2009 hasta 2022, donde fue madre de un niño llamado Sammy Roldán Valdés, nacido en la isla de Mallorca el 17 de enero de 2014. Una época en la que desarrolló significativamente su carrera literaria. En el 2022 se mudó a Chicago. Valdés López se ha consolidado como periodista desde 2019, colaborando en columnas en diversos medios digitales donde aborda temas culturales, y realiza entrevistas a destacados artistas de la música y la literatura…
Este artículo trata sobre una escritora, periodista y poeta cubana - española, residente en Chicago, USA. Todas las fotografías han sido expuestas por cortesía de Osiris Valdés López
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